Nuevamente, a propósito de los acontecimientos estremecedores registrados en Ucrania, y la impotencia global que produce la impunidad que rodea los caprichos expansionistas de Vladimir Putin, surge siempre la pregunta: ¿En qué medida están las Naciones Unidas involucradas seriamente en la búsqueda de una solución política y negociada?
Respecto al accionar de los principales órganos que la componen, el mundo ha visto por televisión y las redes sociales como, por ejemplo, el Consejo de Seguridad de la ONU, si bien no ha logrado una resolución condenatoria a las atrocidades de Putin, gracias al veto de su país y China en calidad de miembros permanentes, sí ha conseguido, al menos, poner en el banquillo de los acusados a las autoridades del Estado agresor, y ha contrarrestado, de alguna manera, la insultante y cínica propaganda desinformativa del Kremlin.
Por otra parte, su instancia más universal, la Asamblea General, ha deplorado, en sendas resoluciones, la agresión de Rusia en Ucrania con sus horripilantes consecuencias humanitarias, solicitando, entre otras medidas, el retiro inmediato de sus fuerzas. Una actuación que trajo consigo la suspensión de la Federación Rusa del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. A decir verdad, nada que le haya quitado el sueño a Vladimir Putin.
Pero existe otro elemento de la ecuación que merece un comentario y que tiene siempre una connotación de carácter “expectante”. Nos referimos al papel que pueda jugar en circunstancias como las actuales la figura del secretario general de las Naciones Unidas.
Un poco de historia
Si alguien preguntara cuál ha sido el secretario general de las Naciones Unidas más destacado y cuya gestión ha tenido el mayor impacto, el nombre que salta a primera vista es el del sueco Dag Hammarskjöld.
Premio Nobel de la Paz (póstumo), fue tanto su amor y dedicación a lo que hacía que por ironías del destino perdió su vida en pleno ejercicio de sus funciones, a causa de un accidente aéreo en Ndola, antigua Federación de Rodesia y Nyasalandia, precisamente durante su cuarto y último viaje al Congo, como mediador del conflicto de ese país africano y verificador del trabajo in situ de los cascos azules, desplegados para contener el brote de guerra civil generado por la secesión de la provincia de Katanga.
Su gran legado, hoy todavía vigente, es sin dudas el de la “diplomacia preventiva”, y, junto a este, lo que algunos autores llamaron la “diplomacia tranquila”, que no era otra cosa que su extraordinaria capacidad de mediador para atajar y resolver los tantos y apremiantes conflictos propios de ese álgido período de la guerra fría, como máxima autoridad de las Naciones Unidas (1953-1961).
Otro alto funcionario de justa mención fue su sucesor, U Thant, quien hizo uso sin vacilación del preciado legado de Hammarskjöld. A este funcionario, originario de la entonces Birmania (Myanmar), se le atribuye la gestión más espectacular de diplomacia preventiva en la historia de las Naciones Unidas, influyendo significativamente en la desactivación de un enfrentamiento de potenciales connotaciones nucleares entre Estados Unidos y la Unión Soviética, a raíz de la crisis de los misiles en Cuba, de octubre de 1963.
Lo cierto es que detrás de las acciones prácticas que pusieron fin al conflicto: retirada de los misiles nucleares soviéticos desplegados en la isla; el compromiso de Estados Unidos de no declarar la guerra a Cuba; desmantelamiento de los misiles nucleares estadounidenses instalados en Turquía y la creación de una línea de comunicación directa entre Moscú y Washington, nunca se podrá desestimar la vigorosa y determinante gestión de mediación de este servidor público internacional.
Aquí, por supuesto, hablamos de otros tiempos, otras circunstancias, de un mundo dominado por la preponderancia de dos superpotencias, de una era bipolar, que, con todas sus complejidades, contrastaba significativamente con el actual orden global, cuyos principios, normas y reglas de convivencia internacional están siendo violadas cínicamente por una potencia agresora.
Si bien la crisis de los misiles de Cuba está registrada como el acontecimiento histórico de mayor peligro para la humanidad, no es menos cierto que una escalada sin control del conflicto en Ucrania podría desembocar en una situación de similar riesgo existencial, atendiendo a las inescrutables condiciones mentales y narrativa chantajista de Vladimir Putin sobre el uso eventual de dispositivos tácticos nucleares.
Las concepciones, prácticas y éxitos obtenidos por Hammarskjöld y U Thant, representan un singular punto de referencia para evaluar, de alguna forma y por contraste, el papel jugado por el secretario general de la ONU, António Guterres, a propósito de la crisis ucraniana.
Guterres: ni tan malo ni tan bueno
Entonces, para ayudar a entender un poco la dimensión de lo hecho por Guterres a los no muy duchos en el tema multilateral, hagamos uso de las notas esbozadas tiempo atrás por Peter Wallensteen, profesor de la cátedra sobre conflicto y paz de la Universidad de Uppsala, y autor de numerosas obras sobre paz y resolución de conflictos.
El profesor Wallensteen identificó algunos rasgos especiales de la “diplomacia tranquila” o mediación de Hammarskjöld – legado seguido por U Thant – que fueron claves en el éxito de numerosas gestiones durante momentos comprometedores de la Guerra Fría.
La primera característica se refiere a la diplomacia directa, cara a cara, esa que implica el desplazamiento del secretario general a la zona del conflicto, prescindiendo del envío de representantes especiales. Wallensteen la llama la “diplomacia de los viajes”. En la coyuntura presente tenemos que poco después de dos meses de enfrentamientos y muertes de inocentes, Guterres tuvo, finalmente, entrevistas con los máximos líderes de las partes confrontadas. Aquí, un poco tal vez a destiempo, hizo lo que cualquiera que conozca de la existencia de la ONU hubiese esperado.
Una segunda característica ligada a ésta es la “confianza mutua y personal”. De antemano era previsible descartar este factor, al menos en lo que respecta a Vladimir Putin. Y es que el encuentro entre este último y el secretario general estuvo rodeado de un ambiente de obvia tensión y desconfianza. Y esta divergencia estuvo expresada por dos posiciones radicalmente contrastantes: mientras Putin y su ministro de exteriores ratificaban su definición del conflicto como “una operación militar especial”, el señor Guterres les recordaba que el territorio de Ucrania había sido invadido.
La tercera característica se trata de crear una “ventana diplomática” para la mediación. La tarea para António Guterres no es del todo fácil, toda vez que él mismo – y con razón – ya ha asumido clara e inequívocamente una posición en favor de una de las partes. A Zelensky le dijo: “Hay una guerra causada por Rusia, estamos comprometidos a apoyar a Ucrania en esta difícil situación”.
No hay mediación posible en este caso, salvo, quizás, en lo que respecta al interés expuesto por el secretario general de poner de acuerdo a Zelenski y Putin en la creación de condiciones humanitarias para salvar vidas y aliviar el sufrimiento. La respuesta de Putin pareció no tardar mucho, si nos atenemos a la andanada de misiles que detonó en Kiev justo en el momento en que Guterres se reunía con el presidente ucraniano.
El otro aspecto del modelo se refiere al propio legado de la “diplomacia preventiva”, es decir, el actuar de la forma más expedita posible para evitar que escale el conflicto. Desde mucho tiempo atrás, incluso antes del inicio de la invasión, los papeles de la pieza de teatro ya estaban repartidos, y allí el secretario general no estaba incluido. El peso de los factores reales de poder más allá de las paredes de las Naciones Unidas son los que determinan el curso de los acontecimientos. La Organización se convierte en estos casos en un simple reflejo de la angustia y preocupación mundial.
Algo que sí hizo, digamos, dignamente Guterres, y que forma parte del esquema de la “diplomacia tranquila” propuesto por Wallensteen, ha sido anteponer, en su contacto directo con Vladimir Putin y su canciller, los principios y espíritu de la Carta de las Naciones Unidas.
En su reunión con Lavrov, el SG fue firme al señalar que “la invasión rusa en Ucrania es una violación a la integridad territorial de un país que contradice los estatutos de la ONU”, y que no dejaba de ser una gran preocupación las persistentes informaciones sobre violaciones del derecho humanitario internacional y los posibles crímenes de guerra cometidos por las tropas rusas. No pasó por tanto inadvertido su llamado a la Federación Rusa a aceptar y colaborar con la Corte Penal Internacional.
De ninguna manera la posición firme de Guterres conmovió a Putin, quien simplemente despachó el asunto defendiendo la legitimidad de su “operación especial militar”, apelando al derecho de autodeterminación de los pueblos, cabe decir de las “pobres autoproclamadas” provincias de Donetsk y Lugansk, al este de Ucrania, y, por supuesto, arropándose en el artículo 51 de la Carta de la ONU sobre la legítima defensa.
Dag Hammarskjöld dijo una vez que “no era mucho lo que podían hacer las Naciones Unidas en el caso de un conflicto de intereses directo entre las superpotencias en el contexto de la Guerra Fría”. Hoy día las cosas no parecen haber cambiado en lo fundamental. Después de todo, en un mundo regido por la multipolaridad, con visos indiscutiblemente anárquicos, los intereses de algunas potencias siguen burlando los postulados y principios consagrados en la Carta de la ONU.
Así que António Guterres puede sentirse tranquilo. Como bien dijo alguien: “no es culpa del hombre sino de las circunstancias”.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional