Cuando escribimos para publicar los domingos, estamos constreñidos por la obsolescencia noticiosa, y debemos ingeniárnoslas a objeto de abordar lo ya diseccionado durante la semana por los patólogos de la información (opinadores y analistas) y, a la manera de los publicistas afectos a la «proposición única de venta (Unique Selling Proposition, USP), repetir el mismo contenido, renovando el continente. Hoy, es de rigor referirse, aunque sea al paso, a dos acontecimientos de amplia cobertura mediática: el knockout fulminante propinado por los votantes chilenos a la constitución sometida a referéndum y el deceso de Mijaíl Serguéyevich Gorbachov, último jefe de Estado de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y premio Nobel de la Paz en 1990. Desde el palco nacional es difícil tratar imparcial y objetivamente la derrota del «apruebo» sin conjeturar un rechazo subyacente a la gestión del presidente Gabriel Boric. La Constitución vigente en Venezuela es un bodrio. Se aprobó en una consulta en la cual participó menos de la mitad de los votantes inscritos en el registro electoral permanente, mientras la naturaleza se ensañaba contra el estado Vargas y Hugo Chávez rechazaba ayuda humanitaria y asistencia técnica de Estados Unidos. Nada semejante sucedió en el país austral; sin embargo, el ilegítimo okupa de Miraflores, probablemente sin conocer el articulado de la carta magna en liza, confundió el culo con las témporas y, con el trino del pájaro barinés entre ceja y ceja, endilgó, emocionalmente, el masivo y racional repudio al devaneo izquierdizante a una «falta de liderazgo firme» y no al deplorable arroz con mango normativo, guisado a fuego lentísimo en el fogón constituyente por cocineros inexpertos y pasteleros legos.
La lógica o la sensatez imponían incursionar en esos temas; no seré yo, empero, quien tardíamente continúe avivando las llamas de la especulación, a modo de gratificación, cuando jamaquean a otro gobernante de la izquierda foro-paulista. En cuanto al adiós definitivo de quien puso término a la Guerra Fría y al neocolonialismo rojo en Europa del Este, ríos de tinta han derramado admiradores y detractores: aquellos, aliviados por un promisorio «nuevo curso de la historia»; estos, lamentando la grandeza perdida y el derrumbe de un imperio económicamente insostenible. A fin de darle una pincelada de color local a esta divagancia, cabe indagar adónde fueron a parar las 16 personas desaparecidas en La Grita. ¿Habrán sido abducidas por extraterrestres? ¿Ascendieron al cielo y se desvanecieron al modo de Remedios, la bella, o fueron víctimas de una ejecución al estilo de los estudiantes de Ayotzinapa? ¡Nada de eso! Aparecieron sanos, salvos y rezando durante una orgía espiritual en el Páramo La Negra. El enigmático caso pudo ser asunto argumental de un episodio de un programa radial tipo Nuestro Insólito Universo, mas, es el momento de pasar página y ocuparnos del católico fervor de estos días. Lo intento con una deriva religiosa, compuesta a partir de textos de mi autoría publicados en El Nacional.
Conforme a una difundida leyenda medieval, santa Úrsula (osita en latín), fiel a su voto de vitalicia castidad, se negó a ser deshonrada y fue atormentada y torturada en Alemania, junto a otras 11.000 doncellas, por Atila y sus hunos. Tal vez rapsodas y juglares exageraron el número de víctimas de la insaciable lascivia bárbara. El corrosivo humorista español Enrique Jardiel Poncela, «la risa inteligente incomprendida por Franco y la República», escribió, para gusto y disgusto del uno y la otra, alrededor de 80 piezas teatrales ―de teatro del absurdo, las catalogaríamos en razón de sus extravagancias― y apenas 4 novelas, a cual más desternillante. A una de ellas, no sé si la más leída, pertenece este párrafo: «Es cierto: existieron doce apóstoles, diez mandamientos y siete plagas. Pero… ¿hubo alguna vez 11.000 vírgenes? (el subrayado corresponde al título de la obra). Al parecer no las hubo, no en aquel momento, y fueron sólo 11 las jóvenes sacrificadas, cantidad no rectificada en la tradición oral. La martirizada virgen, varias veces cantada en versos de otra santa, Hildegarda de Bingen, fue antaño patrona de las universidades. Tales casas de estudio son, aquí y ahora, blanco de la destructiva puntería institucional del chavismo ordinario y su enfermedad adolescente, el padrino-madurismo. ¿Nos tocará padecer su demencia senil y se olvidarán de nosotros a causa del Alzheimer?
Aunque el Nuevo Testamento no especifica dónde y cuándo nació María, consorte del carpintero José, el calendario romano general de la Iglesia Católica dispuso glorificar cada 8 de setiembre, 9 meses después de la Inmaculada Concepción, la Natividad de la Santísima Virgen María. Es jornada de particular deferencia a las advocaciones marianas en todo el orbe cristiano. Con diversas denominaciones ―asociadas por lo general al lugar de sus apariciones o al nombre de sus videntes―, engalanadas versiones de la madre de Jesús son reverenciadas en misas y procesiones en parroquias, diócesis y arquidiócesis del planeta todo. Son casi siempre, actos iniciales de esperados y prolongados jolgorios. Por encontrarme en Margarita, pergeñé estas divagaciones la madrugada del jueves 8 de setiembre, día consagrado a la adoración de la Virgen del Valle, patrona de Nueva Esparta y buena parte de oriente. Antecede este festejo al de Nuestra Señora de la Coromoto, cuya aparición se conmemora hoy domingo 11, fecha aciaga y de triste recordación, pues se cumplen 21 años del atentado terrorista al World Trade Center. Si me excedí en alusiones a las fiestas religiosas, lo hice, no por místico ―a Dios gracias no soy creyente―, sino porque, tras la más reciente y ominosa disposición de los serviles jueces del tsj ―escribir esta abreviatura en mayúsculas sería una aberración― de multar, a petición de la oficina nacional de presupuesto, Onapre, a seis universidades (Central de Venezuela, Los Andes, Carabobo, Oriente, Experimental Politécnica Antonio José de Sucre y Pedagógica Experimental Libertador), pende sobre pastores sensibles a la iniquidad del régimen, una medida coercitiva de la libertad de expresión, dirigida a silenciar sus alegatos críticos y reparos morales.
El próximo martes 13 es el Día Mundial del Chocolate y fecha reputada de pavosa porque, según leyendas del medioevo e hipótesis de modernos estudiosos de las supersticiones, un martes o viernes 13 de 1307 fueron arrestados varios miembros de la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón. Sometidos a un proceso inquisitorial en un tribunal del Santo Oficio, esos caballeros fueron condenados por crímenes contra la cristiandad. Jacques de Molay, último Gran Maestre de la cofradía, no ardió en la hoguera sino 7 años después de ese juicio. Aun así, su maldición al papa Clemente, al rey Felipe IV, el Hermoso, y al canciller del reino, Guillermo de Nogaret ― Yo os emplazo a comparecer ante el tribunal de Dios antes de un año… ¡Malditos, malditos! ¡Malditos hasta la decimotercera generación de vuestro linaje!― es asociada a la fatídica fecha. Con razón: los anatemizados dignatarios fallecieron en el plazo predicho. ¿No habrá entre los venezolanos algún cabalista, hechicero, taumaturgo o chamán con poderes supranaturales o paranormales capaz de aojar a los fariseos rojos y condenarles a deambular, sin rumbo ni término, bien lejos de aquí, como Juan de los Tiempos? Podríamos rogar a Dios y a las vírgenes más milagrosas a ver si con sus divinas mediaciones conjuramos la maldición socialista del siglo XXI y recuperamos no el pasado, sino el futuro, combatiendo el presente. Fernando Savater, además de hípico y novelista, es un filósofo de inteligible prosa, y como lector fidelísimo de Jorge Luis Borges cita a Gilbert Keith (G. K.) Chesterton, presencia recurrente en los ensayos y ficciones del invidente argentino, a propósito de la disyuntiva pasado-presente en la educación (“Disforia educativa”, The Objective, 29-05-22). Para el creador del entrañable Padre Brown, «lo peliagudo y arriesgado es combatir las nuevas ideas, no las viejas, por lo mismo que hay que esforzarse más para vencer a un mocetón de veinte años que a su abuela». En manos de nuestros mocetones está recuperar la democracia; desgraciadamente, esos jóvenes tienen ya más de dos décadas intoxicados con la prédica bolivariana y, como es sabido, «la búsqueda de las cosas perdidas está entorpecida por los hábitos rutinarios, y por eso cuesta tanto trabajo encontrarlas». Tal vez esa sea la razón por la cual es harto difícil reencauzar las conversaciones aztecas, y más ahora con la incorporación de Camilla Fabri, esposa del presunto testaferro de Nicolás Maduro, Alex Saab, a la mesa de negociación. Podrían reforzar el staff con algunos miembros del Tren de Aragua. ¡Qué bolas! Y con esta malsonante frase no digo adiós, sino, ¿Dios mediante y con el diablo al acecho?, hasta el próximo domingo.