Concluye hoy una semana sustanciosa en acaecimientos domésticos, eclipsados acaso por el despelote gringo de Afganistán, después de 20 años perdidos procurando enderezar las ramas de milenarios árboles torcidos de raíz —lo censurable no fue la retirada, sino la invasión de la nación asiática a la caza de quien allí no estaba— y, en vana cruzada de occidentalización, salir con las tablas en la cabeza, tal los soviéticos en 1989. Del fiasco se han ocupado profusamente la gran prensa, las agencias noticiosas y las cadenas televisuales (CNN, BBC, Fox, Deutsche Welle); de nuestro modesto devenir, apenas mereció atención mediática la determinación de la plataforma unitaria de participar, con la tarjeta de la MUD, en la cojitranca megaelección de noviembre. Esta decisión fue acogida con el beneplácito de sufragistas contumaces, mas activó los ventiladores de las redes fecales. Aquí, la mencionamos únicamente a título informativo. Cuando la hayamos masticado y digerido, opinaremos sin temor a la retractación, citando previamente a Winston Churchill: «A menudo me he debido comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada». Seguramente ya lo columbró el lector: los tiros de esta descarga apuntan a dianas distintas a las habituales, pues, preferimos abordar lo concerniente a la «nueva expresión monetaria» y ciertos aspectos aritméticos y gramaticales con ella relacionados.
En su última comparecencia ante las cámaras, a modo de adiós a la caja tonta y con la vista puesta en Miraflores, el carismático animador N° 1 de la televisión venezolana, Renny Ottolina, reflexionó largamente sobre lo humano y lo divino —el formato de Aló, Presidente, no lo creo casual, se asemejaba mucho al de Renny presenta. Y el programa comentado está disponible en internet: https://www.youtube.com/watch?v=c84G2_Ysb0Q—; en esa memorable y postrera emisión, el afamado y malogrado showman manifestó su rechazo al patriótico nombre de la moneda nacional, y proponía sustituirlo con uno ligado a la crematística. De acuerdo con su peculiar Weltanschauung, llamar bolívar a nuestro signo monetario contribuía a empobrecer la significación histórica del héroe, convirtiéndole, como plata, real o cobre, en sinónimo de dinero. Independientemente de cuánto fuese su cotización en el mercado cambiario, a su entender, era una afrenta; a los ingleses, alegaba, no se les hubiese ocurrido bautizar Isabel a la libra esterlina, o a los cubanos, Fidel al peso —«deme un fidel de papel toilette, ¡válgame Dios!»—; eso decía mucho antes del viernes negro y no podía imaginar cuánto se depreciaría el bolívar bajo la regencia dictatorial de una panda de improvisados de precario saber económico, equiparable tal vez al absolutamente nulo de física cuántica del modesto escriba abajo firmante (o arriba, dependerá del diagramador), quien hilvanó las líneas precedentes en 2018, con motivo de la segunda reconversión monetaria de la revolución bonita, perpetrada por el banco central de Venezuela —las minúsculas son a posta—, en sintonía con la lógica matemática de Chávez & Maduro, «cero mata cero», a objeto de disfrazar la hiperinflación con la amputación de la nada.
«El cero es el mayor logro intelectual de la mente humana», sostuvo el matemático estadounidense de origen israelí Amir Aczel, quien pasó su vida buscando el origen de ese guarismo sin valor aparente —lo encontró en la India— y portentosamente versátil: «hizo posible la aritmética compleja y el manejo de números muy grandes, basados en una sencilla estructura cíclica donde funciona como un marcador de posición». Tiene curiosos atributos. A la derecha vale mucho, a la izquierda es insignificante. En primaria aprendimos la propiedad cero de la multiplicación: «cualquier número multiplicado por cero es igual a cero»; después, en bachillerato, los profesores afirmaban: «toda cantidad dividida entre cero equivale o tiende a infinito». Tales reglas solo tienen validez en el abstracto universo matemático; desgraciada o afortunadamente, carecen de utilidad práctica. De lo contrario, podríamos borrar del mapa a Maduro y sus secuaces multiplicándoles por cero, o amplificar al infinito nuestras querencias dividiéndolas entre el redondo comodín.
La cerofagia revolucionaria la inició el redentor de Sabaneta en 2008, copiando sin meditación frustradas experiencias sureñas. Así, con el caprichoso empeño evidenciado cuando ordenó voltearle la cabeza al albo caballo del escudo nacional, resolvió —en vivo, directo y a todo gañote— eliminar tres ceros al bolívar y, en adelante, adjetivarlo «fuerte». 10 años más tarde, siguiendo este deplorable ejemplo, el metrobusero instrumentó una medida similar sin profundizar en las causas de la irresistible devaluación de la divisa, y mucho menos en las consecuencias de una reconversión basada en la supresión no ya de tres, sino de cinco cerotes; entonces, el bolívar pasó a ser «soberano», y se le puso más masa a la mazamorra con el petro, una criptomoneda anclada al sube y baja petrolero, poco o nada apetecible. Breve fue la soberanía bolivarista, el petro se petrificó y el dólar impuso su ley. ¡Ah!, pero a la tercera va la vencida, y ahora se nos encasqueta otra reconversión. Se arrojan seis ceros más al cesto de la basura. ¡Y van 14!
El pasado miércoles, 1° de septiembre, entró en vigencia la obligatoriedad de marcar los precios con una esquizofrénica doble denominación en bolívares soberanos y digitales —la ocasión era propicia para iniciar, en beneficio de la salud mental de la ciudadanía, un proceso de desbolivarización, extensible a la toponimia—; y, promesa mediante, en octubre comenzarán a verse los especímenes del nuevo cono monetario, estandarizados con el rostro del Simón chavificado, destinados, como los anteriores, a convertirse en extravagancias numismáticas de escaso interés para los coleccionistas. Al momento de hilvanar esta cantinela, los venezolanos éramos los más pobres multimillonarios del mundo Con la reciente cirugía plástica, volvemos a ser los ramplones pelabolas de siempre, sin el rosario de los 14 ceros eliminados en 13 años al hiperdevaluado machacante. Volverán a circular las piezas de 1 bolívar —con el perfil de costumbre en el anverso y… ¿el verrugas en el reverso? —, y se evaporará en un plis plas, allanando el camino a la desaparición definitiva del inorgánico dinero acuñado en la ceca socialista del siglo XXI, u a otra operación cosmética —Quousque tandem abutere, Nicolás, patientia nostra?—, la cual concitaría un ¡cono!, pero con vírgula sobre la ene. Y permítaseme un pequeño devaneo en torno a la Ñ, ese carácter tan español.
Fernando Lázaro Carreter, filólogo, humanista, lexicógrafo y profesor universitario, fue director de la Real Academia Española entre 1991y 1998. Mantuvo una muy leída columna semanal en El País, entre otros periódicos de habla hispana —“El dardo en la palabra”—, y se le sitúa entre los grandes maestros de la filología española contemporánea. Según se cuenta, al ser consultado acerca de la pretensión de algún país de la Unión Europea o de un fabricante de teclados para computadoras, no recuerdo con exactitud, de prescindir de la letra eñe en el alfabeto castellano, se habría limitado a exclamar ¡coño! Viene a cuento la anécdota del notable académico, porque, así como los pontífices del nicofascismo chavista se han empecinado en promover un lenguaje presuntamente inclusivo, plagado de barbarismos, incorrecciones y otros delitos de lesa parla, son igualmente capaces, imbuidos de la hispanofobia del comandante có(s)mico de proscribir el uso de la «Ñ» a objeto de acallar las cuantiosísimas mentadas de madre dirigidas al Sr. Maduro, cuando los ceros se suban a la cabeza del hombre común, corriente, moliente y doliente; al producirse un apagón, una interrupción del suministro de agua u otro de los incordios derivados de su patética e ineficiente gestión.
No sé si en broma o en serio, Gabriel García Márquez propuso, no puedo precisar dónde ni cuándo, jubilar la ortografía —«Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna; enterremos las haches rupestres; firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota; y pongamos más uso de razón en los acentos escritos…»—; no obstante, esgrimió un convincente argumento en favor de la decimoquinta letra de nuestro abecedario «La ñ no es una antigualla arqueológica sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otros lugares sigue expresándose con dos». Y Miguel Otero Silva compuso un «Soneto Cándido, tal como lo hubiese escrito el diario El Nacional, cuyas eñes no llegaron sino tres meses después de haber sido fundado», del cual reproducimos los 4 versos de la primera estrofa: «Era una nina párvula y risuena/ con un sueno de amor en el corpino/ banado el rostro con blancor de armino/ y negra la mirada malaguena». No, los venezolanos no requerimos de vírgulas, tildes o rasguillos para espetarle a Nicolás y su ristra de ceros las 15 letras de rigor.
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