Cierto que, con sus bemoles, durante los dos últimos siglos la situación de la humanidad ha mejorado, pero es cierto también que en tiempos más o menos recientes se ha ido tomando conciencia del alto costo que ello ha significado.
Ahorrándome explicaciones que no caben en estas líneas, el planeta experimenta gravísimos problemas que atañen a todos los escenarios y que remiten a nuestros vínculos con la naturaleza, a las pautas fundamentales mediante los que se organiza la vida y también a los esquemas desde los que armamos la manera de entender la realidad.
Se cuestiona el modo de producir, consumir y vivir que el capitalismo industrialista ha configurado durante los últimos siglos, agravado por su versión moderna, ambos concebidos desde la convicción moral, como la califican ciertos autores, de que apenas tienen que ver con las realidades físicas y naturales.
Se afirma, igualmente, que nos encontramos en medio de dilemas que nos remiten a diversos planos (el ecológico, el económico, el social, el cultural, el político), que se interconectan y retroalimentan, haciendo evidente las cuestiones que se deben entender y resolver. Entenderlas y enfrentarlas conlleva un estudio interdisciplinar y transdisciplinario, tanto en su diagnóstico como en la formulación de alternativas o de lo contrario, cualquier intento de comprender la realidad sería insuficiente, por decirlo lo menos.
Como ya dije, desde tiempos cercanos ha crecido la divulgación de los estudios que advierten sobre el constante deterioro del planeta. En esta tarea han estado involucradas instituciones de diferente tipo, entre ellas varias internacionales, tales como la Organización de Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Unión Europea.
Hace poco, la UE decidió apoyar financieramente la realización de una propuesta orientada a sustituir las bases del actual modelo de desarrollo y sentar los fundamentos de una Estrategia de Decrecimiento, alrededor de la modificación de los esquemas, tanto de producción como de consumo. Se parte de la idea de que los límites del planeta han sido rebasados por la necesidad del crecimiento continuo.
Un debate político obligado
Se trata, así pues, de proponer soluciones útiles para acometer las dificultades en las que nos encontramos, abordando la tarea de elaborar ideas en torno a un nuevo modelo de sociedad que acometan la contradicción básica entre la búsqueda del crecimiento permanente y los perjuicios que causa a la naturaleza, a sabiendas de que en ello nos jugamos nuestra propia sobrevivencia.
Obviamente no se trata de una tarea sencilla. Significa un cambio de paradigma que tome en cuenta las diferencias culturales, las divergencias entre el mundo rural y el urbano, además de la gran desigualdad, tanto entre los países, como dentro de ellos, así como su diferente responsabilidad en la generación de la crisis y la injusta repartición de los daños que ha venido causando.
En la actualidad debiera ser el tema central del debate político mundial. Pareciera que se ha elevado la conciencia en relación con la crisis. En efecto, se han firmado numerosos acuerdos y hay no pocas iniciativas transitando en la ruta de la sostenibilidad del planeta, pero aún estamos muy lejos de tener una estrategia que sea común, que asuma la complejidad de una crisis que es consecuencia de problemas que se interconectan y retroalimentan, hasta generar la crisis civilizatoria que dibuja el globo terráqueo.
En suma, como lo ha apuntado el profesor norteamericano Robert Reich, se trata de desplazar el centro de gravedad de nuestra autocomprensión como especie: no podemos prosperar, ni siquiera sobrevivir a largo plazo, si no redefinimos la relación con la Tierra y con nosotros mismos, en condiciones de interdependencia.
Hamlet, tal como la dijo
En su estado actual el sistema mundial se ha mostrado incapaz de organizarse para tratar problemas vitales, tales como el peligro nuclear, la degradación de la biosfera, las distorsiones de la economía, la desigualdad social, las migraciones e, incluso, los conflictos étnico-religiosos.
En función de lo dicho, hay que bregar los consensos necesarios, según ha señalado Perogrullo en distintas oportunidades, y para ello habría que sentar los fundamentos que permitan la gobernabilidad del planeta, como condición imprescindible, transformar casi desde sus raíces el actual marco institucional. A la vez hay que repensar, no eliminar, el concepto de Nación y proyectar el de la Tierra Patria, como ha reiterado Edgar Morin a lo largo su vida intelectual, el cual supone la conciencia del destino, la identidad y el origen común de la especie humana. Cabe decir que, aunque algunos movimientos y personas no comparten estas consideraciones, tienen desde luego sus razones, incluido el ejercicio del derecho al escepticismo.
Retomo el título que encabeza el presente texto, inspirado en la famosa frase de Hamlet, el personaje de Shakespeare, y arbitrariamente colocada por mi con signo de interrogación a fin de transformarla en pregunta. Finalizo respondiendo que considero que decrecer o desaparecer sí es la cuestión.