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Del Caracazo al carajazo

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Si hay un tema delicado, explosivo y que ha sido tratado como una papa caliente en Venezuela, es el de la gasolina. Desde los tiempos de Medina Angarita se instaló la idea de que como país petrolero que éramos, la gasolina debía ser barata. Hasta que Maduro subió los precios en 2020, tuvimos la gasolina más económica del mundo. No había artículo en Venezuela que fuera más barato que la gasolina.

Sabemos que el Caracazo no fue espontáneo. El grupo de Chávez estuvo involucrado en los trágicos sucesos de 1989, que dejaron tres centenares de muertos, miles de heridos y pérdidas materiales multimillonarias. Pero siempre existió el miedo de subir el precio de la gasolina. Y los subsidios a la gasolina producida en el país siempre fueron altísimos. Un dinero que, con aumentos sensatos y escalonados, podía haberse invertido en salud, educación y seguridad. Por ejemplo, en 2008, Pdvsa soportó la carga de perder 8.800 millones de dólares solamente por el subsidio de la gasolina. Ese subsidio en 2020 llegó a 10.000 millones de dólares. Douglas Barrios, investigador de la Universidad de Harvard, sostiene que “durante el régimen de Chávez, el costo de oportunidad del subsidio a la gasolina en Venezuela alcanzó a la astronómica cifra de 135.000 millones de dólares, monto superior al gasto conjunto en salud y educación en ese lapso”.

En 1995, Caldera hizo un ajuste: la de 95 octanos pasó de 5,85 bolívares a 14 bolívares el litro, y la de 91 octanos, de 5,65 bolívares a 10 bolívares. Mantuvo el precio de la popular y el del gasoil a 5,20 bolívares el litro. En su momento fue un escándalo, pero no pasó más nada. Y “solo” había subido en 139%.

Veintiún años después, en 2016, Maduro decretó nuevos incrementos, aprovechando la emisión de la nueva moneda: la gasolina subió 6.000% (y ellos que se quejaban del aumento de Caldera): la de 95 octanos -70% del mercado- pasó a 6 bolívares por litro. La de 91 octanos, subió a 1 bolívar por litro. Pero no hubo escándalo… no había monedas con qué pagar la gasolina.

Llegamos a 2020, con las refinerías de Amuay, Cardón y Bajo Grande (hoy unificadas como el Centro de Refinación de Paraguaná) y El Palito, escasamente produciendo gasolina que no alcanzaba para abastecer Caracas (parte de la destrucción de nuestra industria petrolera, una de las funestas consecuencias del chavismo). Aquellas rimbombantes expresiones de que “el Estado garantizaba la soberanía energética del pueblo venezolano” y “la gasolina venezolana tiene calidad humana” se fueron al traste. Ya el interior del país llevaba al menos tres años con la escasez grave de gasolina, sobre todo en los estados fronterizos donde los militares venezolanos hacían pingües negocios. El régimen de Maduro usó como excusa la cuarentena radical para explicar por qué las estaciones de servicio estaban cerradas. Pero la situación se tornó tan grave que tuvieron que importar gasolina. Una gasolina mala, sucia, chimba, con un octanaje distinto al que usan nuestros vehículos, que compraron a Irán pagando con oro.

El precio de la gasolina subió en 50.000.000.000% (sí, leyó bien, subió cincuenta mil millones por ciento) y en ese momento no pasó nada, por el estado de necesidad de combustible. Nos tragamos el aumento: entre la angustia por la pandemia, la paralización del transporte y el poder conseguir alimentos y medicinas, los venezolanos aceptamos –por poco tiempo- los nuevos e increíbles precios de nuestro combustible, que pasó de ser el más barato a ser el segundo más caro del mundo. El régimen, por supuesto, se regodeó de que había aumentado el precio, y no había pasado nada.

Pero con los nuevos precios, comenzaron “las chambas”: los negocios en torno a la gasolina. Los guardias nacionales que cobran por colear carros en las bombas o que dejan pasar sin demora a los altos jerarcas del chavismo, quienes compran gasolina subsidiada para revenderla en el mercado negro, los transportistas de las cisternas que van dejando el precioso líquido en manos de bachaqueros y, por último, pero no de menos, el contrabando.

Pero esta situación tan anormal, tan anárquica y tan desquiciada no podía seguir así y comenzaron las protestas. Primero, en las estaciones de servicio donde los GNB coleaban a quienes pagaban, se formaron tremendos pleitos que llegaron hasta golpes y disparos al aire. Luego, por la subida de los precios de los alimentos, bienes y servicios. El hecho es que, a pesar de la pandemia, la gente ha salido a la calle a reclamar con furia y con fuerza los desmanes de este régimen. Estados tradicionalmente chavistas, quieren salir de Maduro ya.

Todo empezó por el Caracazo… parece que esta pesadilla terminará con el carajazo que les dará el pueblo a los usurpadores.

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