Venezuela está muy mal y camina hacia peor. Nada indica que pueda revertirse hacia lo positivo el desastre actual, mientras el régimen se mantenga. El país entero y el mundo democrático del planeta piensan lo mismo. La situación es evidente. Increíble si no estuviera a la vista de todos.
Como consecuencia de cuanto está sobrediagnosticado, el primer gran paso para el cambio radical y definitivo que se necesita, está en la salida definitiva de Nicolás Maduro del cargo que ejerce. Recordemos que el cese de la usurpación fue el primer aspecto contemplado por la Asamblea Nacional cuando encargó de la presidencia a Juan Guaidó. La formación de un gobierno de transición y la posterior convocatoria a elecciones libres y democráticas serían acciones progresivas a medida que las circunstancias lo permitieran. En esto, aparentemente al menos, estuvo toda la oposición. Hoy no podríamos generalizar. A pesar de que la inmensa mayoría se identifica con lo planteado, en el mundo opositor oficialista hay de todo. El electoralismo agudo, la candidaturitis crónica, el deseo de tener, más que de ser, lleva a algunos a desesperarse en la búsqueda de una cohabitación para aprovechar todo lo aprovechable de un régimen también en crisis existencial.
Lo cierto es que el país camina hacia una confrontación final terrible. Sólo pudiera evitarse con la renuncia de Nicolás Maduro. Ojalá y de pronto algún rayo de lucidez lo alumbrara y tomara la decisión de irse, de apartarse para que a la historia pase algún gesto digno de ella. Sin embargo, lo que vemos va en dirección contraria.
Mientras tanto, a los efectos de la lucha diaria que los venezolanos libran para sobrevivir, dentro y fuera del país, tenemos que dejar de lado todo cuanto pueda dividirnos y concentrarnos en el primer objetivo de la ruta señalada. El cese de la usurpación. Para tal fin hay que utilizar todas las cartas que están sobre la mesa y todos los instrumentos que podamos. Se trata de una lucha existencial que no admite dobleces y, mucho menos, cobardía complaciente para alcanzar objetivos personales o de grupo. Estoy seguro de que la sociedad civil entera y también el mundo militar tienen claridad al respecto. Pero falta la acción decidida de quienes dirigen a la verdadera oposición democrática. A veces nos viene a la mente aquello de que los pueblos son superiores a sus dirigentes. Especialmente cuando tenemos oportunidad de conversar directamente con la gente.
Los jerarcas del régimen tratan de disimular su responsabilidad, pero no pueden. Demasiada hipocresía, cinismo, arrogancia, incompetencia y corrupción. Más allá de que la libertad está en peligro, está en riesgo la vida misma. Llegó la hora. Este pueblo tiene que ejercer su derecho a la legítima defensa. Nadie podrá censurarlo.
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