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Del militarismo biodegradable

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Precisamente, tal día como hoy, 55 años atrás, supimos de un particular golpe de Estado en Perú que tuvo una importante trascendencia en Venezuela.  Sorprendiendo a los más taimados analistas, no tardó el hecho en adquirir un inusitado signo político e ideológico en el intento de darle otro papel al soldado latinoamericano que, a la postre, influyó y animó demasiado a Chávez Frías al descubrirlo, aún sin reparar en la inevitable decadencia por los tiempos del sesquicentenario de Ayacucho.

Oficiales de alta graduación y desempeño profesional, como académico,  tuvieron por eje el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), y, encabezados por el general Juan Velasco Alvarado, inauguraron por la fuerza un régimen de amplísimas reivindicaciones sociales y económicas con afectación de importantes intereses privados, consecuentes con la otra perspectiva alcanzada respecto a la doctrina de seguridad y defensa asociada a la promoción del desarrollo. E, incluso, idearon fórmulas alternativas de propiedad, auspiciando nuevas formas y formatos empresariales  que luego no pasaron por la dura prueba de las realidades y, empedrado el camino de buenas intenciones, todo derivó en una severísima, generalizada e insostenible crisis hasta colapsar hacia 1978; paradójicamente, pasado el trámite constituyente, ganó las elecciones el antes derrocado Fernando Belaúnde Terry.

Imposible equiparar las llamadas revoluciones peruana y bolivariana, por sus orígenes y condiciones históricas muy concretas, aunque se las pudiera creer en una relación de continuidad por estos predios que supieron también del sarampión juvenil de aquellos que respaldaron por escrito la inapelable expropiación de los diarios peruanos; valga la curiosidad, entre otros, Ángela Zago, Marianella Salazar y Thaelman Urgelles, suscribieron un documento ucevista de apoyo a la grave medida (Deslinde, Caracas, N° 17 de abril de 1970).  Relación proyectada por los uniformados de claras reminiscencias nasseristas, que estelarizaron uno y otro proceso, sobreviviente gracias a la lógica mecánica de los partidarios de la dictadura del patio caraqueño.

Entre las más notables diferencias entre uno y otro fenómeno, encontramos –por una parte– la del realismo que privó en el sur del continente y, al cabo de diez largos años, defenestrado Velasco Alvarado,  el general Francisco Morales Bermúdez finiquitó la ya larga experiencia, en medio de una inmensa debacle, añadida la quiebra de industrias emblemáticas como la pesquera y la minera, o el fracaso de la reforma agraria, aportando a las condiciones políticas que hicieron posible la no menos prolongada etapa del terrorismo.  Ya tenemos acumulados casi 25 años en Venezuela bajo un régimen que, al mismo tiempo, despilfarró la más jugosa de las bonanzas petroleras que hemos tenido,  nos hundió en la crisis humanitaria compleja, botó del país a ocho millones de personas, y pretende que nadie se queje siquiera.

Agreguemos –por otra– el distinto calibre de un militarismo biodegradable en el Perú de décadas atrás, capaz de aceptar la transición democrática, sabiéndose excedido en sus propósitos, aunque el fujimorato lo comprometió en una tarea igualmente excedida en el terreno de los derechos humanos. Tarea en la que fueron extraordinarios facilitadores los iniciales ministros de la Defensa, Chávez Frías hasta militarizó por completo el discurso del poder,  siendo  paradójico que el sucesor sea tan militarista, no sólo por provenir de un oficio o profesión diferente, sino porque el puntaje de prestigio de la entidad castrense de hoy no se compadece con los muy altos de un ayer lejano.

En una pequeña y precisa obra maestra de las ciencias sociales, Manuel Urriza (“Perú: cuando los militares se van”, CIDAL, Caracas, 1978), analiza el caso distinguiendo entre élite (gestora del golpe), institución (estructura y organización) y gobierno (aparato burocrático-administrativo) militares  para inferir sus relaciones (cooperación, confrontación y supervivencia), y etapas. Un adecuado abordaje permitiría actualizar el drama venezolano, deseable la reivindicación del profesionalismo en reemplazo del militarismo retrógrado y de una pretendida ética fundada en la militaridad.

Agotado el Estado Cuartel y disuelto paulatinamente entre  fuerzas sociales en ascenso, como la lumpemburguesía y el pranato, el Estado mismo pierde sendas características weberianas como la racionalidad, autoridad, impersonalidad, especialización, formalidad, jerarquía, o exactitud de competencias.  Por supuesto que la situación afecta a un elemento principal, como el castrense, por lo que, insistimos, los propulsores del régimen que nació hace más de medio siglo en Perú, por lo menos, supieron rectificar.

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