Cristo resucitado de Bramantino

Dijo una voz popular: ¿Quién me presta una escalera, para subir al madero, para quitarle los clavos, a Jesús el Nazareno? ¡Oh, la saeta al cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! Antonio Machado

En estos días “santos”, que suelen llamarnos a introspección y eventualmente a contrición, se me dio por regresar a la lectura de las Confesiones de Agustín de Hipona y haciéndolo me pregunté qué pensaría Jesús el próximo domingo al resucitar de entre los muertos, y me refiero ante el mundo que tendrá enfrente.

Al Dios y hombre en simultáneo, imagino, no sería fácil asombrarlo, aunque intuyo que, aun así, estaría tocado por lo que la criatura humana ha hecho con el inmenso poder que se le concedió, hecha la susodicha a su imagen y semejanza, dotándola de inteligencia, pero también de libre albedrío. ¿Qué diría nuestro señor Jesús, carpintero de oficio, si se le pidiese opinión con motivo del debate sobre la inteligencia artificial?

La creación del hombre desafía a la naturaleza constantemente y no me refiero simplemente a los saltos tecnológicos que nos asemejan a esos titanes que cambian e inventan todo nuevamente, sino a la mutación del ser humano, cada vez cediendo más a su instinto y dejando menos a su espíritu.

Y allí regreso a Agustín, que atribulado se sintió siempre presa de sus propensiones y de una sexualidad intensa que a gusto él complacía, pero que luego lo atormentaba; pecaminoso, reincidente, acomplejado y débil, al momento de concretar su propósito de enmienda. Empero, a la postre, se sobrepuso el hombre en el hombre y en él, su interior espiritual se reencontró con su opción trascendente.

El mundo actual ha exacerbado las pasiones al extremo de ignorar las virtudes, casi completamente. La idea de humanidad no significa lo que otrora; el individualismo toma tanto espacio existencialmente que eclipsa su humana y comunitaria condición. No aceptan varios, ni el sexo que la naturaleza les da y lo negocian con la sociedad que ha perdido sus valores, en provecho de una minoría de sus integrantes y quieren llamar eso libertad y dignidad inclusive.

El homo actualis es inducido por el entorno para desafiar sus naturales tendencias y se le incita a explorar más allá de lo que él mismo ya es. Hay escuelas y no solo en el desarrollado mundo de Europa y Norteamérica, sino en nuestro país, que forzan al niño a una aventura que lo compromete en su evolución y lo expone a procurar una identidad distinta, estimulándole a ser diferente.

El bloque histórico de hoy postula una hegemonía anómala, sorprendentemente seguida por la mayoría y que solo se justifica en la errática perspectiva de un concepto de libertad sesgado y especialmente confuso al tergiversar y como por antonomasia asumir y denominar su aspiración exótica personalísima, como derecho humano. La personalidad no debe intercambiarse con la entidad humana.

Paralelamente, el homo actualis se desespiritualiza en Occidente principalmente y combate desde todos los ángulos su inclinación metafísica y abstracta, acaso religiosa, y se conmina además a obviar el enganche moral que le propone la cultura de la que antes participaba. Sustraerse de las convenciones, implica relativizarlo todo y en el ejercicio, licuar su compromiso ético, connatural al ser humano, cabe acotar.

No ceso de repetirme, para entender yo mismo lo que pasa, la observación del Santo Padre Francisco sobre que “no vivimos una época de cambios sino un cambio de época”. Me detuve hace días a tomar un café en Sabana Grande y mientras lo degustaba, fijé la mirada en el rostro de la gente que por oleadas pasaba y sentí y aprecié que había angustia en algunos, conformidad en otros y entre risas de aquellos jóvenes, sobre todo, advertí que llevaban un celular y aún juntos parecían separados y absortos en una suerte de solipsismo.

Se diría que a la humanidad se le extravió la humanidad. Se lee la prensa y los discursos en que se amenazan con el arma atómica o responden a un señalamiento de la Corte Penal Internacional intimidando con un misil y me refiero al primer ministro de Rusia.

No soy antropólogo ni filólogo, aunque me habría gustado serlo. Trato no obstante y con mis limitaciones, de aproximar y escudriñar en ellos, mis congéneres, para asirme a su ontología; como quisiera, a mi vez, revelarles la mía. Con consciencia de alteridad lo intentaría.

Veo a Jesús resucitado, reconociéndonos a todos y adivino que en su complejidad debe de haber experimentado un cierto estupor. Seguro estoy de que se percata que ya la humanidad tiene cómo inmolarse y adorna su discurso refiriéndose a ello, pero ¿es que la vida no vale la pena de ser vivida?, me pregunto con Camus.

El lado humano de Jesús tiene que resultar impactado de alguna forma, quizá decepcionado pienso yo, pero su lado divino que todo lo intuye y ve, viene a su rescate. En ese sincretismo maravilloso se nota un prisma que nos irradia de luz; el del amor del hijo y Dios hombre.

Retorno a la esperanza, pero en mi espíritu no deja de latir la aprensión de la vida, banalizada su significación por tantos desajustes y desafíos que no atendemos, postrados en el altar de la sensorialidad y la simulación.

Todo esto acontece cuando leemos y escuchamos a Putin repetir a diario que el arma atómica está en sus manos y disculpen mi insistencia. El apocalipsis en un clic. Estúpido el que cree que a su vez sobreviviría al disparo que va y que viene de inmediato, en retribución y sin otra recompensa porque es así y no hay otra posible secuencia.

Banalizamos entonces los hombres el fin terrorífico, el suicidio de la especie. Evoco una pintura que en su momento me conmovió hondamente y que, recomiendo, por favor, revisar. Me refiero al Cristo resucitado de Bramantino, que alguna vez vi en un museo de Madrid.

Valga una cita final: “La unión de la Deidad y humanidad en la persona de Jesús… Nada en ficción es tan fantástica como es la verdad de la Encarnación” J. I. PACKER

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@nchittylaroche     


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