Puede que los últimos dos capítulos de la segunda temporada de Loki hayan salvado a la serie de ser uno de los bodrios del año, un producto sintomático de la crisis de la Marvel.

El trabajo del showrunner Michael Waldron se rescata, de milagro, por plantear un cierre digno a uno de los personajes más carismáticos de la compañía, brindándole un final donde despliega sus artes del engaño y el control temporal, a fin de dominar el conflicto multivérsico que se arrastra desde varios episodios atrás.

El hermano descarriado de Thor consigue redimirse en una clásica historia de ciencia ficción, cuyo montaje parece el de un videojuego como Al filo del mañana, en el que el protagonista va y vuelve sobre el mismo problema, hasta resolverlo por descarte y acumulación de experiencias. Según el actor Tom Hiddelston, se trata de su despedida del MCU, después de “6 películas, 12 episodios y 14 años de mi vida”.

Así que el espectador descubre la clausura del nuevo “glorioso propósito” que se trazó el antihéroe, luego de desdoblarse en múltiples alter egos, pasar de ser un villano de cómic a un personaje de infinitas dimensiones y enfrentar la furia discreta del “que permanece”, un Kang que nunca cumplió con la promesa de suceder a Thanos en el trono.

Estratégicamente, el sexto capítulo lo diluye entre las ramas y los troncos digitales de la TVA, para darle una agridulce conclusión, producto de su cancelación por denuncias de “abuso doméstico”.

La realidad exterior ha alcanzado, de tal modo, al cuarto de escritores del algoritmo de “KEVIN”, a la sala creativa del señor de los anillos, detrás de las ficciones e ilusiones de la saga.

Permanecen destellos de la interpretación del actor Jonathan Majors, cada vez más breves y opacados por la caída de su estrella en Hollywood.

El control parental y la corrección política de la casa matriz no ha querido correr más riesgos y prefiere cesantearlo en la dinámica de la serie, de cara al porvenir de las próximas fases del universo expandido.

En su lugar, Loki se erige en una imagen triunfante hacia el último acto, recuperando la estética de lo épico que marcó el tono de Los vengadores en el funeral de Endgame.

De entre la bolsa de trucos de Marvel, los guionistas emplean dos ganchos que nunca fallan para conectar con el corazón de los fanáticos: sacrificar a uno de sus “galácticos” por la consecución de un bien mayor, y permitirle una evolución humana a uno de sus secundarios empáticos.

De tal modo, la conclusión propone un diálogo de Tom Hiddelston con Owen Wilson, quien solo desea tener una segunda oportunidad, en una casa de familia normal, fuera de los bucles y los problemas de la TVA.

Se lo ganó, después de todo, cual descanso del guerrero, pues gracias a él Loki encontró su verdadero propósito en la segunda temporada.

En la mirada de ambos se cifra uno de los dilemas del plot, el hecho de aspirar a la libertad, en un mundo de multiversos meta, 24 por 7.

Visto así, el personaje resulta una parábola de nosotros en la actual complejidad de la red, manejando diversas aplicaciones en paralelo, a la manera de un empleo absoluto del tiempo.

También una metáfora del sistema del streaming, en el que somos rehenes de una “TVA”, que amenaza con quemarnos y tragarnos en el cosmos de su telar digital.

Al fondo de una Matrix de colores verdes ha quedado el rey de las mentiras y las posverdades, un Loki que sostiene los cables del multiverso para que no nos trague y aterrorice.

Es un equilibrio frágil de un dios que aguanta la turbulencia, uniendo los hilos como un Venom, una araña que se ha puesto los cuernos.

Las dos caras del Universo de Marvel, como cierre de su etapa más polémica, del cielo al infierno.

Loki lo resume.

 


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