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Defoe, de Londres al fin de la Tierra 

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En definitiva, lo conozco todo;

conozco a los de buen color y a los pálidos;

conozco a la Muerte que todo lo consume,

conozco todo, excepto a mí mismo.

François Villon

 

El 2 de enero de 2018 cayó en mis manos el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. El único libro que había leído de Defoe era su novela conocida mundialmente Robinson Crusoe. “Fue a principios de septiembre de 1664 cuando me entere, al mismo tiempo que mis vecinos, de que la peste estaba de vuelta a Holanda. Ya se había mostrado muy violenta allí en 1663, sobre todo en Ámsterdam y Rotterdam, adonde había sido traída según unos de Italia, según otros de Levante, entre las mercancías transportadas por la flota turca; otros decían que la había traído de Candia, y otros que de Chipre. Pero no importaba de dónde había venido; todo el mundo coincidía en que estaba otra vez en Holanda”. Así comienza Defoe el Diario del año de la peste. Tal inicio tuvo un efecto narcótico en mí: solté el libro alrededor de las cuatro de la mañana, el miércoles tres de enero.

El gran efecto de verosimilitud que logra Defoe en el libro es magistral. Aquel día me fui a dormir creyendo todo a pie juntillas. Terminé el libro en tres días y lo dejé reposando en mi biblioteca. En aras de la verdad, debo decir que Daniel Defoe no me ha interesado tanto por sus obras como por su vida. Sobre la dudosa información de su nacimiento, casi todo el mundo coincide en que fue en Fore Street, en la parroquia de St. Giles Cripplegate (Londres), donde a veces paso, cuando voy de camino a cualquier bar para un encuentro con algunos amigos o de visita a cualquier librería de segunda mano. Luego, la vida vil, sin honra y como falsificador del autor, es la que me interesa de verdad. Defoe era un hombre astuto y avaro; lo importante para él era ganar dinero a costa de todo. Hijo de pequeños comerciantes, intentó ganar dinero con una mercería y lo que se ganó fue la fama de deshonesto.

A los 32 años, quebrado y con la amenaza de ir a la cárcel por el resto de su vida, empezó a escribir en los periódicos, durante el reinado de Guillermo III; igual que nuestro autor, ese reinado era polémico, ya que se conocía al monarca por ser mujeriego y por su bisexualidad. De alguna manera, Defoe logró dirigir durante nueve años una revista semanal, a pesar de que desarrollaba múltiples actividades en el periodismo, es decir, investigador, denunciante, desinformador, etc. Pero esos trabajos y esa época de bonanza no durarían mucho para él, debido a que caería una gran desgracia sobre sus hombros. Defoe en su casa era un hombre silencioso, solitario que vivió toda su vida en Inglaterra igual como Robinson en su isla. Y su silencio inquietaba a su esposa y a sus hijos. Lamentablemente Defoe, viendo que un juicio se le venía encima, se vio obligado a huir sin despedirse de su familia y terminó moribundo en un cuartucho en un barrio desdeñable de Londres.

El 11 de marzo de 2020, cuando se declaró la pandemia llamada COVID, decidí releer Diario del año de la peste, sin saber lo que venía en los meses siguientes, cuando vería a infinidades de conocidos, amigos y familiares de mis amigos ser dados de baja por una peste que, hasta ahora, luego de la tormenta, no se sabe muy bien cómo surgió. Y luego de que más de seis millones de personas murieran en el mundo por la terrible enfermedad, puedo decir, como lo dijo Defoe en su libro: “Una terrible peste hubo en Londres en el año sesenta y cinco que arraso con cien mil almas ¡Y sin embargo estoy vivo!” Luego del COVID estoy vivo. Vivo y consciente de que hemos olvidado el asombro de estar vivos ¿Qué más puedo pedir?

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