En el panorama político español algo se mueve estos días, más acusadamente de lo habitual. Se advierte en las convulsiones provocadas por el reajuste previo a la gran guerra de este 2023. Encajes internos de piezas ya existentes en el seno de los partidos, trasvases de personajes, o personajillos a titulo individual o en grupo, desde algunas formaciones en derribo, hacia otros refugios más acogedores… etc. Y los efectos de las promesas de amor y las amenazas de divorcio, según los casos, en cuanto a las alianzas de pasado o de futuro. Nos acecha un tiempo electoral, época de sensaciones, barruntos, emociones, crisis vitales para muchos, y otros riesgos varios. Una situación difícil de gestionar, y como decía Bismarck en 1863, la política no es una ciencia exacta. Dos décadas después, simplemente no la consideraba una ciencia, ni exacta ni inexacta.
La política es un juego de normas acomodaticias que depende mucho de su particular compás. Tanto que, en algunas «facultades de ciencias políticas», especialmente en la de mayor reputación, por el éxito social de algunos personajes salidos de sus aulas, convendría crear un master, de estudios avanzados, sobre el «juego de las siete y media». En el cual podrán matricularse aquellos alumnos y profesores que estén en posesión del título de grado en: «broncas, ejercicios de descerebración y ensayos liberticidas». Paralelamente el c.i.s., organismo de reconocido prestigio por sus éxitos demoscópicos, ha abierto el plazo de matrícula para su propio master, acerca de «pronósticos electorales: antología del disparate».
Los políticos salen a campaña, buscando la unión de sus tropas; incluso las menos «unibles». A diestra y siniestra, se repiten las voces llamando a la integración. Suenan los acordes de «prietas las filas, recias, marciales,…» pero de momento no van tan fluidas como desearían sus jefes. Hay mucho en juego, casi todo, menos el interés colectivo por España. El presidente, desde su cuartel general en Moncloa, parece decidido a adoptar una estrategia ofensiva a la defensiva. Necesita un reajuste en el gobierno, aunque las crisis gubernamentales siempre dejan enemigos por el camino. En esta coyuntura electoral mover ficha es un riesgo, y no hacerlo, tal y como se presentan las cosas, también. Se acepta comúnmente la afirmación de Chatelain, según la cual todo error en política es un crimen, pero en contienda electoral es además un desastre.
Resulta evidente que los «podemitas», sedicentes comunistas, han seguido el consejo de Blanqui, y se han apartado con mucha más facilidad de la utopía, que del poder. En esta sociedad de mandarines, escribía Miguel Espinosa, «la política no es otra cosa que la simpatía del poder hacia sí mismo». La izquierda extrema tiene más «corrientes» que los siete mares; más «bandos» que el archivo del ayuntamiento de Madrid, y más «capillas» que el Vaticano. Lo de «unidas podemos» suena a sarcasmo, lo mismo que lo de «sumar» y otras formaciones. Malas perspectivas, porque, como advertía Adenauer, muchas veces son más peligrosos los correligionarios que los adversarios. Administrar la comunidad de vecinos de la izquierda de la izquierda, pésimamente avenida, podría traer complicaciones a Don Pedro; pero la subordinación estomacal atenúa el riesgo.
Al otro lado, en el entorno de Núñez Feijóo, se habla de pasar al ataque, aunque por falta de costumbre, tan brava decisión quedaría en un simple tanteo al Partido de los Negocios Vascos y al partido de Teruel existe, cara a una hipotética alianza de poder. O sea un anuncio de hacer algo para no hacer nada sustancial. Eso sí con la natural prudencia, evitando alarmar al adversario que podría descalificarlos, poniendo en duda su calidad democrática.
VOX, la tercera fuerza parlamentaria, sufre, no ya el hostigamiento de las huestes de Don Pedro y Don Alberto, sino un ostracismo amortizador. Parece como si PP y PSOE buscaran lanzar al grupo del Sr. Abascal a una acción arriesgada. Repetir la moción de censura, demanda un nuevo formato y podría dar la impresión de resultar intrascendente. Un simple espectáculo de fuegos artificiales. O no. En principio, serviría para romper el «bloqueo» de un parlamento que hace de todo, menos parlamentar. El perfil del candidato, a dar esta especie de testimonio homérico, exponiendo con claridad y rigor los graves problemas que afectan hoy a España, sería un factor importante para atraer la atención de una parte de la sociedad. Acaso mucho mayor de lo que en principio pudiera creerse.
Ramón Tamames puede ser el personaje adecuado, por encima de alguna reacción de sorpresa inicial, para llevar a cabo, desde la tribuna del Congreso, la reflexión pedagógica que impulse en muchos españoles el sentido de responsabilidad ciudadana, un tanto adormecido, sobre todo por la propaganda. El valor de afrontar este reto, desde la ultima vuelta del camino, sin otro objetivo que el servicio a España, merece el respeto y la atención de todos.
Artículo publicado en el diario La Razón de España