La segunda temporada de El Oso disputará con Succession el podio de la mejor serie dramática del 2023.
La producción sobre el mundo de la cocina en Chicago, logra mantener la consistencia en los fogones del arte dramático, amén de profundizar en las historias de sus personajes principales y secundarios.
Cada uno de ellos busca un propósito en la vida, bajo el lema de “cada segundo cuenta”.
En tal sentido, hay varios episodios para la posteridad: el de la familia Berzatto en plan película de Cassavetes y Scorsese, el dedicado a la redención de Richie, el de Marcus en su viaje gastronómico en Dinamarca, el de Sidney descubriendo la crisis del sector de la restauración en el estado de Illinois y el memorable capítulo final, dando un cierre a la premisa de abrir el comedero de Carmy, el famoso The Bear, cuyo título inspira a la creación de Chistopher Storer.
La segunda temporada se cuece a fuego lento, en las primeras de cambio, llegando a confundir. Sentimos una cierta estabilidad y zona de confort, una apariencia de armonía e inocencia por parte del grupo, en un formato de comedia seria.
En efecto, hasta el ritmo trepidante va cediendo al influjo de una reposada puesta en escena, a través de tomas largas y planos secuencia, seguidamente acelerados por los clásicos montajes rítmicos de El Oso, uno de los sellos de la casa.
La sorpresa reside en el Ecuador de la tragedia, cuando retornamos al pasado oscuro de Carmy en la celebración de una terrorífica fiesta de navidad, lastrada por los conflictos de la familia Berzatto, más próxima al caos costumbrista y mafioso de unos “Sopranos”, que al perfil “Vogue” de la dinastía Roy.
Pero la crisis del clan va por dentro, como aquellas sesiones de choque personal de la obra de Allen, de Bergman, de los Hermanos Safdie, al calor de una impresionante contribución de actores del método, quienes pasan de la memoria postraumática a un evidente ejercicio kamikaze de improvisación.
Por tanto, resulta inesperada la participación de Jemmie Lee Curtis, como la madre de Carmy, una Donna en llamas, cual versión aún más macabra y Joker de su papel legendario en Todo en todas partes al mismo tiempo.
Un guiño a su infierno en la tierra, trasplantado como complejo a la cabeza de su hijo, el pobre Carmy que está lejos de curar su cuadro de insalubridad mental, a consecuencia del suicidio de su hermano. La temporada dos cumplen con elaborar un agudo puzle de aparente rescate y reconstrucción, aunque en verdad se nos narra el fallido luto que ha desarrollado el protagonista, por su propia cuenta, tomando decisiones que lo desenfocan de su objetivo, de su meta dorada.
Una de ellas es encontrar un deshago romántico, en un antigua figura angelical, una enfermera que parece sacada deliberadamente de otra serie, dispuesta a sanar el corazón roto de nuestro antihéroe tatuado.
La bella domestica a la bestia, provocando que descuide sus intereses en el armado de su equipo exitoso.
Así que delega y los demás asumen el liderazgo, de manera positiva, por fortuna. Es parte del juego que adopta la serie en la segunda temporada, el hecho de permitir el lucimiento de Richie y Sidney, cumpliendo los grandes arcos de transformación de la trama.
En el caso de Richie, su masculinidad tóxica de hombre que impone autoridad a los gritos, cede espacio a una serenidad de traje y corbata, que supone su necesario reconocimiento de la vida adulta, dejando atrás las franelas y las mezclillas de un “working class hispter”.
Limpiando tenedores aprende una lección de humildad, de la mano de un mentor asiático, que lo ilumina con su templanza y proceso de madurez.
Mientras tanto, Carmen sufre una regresión, consumido por recuerdos y fantasías de escape, existiendo en el plano de una segunda juventud, gracias a la liberación de haber encontrado un alma gemela.
Sin embargo, todo es un simulacro, pues Carmy termina cayendo preso de sus contradicciones en la conclusión, al acabar encerrado en un refrigerador que olvidó reparar por sus múltiples distracciones.
Siendo una reflexión de la gerencia moderna, del verdadero “coaching” en la pintura de la cancha, de las leyes del emprendimiento contemporáneo, The Bear nos plantea que los “dream teams”, como los Chicago Bulls, requieren de un apostolado de dedicación exclusiva en la investigación, el ensayo, la preparación y la fase de entrega en el “delivery”.
¿Qué puede salir mal si contamos con las estrellas, el banquillo y la infraestructura?
Ahí The Bear nos despierta con un sacudón, con una tormenta, con un golpe seco de último minuto, que es lo que suele ocurrirle a las franquicias ganadoras, cuando ruedan y pierden, porque se confían.
En un pasaje lo advierte el Tío Jimmy, usando una metáfora del béisbol que cita a nuestro Miguel Cabrera.
Cada segundo cuenta, el juego no termina hasta sacar el último out.
Carmen se descuida por unos episodios, por unos segundos, dudando entre seguir el amor o la pasión por la comida.
El Oso del restaurante se lo devora, menos mal que en el día del opening.
Así que tendrá tiempo de corregir su despropósito.
De modo que Sidney asume el control de timón, en lugar del capitán herido y congelado, el que se borra como Ronaldo y De Bruyne en las finales.
El Manchester City consiguió su ansiada Champions, por un gol del ignoto, del desconocido Rodrigo de España.
Así funciona un equipo. Pep lo preparó en todas sus líneas, anticipando el borrado de sus colosos, como Haalland. Alguien tiene que hacer el gol, que asumir el mando, para tocar metal y alzar la copa.
Richie y Sidney son los que demuestran que no todo está perdido, cuando uno falla en la ecuación. Carmen entiende que el personalismo, que el espejismo del chef omnipotente y dictador, pues tiene pies de barro.
Según The Bear, el mesianismo fracasa en su concepción unipersonal de la empresa, del restaurante. El Chef de la estrella Michelin, no lo es todo.
Necesitamos de una Sidney que nos proteja, de una familia que nos apoye, de un Richie que no salve. Pero para ello, hay que prepararse con tiempo y trabajar en el diseño de la red.
Carmy tendrá una tercera temporada para arreglar su entuerto, para recuperarse, para ser el Guardiola que administra y organiza el banquillo, en pos de la victoria.
Por lo pronto, la segunda temporada nos ha electrizado y dejado con ganas de seguir degustando el caviar que sirve la serie.
La esperamos y celebramos con una botella de champán.