La caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas―el Estado comunista más grande e influyente hace más de 30 años― puso fin a los 45 años de Guerra Fría entre la democracia liberal y el socialismo (la dictadura del proletariado en la URSS o la dictadura democrática popular en China).
La primera se basa ideológicamente en una economía capitalista en la cual el mercado y la propiedad privada de los medios de producción predominan. Y la segunda se fundamenta en una economía planificada o centralizada en la que el Estado determina qué, cómo y para quién producir.
Cuando Francis Fukuyama presentó su tesis de El fin de la historia en 1989 sobre el término de las luchas ideológicas porque la humanidad había llegado al punto final de su evolución sociopolítica ―consideraba la democracia liberal la última y más avanzada forma de gobierno―, lo planteó desde la perspectiva de los valores democráticos liberales y no desde el punto de vista económico.
Entendemos que el sistema de producción de bienes y servicios que domina actualmente en el mundo es el capitalista. Sobre todo a partir de las últimas dos décadas del siglo XX, cuando los avances tecnológicos en el transporte, la comunicación y la tecnología de la información, la liberalización del comercio y las finanzas, el crecimiento de las corporaciones multinacionales y la integración económica regional dieron origen a una economía globalizada e interconectada, que es descrita por Thomas Friedman en su libro The World is Flat.
En los tiempos de la Guerra Fría, la confrontación entre las ideologías era de suma cero y las guerras proxys formaban parte de la seguridad nacional. Hasta el punto de defender las dictaduras del continente. “Es un hijo de la gran puta, pero es nuestro hijo de puta”, dijo un presidente de Estados Unidos al referirse a Anastasio Somoza García de Nicaragua o Rafael Leónidas Trujillo de la República Dominicana.
En el siglo XXI no hay partidos políticos de derechas o izquierdas. Son etiquetas que usan los socialistas, los progres. En el capitalismo la diferencia sustancial es entre los que defienden la interacción de las fuerzas del mercado y los que creen en la intervención del Estado para crear prosperidad económica. Es decir, que en la democracia ―soberanía popular, separación de poderes, Estado de Derecho, libertades individuales y derechos humanos fundamentales, pluralismo y tolerancia―, la gobernabilidad se sustenta en la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, la cual se manifiesta bien sea a través del voto en elecciones libres y justas, o de la protesta social durante el mandato.
Posterior a la Guerra Fría, El fin de la historia, los conflictos serían impulsados predominantemente por diferencias culturales y religiosas. Samuel Huntington desarrolló la teoría en su libro El choque de civilizaciones. Un ejemplo fue el ataque a las Torres Gemelas en 2001, en Estados Unidos.
Huntington sostiene que las diferentes civilizaciones chocarían debido a valores e intereses divergentes. La política mundial pasaría entonces a una nueva fase, en la que las civilizaciones no occidentales dejarían de ser pueblos explotados por las civilizaciones de Occidente y una vez convertidas en actores importantes, unidas darían forma a la historia mundial.
En este contexto, nunca los regímenes de China y Rusia han creído en los valores y principios de la democracia liberal. Cuando han tenido que enfrentarla, lo hacen violando los derechos humanos. Como ha sucedido en China con las protestas de la plaza de Tiananmén en 1989, las masivas manifestaciones prodemocracia en Hong Kong en 2020 y la fuerte represión contra el pueblo uigur, que ha acabado en campos de reeducación.
El Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist encontró que de los 167 países y territorios estudiados, 59 corresponden a dictaduras y 36 a regímenes autoritarios competitivos en 2022. Entre las dictaduras están China y Cuba, que no han dejado de serlo desde que miden el Índice, en 2006. También están Rusia, Venezuela y Nicaragua, que migraron de regímenes autoritarios competitivos a dictadura en 2011, 2017 y 2018, respectivamente.
Apenas 24 países son democracias liberales y 48 países democracias imperfectas. Es decir, de cada 10 países 4 tienen un sistema de gobierno democrático y 6 son regímenes autoritarios. Pero todas son capitalistas.
Las democracias han dejado la defensa de sus valores y principios por agendas como el cambio climático, la equidad racial, los derechos de géneros, la defensa del aborto. A excepción de la guerra en Ucrania debido a la invasión ordenada por el Kremlin.
Actualmente, las democracias liberales de Occidente enfrentan las dictaduras latinoamericanas de Cuba, Nicaragua y Venezuela con diálogos nacionales. Creen que su conducta puede cambiar por convencimiento propio del bien común. Una aproximación que hasta ahora no ha dado resultado. La tendencia de estos países en el Índice de Democracia indica que más bien se consolidan cada vez más como regímenes dictatoriales ―esto sin agregar el elemento de que han derivado en una corporación mafiosa-criminal―.
En esto coincido con el novelista nicaragüense Sergio Ramírez, que escribe “Todos los opositores en la cárcel o en el exilio, la sociedad civil muerta, los medios de comunicación desaparecidos, las iglesias cerradas, las fronteras selladas. Un partido único, un discurso único, una familia única en el poder. Aislamiento internacional. Silencio y sumisión. ¿Cuál diálogo entonces?”.
Si lo único que sostiene a todas las dictaduras es el capitalismo, entonces debemos usar las herramientas que tiene la democracia liberal para enfrentarlas: la justicia internacional, el uso del sistema que facilita el movimiento de capitales entre países (SWIFT), las sanciones de segundo piso sobre las empresas que hacen negocios con los regímenes autoritarios, sanciones a los jerarcas y familiares que sostienen la dictadura y en última instancia la fuerza.
Porque si la respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington D.C. fue la guerra contra el terrorismo, la defensa de la democracia debe ser igual que cuando fue confrontado el socialismo en la Guerra Fría. Lo contrario conducirá a plagar los pueblos bajo las dictaduras del siglo XXI de miseria, éxodo, dolor y muerte.