Como es un año electoral en Estados Unidos, quisiera referirme a una gran batalla política que muestra el talante norteamericano; una elección que trajo cambios tan profundos en la democracia de ese país, que hasta el día de hoy se sigue su ejemplo.
Esta historia realmente no empieza en 1828. Para entender a los personajes, debemos trasladarnos a la guerra anglo-estadounidense de 1812. Esta guerra trajo consigo a un gran líder conocido como “Old Hickory” (El Viejo Nogal); un general llamado Andrew Jackson, quien se alza como uno de los héroes más importantes y reconocidos de este período. La famosa batalla de Nueva Orleans, que se libró el 8 de enero de 1815, lo propulsó para ser uno de los hombres más queridos y conocidos de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo especial de esta batalla fue su ingenio, pues al ser Jackson el comandante de las tropas, atrincheró a sus hombres para dar la batalla; una lucha que sería breve por la gran maniobra de camuflaje del ejército estadounidense, la cual dejaría sumamente expuestos a los ingleses.
La batalla sumaba más de 12.000 hombres entre los dos bandos. La flota inglesa tenía 50 barcos que trasladaban a 7.000 hombres, mientras que el general Jackson tenía únicamente 5.000 hombres bajo su mando, 2.000 menos que sus adversarios. Lo que se esperaría en este tipo de ataques sería un gran derramamiento de sangre en ambas tropas, lo cual realmente no ocurrió gracias a la estrategia jugada por el ejército norteamericano. El bando inglés terminaría con 2.037 víctimas de guerra, mientras que los americanos terminarían la batalla con tan solo 71 bajas. La victoria encaminaría la carrera política de Jackson, al consagrarse como líder para todo el pueblo americano.
Posteriormente, el general Jackson, hijo de emigrantes europeos, decide optar por el cargo de presidente de Estados Unidos en las elecciones de 1824, siendo postulado por el estado de Tennessee.
Estas son las primeras elecciones sin un claro sucesor a la presidencia, debido a que los padres de la democracia norteamericana ya habían fallecido y el puesto de primer mandatario no estaba asegurado para ningún candidato. Su contrincante principal fue el secretario de Estado, John Quincy Adams, hijo del segundo presidente de Estados Unidos, John Adams. Podríamos decir que en la historia de este país no ha habido un candidato tan preparado como John Quincy Adams: hijo de un ex presidente, secretario de Estado y representante diplomático por muchos años; simplemente, era el candidato perfecto para la sucesión presidencial.
La batalla electoral del 9 de noviembre de 1824 trajo un giro muy interesante para la vieja guardia de la política norteamericana. Los resultados evidenciaron un claro apoyo a Jackson, que obtuvo 151.363 votos, lo que se materializaba en 41,36% del voto popular, mientras que John Quincy Adams obtuvo 108.740 votos, que se traducía en 30,92% del voto popular.
Aunque existe un claro ganador en el voto popular, para tomar la presidencia se necesitaba contar, en aquella época, con 131 delegados (la mitad más uno de los 261 totales) en los colegios electorales y ninguno cumplía este criterio: Jackson tenía 99 delegados y John Quincy Adams, 84; adicionalmente, William H. Crawford (secretario del Tesoro) alcanzaba 41 delegados y Henry Clay (presidente de la Cámara de Representantes) 37. Al no lograr alzarse con la mayoría para gobernar, la decisión de quién será el próximo presidente queda en manos del Congreso norteamericano, con lo que 213 hombres decidían el futuro de la presidencia de nación.
Henry Clay, aunque no podía ser elegible para tomar posición de la presidencia, desempeñó un papel fundamental en esta elección, dado que al ser presidente de la Cámara de Representantes sugirió a sus colegas parlamentarios que el cargo de presidente lo debería asumir el secretario de Estado, convirtiéndose así John Quincy Adams en el 6° presidente de Estados Unidos y Henry Clay en su secretario de Estado por el período 1825-1829.
El ahora senador Andrew Jackson, al ver cómo le habían quitado la presidencia “al pueblo norteamericano” y habían destruido la democracia, denunció ese “trato corrupto” y se enmarcó en su siguiente batalla: sacar a Adams de la presidencia en las venideras elecciones de 1828. Este período de 1824 a 1828 se considera como la primera gran campaña electoral de Estados Unidos; una campaña que trajo consigo la histórica rivalidad entre los candidatos y la primera en contar con una “campaña sucia” entre los contendientes.
El primer paso de Jackson fue renunciar a su puesto en el Senado para dedicarse de lleno a la carrera presidencial y buscar apoyos claves que lo llevarían al sillón de la Casa Blanca. El primer apoyo claro, y el más importante, fue el de Martin Van Buren, a quien la historia colocaría como la mano derecha de Jackson. Ambos inician una campaña de desprestigio en contra del presidente John Quincy Adams. En los principales periódicos describían a Adams como el suministrador de chicas americanas al zar de Rusia; es decir, lo categorizaban como el proxeneta que usurpó la Casa Blanca. El gobierno de Adams solicitaba su respuesta a tales acusaciones, pero Adams no veía la política como una guerra sucia, él solo se dedicaba a pensar en cómo modernizar la nación y dejó a un lado el contacto con el pueblo americano. Su equipo político, sin el apoyo de su cabeza, puso a circular una historia acerca de la bigamia de la esposa de Jackson. Esto le trajo gran dolor al seno de la familia Jackson, pero no detuvo al general de su objetivo: destruir la imagen del presidente “usurpador”.
En 1827, Quincy Adams, preocupado por la creciente popularidad de Andrew Jackson en la Nación, se embarca hacia ser un perfil más público y decide asistir a un evento de “colocación de primera piedra”. Al dar su discurso, toma la pala y, al intentar hacer el hoyo tradicional del inicio de obras, da con una raíz y se ve imposibilitado. Este evento dio pie a una gran burla nacional que desencantó a Adams y se alejó aún más del pueblo norteamericano. Al ver las crecientes burlas, Henry Clay, de momento secretario de Estado y sucesor natural de Adams, se traza en una campaña de descrédito a la gestión del general Jackson, investigando su pasado dentro del ejército norteamericano, principal fuerte del candidato opositor. Esta investigación da sus frutos y dan con ciertas decisiones que el general, en tribunal marcial, había tomado. Estas decisiones se centraban en ejecutar a ciertos activos militares de las fuerzas americanas por corruptelas cometidas. Esto fue llevado a la prensa y se crearon los famosos folletos de urnas que dieron un vuelco a la popularidad de Jackson en la sociedad, imagen que sería rescatada a inicios de 1828.
En 1828, año de las elecciones presidenciales, se celebraba uno de los aniversarios más importantes, el de la guerra de 1812; era una oportunidad única para Jackson de pulir su imagen y llenar toda la nación de sus grandes victorias del pasado. Esta celebración fue claramente uno de los actos de masas más icónicos de la carrera presidencial de aquel año, pero también fue, sin duda, una de las más importantes para la historia política norteamericana, pues fue el primer acto de masas de una campaña presidencial. El acto fue tan importante que las imágenes dieron la vuelta por todos los estados de la unión.
El gobierno de Adams se daba por perdido y lanzan un contrataque que terminó de hundir su campaña. Hicieron publicaciones de la mala escritura de Jackson y lo que consiguieron fue que los ciudadanos igualaran al general con George Washington, primer presidente de Estados Unidos, que sufría de dislexia y esto consolidó aún más el liderazgo social del candidato opositor. Apartando esto, los ciudadanos también se sentían más representados por Jackson porque, en esta temprana etapa republicana, los estadounidenses no tenían una gran formación escolar y los errores eran comunes entre la gente.
Las elecciones se desarrollaron entre el 31 de octubre y el 2 de diciembre de 1828 y son consideradas de las votaciones más importantes en la historia de Estados Unidos. Entre otras cosas, la presión popular hizo que el derecho al voto se ampliara a todos los hombres blancos y porque logró que el partido de Jackson tuviese una estabilidad tan importante que, desde este momento, siempre quedaría en primer o segundo lugar en todas las elecciones hasta nuestros días. A este partido se le conoce en la actualidad como el Partido Demócrata.
El sufragio empezó en Ohio y Pensilvania y terminó en Carolina del Norte. El 3 de diciembre, el Colegio Electoral declara ganador a Andrew Jackson, con una aplastante victoria contra su rival John Quincy Adams, tras obtener 178 votos electorales de 261. Mientras, los 83 votos de Adams fueron uno menos que los obtenidos en su anterior elección.
Y así es el talante norteamericano: Andrew Jackson se convirtió en séptimo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, sucedido posteriormente por Martin Van Buren, su secretario de Estado y vicepresidente. No es casualidad que Jackson sea el presidente que está en el billete de 50 dólares.
Traigo este relato a colación simplemente para recordar que la democracia, aunque sea mermada y debilitada por el accionar de algunos mandatarios, siempre vuelve a su curso natural. Las elecciones de 1824 le pertenecieron a Jackson, porque el pueblo y las reglas democráticas así lo establecían. Todo esto nos trae una enseñanza clara: el ir contra la decisión del pueblo siempre trae consecuencias a quienes rompen el juego democrático, fortalece mucho más las ansias de libertad y reafirma la intención soberana de los ciudadanos.
Este es un claro mensaje a todos los que nos definimos como políticos: nunca podemos pensar que somos más inteligentes que los ciudadanos, tampoco podemos creer que nuestros intereses personales están por encima de los intereses de todo un país y mucho menos podemos hacernos partícipes de ir en contra de la voluntad de un pueblo.
Al final, la democracia es como un río; si tomamos la decisión de desviar su camino, a la primera crecida volverá a su cauce.
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