En la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), que tendrá lugar este año en Dubái, los líderes mundiales harán el primer balance oficial de avances hacia los objetivos establecidos en el Acuerdo de París (2015). A la vista de la creciente frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, nos encontramos en un momento decisivo para la acción climática. Y no es ningún secreto que los países no están cumpliendo sus compromisos asumidos conforme al Acuerdo de París. La pregunta es si los líderes allí reunidos (entre ellos, el papa Francisco) serán capaces de sortear los múltiples y complejos retos que impiden el avance en la progresiva reducción de gases de efecto invernadero.
Un problema particularmente espinoso es el «trilema energético»: la necesidad de contar con un suministro de energía que sea a la vez fiable, asequible y sostenible. Aunque la importancia crucial del tercer aspecto (que demanda una comprometida reducción de las emisiones para limitar el calentamiento global, según lo estipulado en París, a no más de 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales) es innegable, la sostenibilidad no debe lograrse en detrimento del acceso a la energía. Por el contrario, no olvidemos que existen en el mundo 775 millones de personas privadas de acceso a la electricidad.
El trilema energético está en la raíz de las principales controversias que afloran en las negociaciones sobre el clima. Hubo quien calificó la decisión de otorgar la presidencia de la COP28 a Sultan Al Jaber (director de la Abu Dhabi National Oil Company) como un «escándalo»; algo así como poner al zorro a cuidar el gallinero. Pero los Emiratos Árabes Unidos están usando su posición entre los principales países exportadores de petróleo para persuadir a otras naciones petroleras de acelerar los esfuerzos de reducción de emisiones. Está previsto que durante la COP28 se presente la Alianza Mundial para la Descarbonización, una iniciativa de Al Jaber para incentivar a las principales compañías petroleras estatales a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero.
Es bien sabido que para que la acción climática sea eficaz se necesitará el compromiso de un amplio espectro de partes interesadas. Por ejemplo, para cubrir sus enormes costes: se calcula que sólo en el caso de África, las «contribuciones determinadas a nivel nacional» costarán casi 3 billones (trillions en inglés) de dólares, será esencial la financiación privada. Así, es un buen augurio que importantes figuras de Wall Street encabezadas por Larry Fink (director ejecutivo de BlackRock) hayan decidido acudir a la COP28, tras haberse mantenido al margen de la conferencia el año pasado.
Incluir al sector financiero en la acción climática puede parecer menos problemático que contar con las grandes petroleras. Pero el trilema energético no dice lo mismo. Aunque el mes pasado la Agencia Internacional de la Energía sugirió que 2030 iba a ser el «principio del fin de la era de los combustibles fósiles», la OPEP rechazó los pronósticos de la AIE, a los que acusó de basarse en la ideología y no en los hechos.
Puede que los exportadores de hidrocarburos tengan razón. El informe de la AIE presenta un panorama optimista, y predice que la demanda mundial de carbón, petróleo y gas natural alcanzará su máximo en 2030, conforme se acelere la adopción del vehículo eléctrico y aumente el peso de las fuentes renovables en la producción mundial de electricidad. Pero cómo se apresuraron a señalar los expertos en energía, estas previsiones dependen de múltiples factores.
Para empezar, la AIE apuesta a que el crecimiento económico de China (mayor contaminador del mundo) se ralentice lo suficiente como para provocar una reducción significativa de la demanda energética. Además, da por sentado (a pesar de sólidas pruebas en contrario) que los gobiernos cumplirán sus promesas en materia de política climática. Pero el Reino Unido y Alemania vienen revirtiendo medidas de descarbonización, y en Estados Unidos los republicanos están haciendo todo lo posible por diluir las cláusulas sobre energía limpia de la Ley de Reducción de la Inflación.
Hay además otro problema. Los cálculos de la AIE se centran en el momento en que se alcanzará la demanda máxima de combustibles fósiles, pero no tienen debida cuenta de la forma de la curva de consumo antes y después. Bien puede ocurrir que la demanda de energía se estabilice en su máximo histórico durante algún tiempo, en lugar de empezar a bajar rápidamente. Habrá que cubrir esa demanda, y la capacidad de las energías renovables para hacerlo todavía no está clara. Por eso no cabe desestimar la advertencia de la OPEP contra la falta de inversión suficiente en seguridad energética.
Dejar que el idealismo y la ideología dominen el debate sobre la transición energética sólo conducirá a soluciones incompletas o poco realistas. Aunque el uso de las fuentes renovables está en aumento, los combustibles fósiles todavía son la parte más importante de la oferta mundial de energía. Además, la demanda de energía no proyecta disminución a corto o incluso mediano plazo ; entre otras razones, porque la floreciente clase media de las economías emergentes exhibe un intenso y creciente apetito de energía asequible.
Las grandes petroleras lo saben muy bien. El mes pasado, la gigante gaspetrolera estadounidense Chevron anunció la compra de su rival Hess por unos 53 000 mil millones de dólares; por su parte, ExxonMobil adquirió Pioneer Natural Resources por casi 60 000 mil millones. Aunque estas adquisiciones pueden haber estado motivadas en parte por el deseo de eludir presiones de recompra de los accionistas, también son una apuesta a que en las próximas décadas la capacidad de producir más petróleo y gas aportará beneficios a las empresas.
Como ha dicho el propio Al Jaber, el abandono gradual de los combustibles fósiles es inevitable. Pero por muy tentadores que sean los pronósticos de la AIE, nadie conoce a ciencia cierta la forma y los tiempos en que eso se producirá. El éxito de la COP28 depende de que los participantes reconozcan este hecho y trabajen juntos en pos de soluciones pragmáticas al trilema energético, que permitan avances reales hacia una economía mundial dinámica, sostenible e inclusiva.
Ana Palacio fue ministra de Asuntos Exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.
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