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Del cacique brazo duro a la ruptura con Occidente el triunfo del aislamiento

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 “La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin”

Vaclav Havel

Este 12 de octubre de nuevo asistimos a otro acto de abordaje del lenguaje, una colectivización arcaica endógena del relato del poder, relato que supone una evidente necesidad de romper con occidente y de producir daño social desde el lenguaje y su paulatino empobrecimiento, así, al hacer no solamente pobre en significación al lenguaje, sino insuflarle giros de distanciamiento con Occidente, se estaría logrando la concreción absoluta de la expropiación del idioma y el mayor proyecto de aislamiento.

Un país y una sociedad con la escuela desmontada, con un modelaje inapropiado por diseño o por incapacidad, deriva como resultado en una lengua degradada que beneficia al poder y torna en verdad evidente al relato conducido para el poder, la lengua entonces se manipula  para que se pueda deconstruir la verdad.

Así pues, se nos presenta una arcadia precolombina cuyos habitantes vivían en concordia, solidaridad, plena  armonía con la naturaleza y respeto a sus deidades. Este idílico relato es interrumpido por la presencia de una banda de genocidas barbados y malolientes cuyo objetivo era arrasar con todo el beneficio propio, nada es rescatable para esta narrativa de nuestro nexo con Occidente, solo el expolio y el genocidio. Durante los tres siglos de su dominación  no se vio otra cosa que exterminio, esclavitud, expolio y violación, no hubo avance alguno, todo fue un periodo mustio de violencia y horror, en el cual a fuego lento se fraguaron las castas libertadoras que darían al traste con trescientos años de dominación. En esta demostración del discurso nihilista se pone de manifiesto la elegía al reduccionismo, al mito que simplifica eventos históricos y procesos de desarrollo social, dejando por fuera las causas políticas, sociológicas y económicas que explican los procesos de independencia.

Para estos hablantes sin talante democrático, la recalificación de los hechos históricos es una tara mental embridada en los más oscuros inicios del chavismo, la intención de escindir al país de Occidente, aislarnos de nuestra amplia herencia cultural, hacer difusos los vínculos con Europa y crear una narrativa arcaica y endógena, en este estado de las cosas, el mundo precolombino es un ejemplo de convivencia idílica, es una prolongación del mito europeo del buen salvaje, Lo que se intenta demostrar con este nihilismo en el discurso es  conectarnos visceralmente, y por ende, escindidos de racionalidad con nuestras raíces auténticas- exclusivamente indígenas- las cuales son puras y buenas, al pensar que estas raíces son esencialmente buenas, y que es posible que hacia allá podamos volver, sin analizar que es un discurso cuyos logos contienen una carga connatural hacia cualquier fundamentalismo indigenista, y por ende arrollar y suprimir a todo aquello que se oponga o simplemente disienta, pues se hace tolerable atropellar en nombre de esta idea de un bien y de una verdad manipulada.

El simplismo radical se hace perpetuo al asumir radicalmente que los indígenas casi beatificados son atacados por los demonios españoles, así comienza la primera confrontación entre el bien y el mal en la tierra venezolana. Se obvia que España nos dio la fe que hoy profesamos mayoritariamente, la lengua con la cual nos comunicamos y en la cual escribo esta columna. Se obvia que España construyó un mapa de Hispanoamérica, así quienes hoy viven separados se pueden sentir unidos por un vínculo en común: La Hispanidad.

Se sostiene tozudamente que con España no tenemos nada que ver, que es un cuerpo heterónomo, ajeno e invasivo, escindirnos de España supone un acto de automutilación de insospechadas consecuencias, pero con un gran crédito político para el poder total, se abonan dos sendas bifurcas: una, la existencia de bondad absoluta y el retorno a las siempre existentes utopías totalitarias fundamentadas o pivotadas en fundamentalismos indígenas, este fundamentalismo utópico y totalitario que se encuentra en la idea de  la bondad existente en la pertenencia precolombina. Por otra parte, al separarnos de España, al aislarnos de Occidente, se nos separa de Grecia, clave para la construcción de la democracia y la libertad, a la par se le confiere al régimen una patente de corso poderosa para acometer ante la comunidad internacional, toda una serie de acciones y construcciones liberticidas soberanas, que no pueden ser sometidas bajo ningún concepto al árbitro internacional.

La separación con España, es un combate durante la gesta independentista entre patriotas buenos, y el mal absoluto encarnado en los realistas, en ningún momento se juzga si la pequeña élite que promovió la guerra lo hizo en función a intereses propios muy tangibles, amén de estímulos de toda índole provenientes de Inglaterra, potencia empeñada en acabar con el imperio español. Nunca son evaluados los costes para la población de Venezuela, la cual sufre una contracción poblacional de un millón de personas a quinientos sesenta mil entre 1807 y 1820, en medio de un panorama de violencia, hambruna, desolación y arrase. No se aprecian las consecuencias de la automutilación que supuso cortar con tal pugnacidad y violencia con la fuente que, al legarnos códigos lingüísticos y religión, es la que más ha aportado a nuestro ser nacional.

La idea subyacente es que veamos al encuentro entre españoles e indígenas como un acto de genocidio, cometido sin piedad por agentes de un imperio feroz y luego advirtamos a la gesta de independencia como un conflicto entre el bien superior encarnado en los patriotas, y en Bolívar idealizado en una suerte de semidiós, que lograron prevalecer contra el mal total, manteniendo indemnes las dicotomías y el ideal de recuperar el paraíso perdido.

Idearios tan fértiles para cosechar totalitarismos y anclar allí nuestro culmen del imaginario y rendimiento histórico. Es fundamental para la hegemonía en el poder hacernos sentir cómodos con la idea de la pugnacidad, la guerra y el conflicto.

Se niega el vínculo con España y no se puede regresar al paraíso precolombino. En tal sentido se escinde y se niega todo nexo con la etapa republicana libre y democrática, se abona en el discurso el expolio de la democracia dirigida por civiles, con todas sus virtudes y defectos, se proscriben los logros de una etapa democrática desde 1958 hasta 1998, lapso en el cual se logra darle un giro total a un país que en la década de 1960s retó y derrotó a las intenciones de la expansión del castrismo, que no era otra cosa que la Internacional Comunista, siempre lista para dar al traste con cualquier democracia en ciernes e igualmente rompió las pretensiones de Estados Unidos por mantener dictadores de derecha manipulables y leales en su patio trasero. En este periodo envilecido con saña criminal, ocurren importantes reformas educativas, avances en sanidad y servicios púbicos, se fomenta una fuerte clase media,  base de toda sociedad democrática. Constituye lo más caustico para el relato de la hegemonía instalada en el poder que los civiles ejercen el poder y prolifera la pluralidad, Venezuela surge como un país integrado al mundo globalizado, Es justamente esta fase del relato la cual le es especialmente indeseable al régimen y la cual intentan acallar, atacar y deformar con saña y ferocidad.

Este periodo está caracterizado por la sujeción del mundo militar al ejercicio civil del poder, los militares son acotados a los cuarteles y al manejo de temas de seguridad de Estado, a lo interno cumplen funciones de resguardo al legitimo proceso electoral y ayuda en catástrofes; la individualidad adquiere contornos más nítidos, y la valoración de lo esencialmente autóctono es valorada con sano escepticismo. Este relato de la Venezuela republicana y civil pone en peligro al mesianismo militarista endógeno y colectivista, los claros límites de un individuo independiente evitan los desvíos hacia la oclocracia. Hay que acabar entonces con todo relato civil, ya que todo es potable de ser expoliado desde la civilidad, el nihilismo entre golpes de Estado buenos y malos, y lograr asaltar consciencias y paradigmas.

Al glorificar la gesta independentista, se recrea la posibilidad de asaltar la conciencia y hacer omnisciente la idea de un liderazgo mesiánico militar, estar entonces gobernados por militares que logren traer el siglo XIX al siglo XXI, es el logro fundamental de la estafa de la lengua para la dominación y la colonización de la mente, estos nuevos dirigentes se definen como los vengadores de un genocidio indígena, borrar a Occidente es el sentido más palmario de una empresa aislacionista.

Reducir el lenguaje, hacer naufragar al hogar y a la escuela, empobrecer las cadenas de sintaxis que le dan sentido a las vías de causalidad, es el triunfo de la neolengua y de la posverdad, alejarnos del uso de un español estándar, por la escalada de procacidades y reducciones a la lengua, aceptar ser calificados con epítetos que nos suprimen de humanidad y que los mismos sean empleados sin ambages por la oposición, supone que de sociedad pasamos a tribu y que de liderazgos a caciquismos, entendiendo que el caciquismo es una suerte de desviación del poder denunciada por el jurista español Joaquín Costa Martínez.

La pobreza en el lenguaje es usada tanto por el régimen como por sus oponentes, así se habla de elecciones y encuestas chimbas, de guisar a un candidato, de auditorías chucutas, cuando lo deseable es utilizar el castellano estándar que nos era común, y en tal sentido, calificar con talante democrático y de altura al indicar que las elecciones no suceden en marcos de transparencias o las encuestas adolecen de criterios de veracidad científica, que se está engañando a un candidato o bien sea las auditorias presentan sesgos, este ejercicio ofrecido como ejemplo queda pulverizado cuando se acude a regionalismos, lenguaje coloquial y venezolanismos que nos separan cada vez más de una lengua estándar para la libertad y el bienestar.

El cacique brazo duro, es la reafirmación de los telurismos propios de modelos totalitarios, la procura de romper con Occidente y hacer nexos con el modelaje degradante, toda una sociedad es llevada de la mano hacia discursos descocidos y soeces, la narrativa torcida de la negación con Occidente, hacerse llamar cacique de los pueblos originarios y desconocer la masacre cometida contra los pemones que protestaban anta la imposibilidad de recibir la ayuda humanitaria, así como con  todos los pueblos originarios que tienen que coexistir con las mafias de la extracción del oro en el Arco Minero del Orinoco; volver al pasado precolombino es la idea de un pseudológo fantástico, torcer la realidad, hacer potable la falacia y lo fantástico, en medio de este fracaso sideral como sociedad.

Más allá de la mera exposición a la civilización del espectáculo, los neologismos propios del régimen y la perversidad en la construcción de una lengua paralela, es menester auscultar en la hendidura de la malignidad del chavismo y ese gusto por escindirnos de Occidente, tras esa tara se esconden inconfesables planes de negar la posibilidad de encontrar líneas de construcción cónsonas con la democracia, la libertad y la lógica racional clásica, y quizás el mayor redito político subyace en la posibilidad de mutilar el nexo con las virtudes y sustituirlas por los vicios propios de los fundamentalismos, bajo los cuales se morigeran todos los proyectos autoritarios.

Estos años están caracterizados por una violenta crisis de la verdad como paradigma, sin embargo, el espectro de esta crisis ya supera los límites filosóficos, psicológicos y sociales para trocarse en una suerte de patología; desde el régimen se aborda el discurso con una consciente pseudología fantástica, una propensión connaturalmente aviesa para mentir y engañar, la mentira se reviste de grandiosidad para intentar ser aceptado socialmente, quien miente conoce que en efecto lo hace, pero a diferencia de un paciente, decide deliberadamente continuar en la creación de un relato ficticio, integrando a su realidad la andanada de falsedades con las cuales pretende engañar al auditorio, el histrionismo nunca está ausente de estas praxis y en conclusión, la procura de espectáculos vacuos, sin sentido y aviesos son recurrentes.

Renombrar obras públicas, indicando que el mestizo Francisco Fajardo era un genocida, desconociendo que su madre era la cacica Isabel, prima del Cacique Naiguatá; en un intento por recalificar la historia, pero  el culmen de esa pretensión panfletaria la advertimos en la aceptación de un retrato de Nicolás Maduro, coronado con un penacho de plumas bajo el nombre de Cacique Brazo Duro, una verdadera afrenta que hace la perversa posverdad para satisfacer el narcicismo límite de quien ejerce el poder, y quien además, cual deidad olímpica caribeña, se precia de ser hijo de Chávez, de Bolívar o de Guaicaipuro según la ocasión lo amerite, tomando en cuenta que restos simbólicos de este último líder indígena y de Negro Primero, reposan en el Panteón Nacional, en una suerte de culto a la superchería, con una fe deformada que solo puede explicar la ausencia del debate.

Hartos de realismos mágicos, cansados de cambios fútiles a nombres de obras públicas, de juicios históricos sin fundamento, así en medio de este nuevo renacer de la “lengua tertii imperi” (LTI), cual Viktor Klemperer nos corresponde mantener la llama de la verdad crepitando, aunque sea en los espacios de nuestros paradigmas personales y mentales, reconocer las posturas aviesas de los pseudo hablantes y pseudológos fantásticos que hoy han abordado y colonizado todos los espacios de la vida de este escombro de país, mantenernos sanos de mente para poder compilar este horror, para llevar nuestro doloroso lenguaje paralelo de este holocausto rojo trópico que nos tocó padecer.

Como corolario de esta columna para el diario El Nacional y en una suerte de ejercicio docente elemental traído de la escuela básica que me tocó disfrutar antes del naufragio de la educación, me permito aclararle a Nicolás Maduro que Juan Vicente Bolívar, padre de Simón Bolívar, a quien esta revolución ha desvirtuado hasta las facciones faciales, para genéticamente mutilarlo de Europa, de sus orígenes vizcaínos y hacerlo parecer un zambo a lo Guayasamín; fue uno de los hombres más ricos de la colonia en el imperio español, un heredero prospero, propietario de haciendas,  hatos, innumerables inmuebles y almacenes, de hecho, Don Juan Vicente Bolívar y Ponte incluso optó por un título de Castilla “Marques de San Luis y vizconde de Cocorote”. Esta aclaratoria a los fines de sustentar esa peregrina declaración en cadena nacional, en la cual Nicolás Maduro, en su habitual actitud histriónica, asumía el rol de profesor de historia y se permitía decir que don Juan Vicente Bolívar se definía como antiimperialista. Es necesario que este país deje de ser engañado, pues del hombre nuevo revolucionario hemos pasado al homo saucius.

Por más cambios a los nombres, intentos de abordaje al paradigma y ahora títulos de cacique brazo duro, la realidad supera a las formas, y las formas del socialismo son ética y estéticamente reprochables. Mientras tengamos medios libres, teclados irredentos y cátedras independientes seguiremos resistiendo el proyecto aislacionista de volvernos una suerte de Kampuchea tropical.

   “Nadie está obligado a vivir según el criterio de otros, sino que cada cual es garante de su propia libertad”

        Baruch Spinoza      

 

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