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Degradación de la lengua y camino a la servidumbre, acerca de cómo se deja de pensar

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“No tienen que quemar libros para destruir la cultura. Sólo haz que la gente deje de leerlos”.

Rad Bradbury

El lenguaje es un poderoso instrumento por medio del cual el ser humano alcanza su condición de sujeto pensante, es una construcción ontológica y connaturalmente vinculada con el pensamiento. A través del lenguaje construimos cadenas de causalidad que permiten describir emociones, acciones, entender situaciones y determinar selectivamente y a su vez de manera conjuntiva e implicativa la validez de un razonamiento, en términos de lógica argumental y básica la veracidad de una proposición, más allá de determinar si es verdadera, demostrar si es válida. La tesis del autor y profesor suizo Christophe Clavé, plasmada en su obra Les Voies de la Statégie (Las voces de la estrategia), nos relata cómo el coeficiente intelectual de la población mundial se ha contraído a niveles alarmantes, aunque el crecimiento exponencial del coeficiente intelectual, medido a través del efecto Flynn, se ha desplomado, convirtiéndose en un elemento contrario a la expansión de las nuevas tecnologías, como resultado fundamental del envilecimiento de la lengua, principalmente desde la década de los años noventa del siglo XX en los países europeos.

La causa de esta reversión intelectual reside en la depauperación del lenguaje, en su pobreza, en la incapacidad sintáctica, lingüística y gramatical, que impide comunicarnos de manera efectiva y asertiva, haciendo uso de un lenguaje estéticamente correcto, volviendo a nuestra casa grande en términos civilizatorios, retornando a la Grecia Helénica, nos hemos trocado en bárbaros. Ya no se habla, se balbucean torpezas, se relajan las normas gramaticales y sintácticas, se tornan relativas, blandas además de banales; sin un lenguaje apropiado no podemos lograr construir un pensamiento crítico y complejo, es decir, estamos dándole la espalda a la obra de Morín y con un lenguaje precario somos incapaces de discriminar o seleccionar las ideas, menos logramos conjuntar razonamientos y por ende implicamos de manera errónea hacia la contradicción, es decir, negar negando en términos de lógica modus tollendo tollens, e inclusive se puede afirmar negando, en lógica modus ponendo tollens, estos procesos de contradicción colectiva, nos llevan a un estado de hipnosis colectiva, de extravío social y hasta de olvido comunitario.

Existe la supresión exprofeso de los tiempos verbales, del empleo del narrador omnisciente, se escribe con la misma rudeza con la cual se pretende hablar, acudiendo a un balbuceo ininteligible que nos aleja de la estética que embrida la eticidad de los valores y las virtudes ciudadanas, y nos aproxima al rudimento de la mera comunicación de comandos, al uso del presente y por ende a la incapacidad de hacer proyecciones, de referirnos de manera certera a lo que puede ocurrir haciendo uso de un lenguaje que, además de calificar, describa con eficiencia y sea medio efectivo de transmisión de emociones, de situaciones y de implicaciones para determinar el estado natural de las cosas. El lenguaje es la herramienta para describir la cosa viva, el imperio de la razón, pero en su depauperación medra el extravío social, la pobreza de la gnosis y la imposibilidad de pensar con claridad. Las oraciones que están imbricadas con el pensamiento son sustituidas por formas posmodernas del habla, uso de imágenes de los chats, a los cuales se les transfieren cualidades humanizantes, se les emocionaliza y se les convierte en un adefesio onomatopéyico al cual se le califica de emoticón, así una cara roja, el símbolo de un amago emético o los ojos trocados en corazones, suponen un contenido de información que termina acotando al lenguaje, expoliándolo de su capacidad de significación, de su cualidad estética para construir pensamientos y limitando a una mera simulación barbárica el uso de esas trazas de posmodernidad lingüística, dan cuenta de una infinita pobreza del logo, además agravada por la liquidez de las redes sociales.

El empleo cada vez menos frecuente de las mayúsculas, los signos de puntuación, los tiempos verbales, el correcto manejo de la regularidad verbal y la irregularidad de los mismos al conjugarse, conforman una grave lesión al habla, suprimen la riqueza de la expresión verbal y por ende cuanto menos palabras usamos, acudimos a una deconstrucción de las formas de análisis, comprensión lectora y menos de pensamiento crítico; justo allí subyace la imposibilidad resolutiva, la incapacidad hacia la abstracción y por ende la pérdida de la capacidad de pensar correctamente, la coprolalia, esa tara lingüística de ensuciar el lenguaje con el uso desmedido de las groserías y lenguaje vulgar, es común en nuestra juventud y son el claro síntoma de un hogar en crisis y de un sistema educativo decadente, que no enseña sino que engaña. La cada vez menor capacidad de conjugar verbos imposibilita transmitir emociones y aun menos conducen a la elaboración del pensamiento, la violencia privada y pública, encuentra sus raíces en la incapacidad para describir emociones a través de palabras. Sin palabras como insumos no hay pensamiento crítico como producto, hasta el punto de que a mayor depauperación de la lengua el pensamiento puede desaparecer.

La distopia totalitaria de Orwell explica cómo el uso de una lengua alterna o neolenguaje es la característica común de los regímenes totalitarios, el totalitarismo es enemigo de la expresión libre y propende al uso de un lenguaje cada vez más reducido y escindido de todo sentido; paralelamente, la pobreza del lenguaje puede coexistir con formas de distopia lúdica, como la reducción en un “mundo feliz”, recogida en la obra de Aldous Huxley, en donde se cuenten con libros e información, pero se adolezca de todo interés para leerlos, esa es otra dimensión de pobreza: la indiferencia que también atenta contra el sentido del pensamiento claro.

Somos una sociedad hiperconectada, con exceso de información, pero totalmente desinformada. La liquidez de las redes nos conduce hacia una gran pobreza del lenguaje, esta realidad nos compele a las familias a leer, a exponer a los niños a actividades culturales, a retomar el hábito de la lectura semanal de periódicos y columnas de prensa, retomar la conversación familiar como una suerte de ágora intelectual, con concurrencia de emociones que nos aparte de los dispositivos inteligentes y nos obligue a socializar. Sin capacidad para expresar las emociones estamos condenados a la imposibilidad para pensar, y por ende, hacia la violencia privada y pública, la deshumanización del otro, la aplicación de prácticas ominosas de ostracismo que constituyen formas de violencia y rudeza en el pensamiento. El reto se encuentra en obligarnos a escribir las palabras completas, pronunciarlas de manera correcta y construir ulteriormente un pensamiento certero, válido y por ende promotor de racionalidad.

En nuestro país hemos acudido a un proceso no de quema de libros, sino de abandono de la lectura, el abandono del sistema educativo ha convertido a los estudiantes en pacientes pedagógicos, en víctimas de un sistema que les confirió una titulación sin contar con competencias mínimas en lectura, escritura y comunicación y de allí, el abandono de las formas de abstracción y análisis requeridas en los elementales algoritmos algebraicos que son incomprensibles para una población estudiantil expoliada de lengua; el gran logro de esta hegemonía dominante se pivota en el envilecimiento de la lengua, logro que les ha permitido perpetuarse en el poder y banalizar la emergencia humanitaria que hace crujir a este ex país.

El reto reside en la propuesta de Václav Havel, primer presidente de Checoslovaquia, quien en su obra El poder de los sin poder, instaba a toda la humanidad a no asumir el lenguaje charlatán del régimen, a evitar caer en los charcos del pensamiento; acudamos a las metáforas, al empleo de las analogías y el uso de un lenguaje estéticamente apropiado, para construir un contradiscurso que se oponga a la mentira, pues el concepto mismo de la posverdad es líquido y vago en calificación, aquello que va más allá de la verdad es simplemente una mentira, y este régimen emplea la mentira como política de Estado, sabiéndonos sin poder, acudamos a acotar al poder omnímodo, con la última y única frontera de la cual disponemos, la mente y el espíritu, que bien aprovisionados en un lenguaje apropiado como mecanismo de protección de la gnosis y del alma, se convierten en terrenos inabordables para el horror total.

Finalmente, de nuevo es lugar común de angustias compartidas que la depauperación del lenguaje nos conduce al servilismo, a la obediencia y finalmente a la dominación total, constituyendo el adefesio de ser una sociedad absolutamente conectada y vinculada, pero paralelamente muy pobre el conocimiento e intelectualmente débiles. Con base en esa debilidad intelectual, somos además manipulables, influenciables y nimios ante el mal. Si la escuela naufragó y el hogar también, entonces aferrémonos a la balsa del lenguaje, para navegar en medio de un mar tormentoso, que nos permita llegar a Ítaca e imponer de nuevo el tránsito a la civilidad.

La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin”.

Václav Havel

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