Haber conocido, tenido cerca y tratar a Maurice Valery ha sido un inmenso privilegio, además de un hecho reconfortante y significativo en mi vida.
En un mundo de desolaciones, deslealtades, mentiras y seres tránsfugas, emerge y se erige como una luz en el horizonte un hombre de una cultura superior. Un melómano excepcional de la música clásica y sobre todo un ser humano de regios principios y valores cristianos. Un hombre ilustre que supo edificar un hogar sólido al lado de su bien amada esposa Raquel.
Maurice es -sí, es, porque sigue viviendo ahora más que nunca, viendo a Dios cara a cara- uno de los conversadores más singulares que he conocido. Cautivaba a su auditorio con un singular lenguaje literario, preciso y sencillo. Era todo un personaje, un caballero de fina estampa.
En la época de oro de la democracia fue una pieza clave en la construcción del gran organismo que fue Cordiplan, ente planificador de la Venezuela posible que llegamos a disfrutar. Fue el segundo presidente de la Corporación Venezolana del Petróleo y factor fundamental del desarrollo de Guayana. Nadie mejor que él para expresarlo: “El programa de Guayana iniciado hace más de 65 años, encomendado a la CVG hace 57 años, es sin duda el único proyecto regional de alcance nacional que representa la alternativa de mayor envergadura que se haya realizado, para lograr la ansiada meta nacional de disminuir la dependencia del petróleo por su importante capacidad de generar sustitución de importaciones y valiosas exportaciones con el consiguiente ahorro y generación de divisas. Constituye un intento pionero de modernización del país no solo en el campo industrial y tecnológico sino especialmente, en materia de desarrollo humano, con la creación de una nueva ciudad sustentadora de la industria y sostenible por ella. Un nutrido grupo de profesionales, técnicos y obreros venezolanos, especializados muchos de ellos con anticipación a la ejecución de los programas, culminaron importantes y complejos proyectos, con grandes aciertos muy superiores a los errores que sin duda se cometieron. Hoy constituye un desafío para las nuevas generaciones de venezolanos que les tocará la reconstrucción del país, aceptar el reto de perfeccionar, reimpulsar y ampliar lo ya realizado e impedir, restaurar y reconstruir, el grave deterioro ocasionado por las políticas irracionales impuestas por el régimen, cuya absoluta ineficiencia y aberrante iconoclastia ha generado la destrucción de todas las plantas industriales del hierro y el aluminio con el consiguiente desempleo, impactando así las metas históricas logradas durante los cuarenta años por los gobiernos democráticos y civilistas”.
Me confió en una conversación que “debía reestructurarse el liderazgo para diseñar una estrategia nacional que incluya a los partidos pero que pueda convocar en forma organizada a todos los estratos sociales para una lucha diaria sistemática con una estrategia científica que analice los problemas y presente soluciones concretas sin eludir las actitudes enérgicas y los sacrificios costosos sin lloriqueos y lamentaciones. En definitiva es necesario construir un nuevo liderazgo”.
Le tocó padecer al final la decadencia de un país que había ayudado a construir.
Yo siempre le insistía que debía sentirse tranquilo, porque era un hombre realizado que cumplió con Dios, su familia y su patria. Al cabo de su existencia fructífera, presentó buenas cuentas. Un constructor de país y de democracia.
¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo! ¡chapeaux, maestro! Ahora te toca el más grande premio, cual es disfrutar de la Divina Cercanía. Corresponde a tus discípulos, entre los que me cuento, la defensa de tu legado.
¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!