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De Venezuela y otras crisis

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Las crisis surgen cuando la estructura de un sistema de sociedad admite menos posibilidades de resolver problemas que las requeridas para su conservación«. Jürgen Habermas

En el que devino su trabajo más citado, Mario Briceño Iragorry advierte el uso más que habitual del vocablo crisis, para denominar las distintas situaciones álgidas que conoció la sociedad venezolana. Mensaje sin destino denuncia una historia de sucesivas y recurrentes falencias que como pueblo hemos exhibido, con escasa memoria histórica, ligereza en el análisis, desencuentros con el deber: “Nos hemos dedicado como pueblo a alabar la gloria militar desconociendo que la historia la hacen los ciudadanos con sus costumbres y tradiciones”.

El trujillano Briceño Iragorry escribe el texto comentado a mediados del pasado siglo, luego conoció en su segunda parte el período más estelar del  tiempo nacional, con la llegada de la república civil y el ejercicio soberano de los ciudadanos, con institucionalidad democrática, progreso y movilidad social y civilidad, en lugar de los gravosos episodios tan insolentes del mando de los hombres de armas y su sórdida iterabilidad.

Afirmo y siempre insisto en dejarlo claro que persistieron fallas en distintos campos y otras aparecieron, pero el salto cualitativo de la dignificación de la persona humana venezolana es indiscutible y salvo las falsificaciones e imposturas propias del discurso dizque revolucionario de los felones golpistas y de las alianzas de momento de otras oligarquías concomitantes, que demagogos y populistas entonaron y convencieron al pueblo así, no reconozco ni siquiera comparable ningún otro espacio temporal de nuestra historia con el provechoso ciclo que fue de 1958 a 1998.

Hoy más que nunca se observa al país y a su pueblo, víctima de los mismos agentes perniciosos, que como antes de 1958 transitan protagónicos esta agónica crisis, otra más pero, como nunca, ellos, impertérritos, hieráticos, insensibles. De un lado el militarismo siempre deletéreo y del otro, un déficit ciudadano que se comprende como resultado de la obligada diáspora pero que además, se ha convertido en un giro inducido por la propia dirigencia de notable mediocridad e irresponsabilidad de este tiempo histórico.

Crisis como patología, enfermedad, vulnerabilidad, morbilidad, interinidad es lo que pareciera alcanzar a la Venezuela arruinada, famélica, inoperante, sedienta, frustrada, desesperanzada, medrosa, postrada, confusa, extraviada y puedo seguir describiendo una sintomatología extensa del tamaño de un larguísimo memorial de agravios que se puede formular y que llaman odio a su sola mención y, lo tipifican como delito, aquellos mismos que dinamitaron con acciones y palabras, al Estado, la economía, la sociedad civil y la paz social. Bizarro mundo el que, sin embargo y como una suerte de consecuencia, nos toca vivir en este instante distópico pero real, veraz, doloroso, ofensivo, flagelante.

No habría novedad al afirmar entonces que Venezuela, sin embargo, vive la hora de todos los peligros y de todas las crisis. No hay, léase bien, aspecto o circunstancia en cualquier orden que no nos muestre precarios y endebles.

Cabe repetir, pues, aquello de la tormenta perfecta pero más bien como la perfecta crisis que disfuncionaliza al sistema de vida, instituciones, orden político, económico, jurídico de la otrora democracia referente de América Latina.

Tal vez nos ayude a comprender el fenómeno y sus corolarios si examinamos brevemente el concepto de crisis, que también ha recibido de nuestra parte en otras oportunidades mención, pero que es menester precisar en el sentido que el vocablo tendría como instrumento de las ciencias sociales.

En efecto, la genealogía nos muestra que el vocablo crisis, proveniente del griego, tiene un origen vinculado a la ciencia médica pero admitirá en el transcurso del tiempo, una decisiva influencia proveniente de la teología. La historia de los conceptos que tiene, como es sabido, en Reinhart Koselleck su más distinguido expónito, lo resalta como una importante y concluyente constatación.

Bertolt Brecht y Antonio Gramsci hacen uso del vocablo y el dramaturgo, con poesía precisa que, se produce la crisis, “cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer” y allí estriba un elemento vital para asir el sentido genuino de la crisis, que no es la problemática por compleja y extensa que la misma sea, sino la ausencia de respuesta que deriva del agotamiento del modelo o sistema y simultáneamente la incapacidad para proporcionar el componente sustitutivo, regenerador innovador, creativo al cual hace reclamo la reconcepción propia no de una reforma sino de una transformación.

El italiano, que sin dudas es el más inspirado y la mejor elaboración de la interpretación marxista, en una cita expresa: “Si la clase dominante ha perdido el consenso, entonces no es más ‘dirigente’, sino únicamente dominante, detentadora de la pura fuerza coercitiva, lo que significa que las clases dominantes se han separado de las ideologías tradicionales, no creen más en lo que creían antes. La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno, se verifican los fenómenos morbosos más diversos” (Pasado y presente, p. 56).

Podemos y es muy atractivo seguir con Gramsci para meditar sobre el capitalismo y la crisis que describe y ausculta el revisionista por excelencia como algunos le llaman, pero no hay espacio ni método en este sencillo artículo de opinión.

Tal vez el dramaturgo recogió de Gramsci, pero lo útil a señalar en este estado y grado de la reflexión es que se cumplen ciclos de fatiga en los espacios históricos y la decadencia es connatural a esos procesos complejos, y para ponderarlos debidamente es menester recurrir eventualmente y más que a la etiología para determinar la causalidad, determinar la patogénesis y allí asentamos la evidencia del daño antropológico que denunció el cubano Luis Aguilar León para explicar el caso cubano en un texto titulado Cuba y su futuro y en el que anota una sintomatología a partir de trazos concurrentes psicosociales de gravitación política y social que llamaremos desciudadanizacion y que traducen una severa pobreza espiritual y una despersonalización que construye una atrofia crítica inconveniente.

En un trabajo importante publicado en la revista SIC y suscrito por Rafael Uzcátegui, en enero de este año, se mencionan varios de esos caracteres en observaciones vertidas por estudiosos y que nos permitimos reproducir, aunque larga la invocación, para resaltar la similitud con los venezolanos de hoy, después de 22 años de la experiencia chavista revolucionaria que nos ha comprometido existencialmente y amenaza con no permitir nada distinto al presente aciago como eternidad inexorable.

Raúl Fornet-Betancourt afirma que hay un daño antropológico cuando además del deterioro en los órdenes social, político y cultural existe, fundamentalmente, un daño a la condición humana como tal. Una lectora de nombre Nora publicó, en la columna de opinión del periódico uruguayo El País, que “se habla de daño antropológico cuando la persona deja de sentir aprecio por su propia vida, cuando pierde la conciencia de sí misma como obrera de su destino y se abandona a los dictámenes con que la someten fuerzas de dominación obligándola a hacer y pensar de una manera dirigida. Más aún, cuando se la obliga a dejar de pensar”. Por su parte, cavilando sobre su propia experiencia, Dagoberto Valdés Hernández lo ejemplifica como el cubano al que le han bloqueado una gran parcela de su libertad interior y que ve sistemáticamente suplantada su responsabilidad individual por el paternalismo de Estado, transformándose en un perpetuo adolescente cívico. “Sufre un bloqueo -asegura-, el peor de todos, que es el embargo de proyectos de vida independiente sin los que se desmigaja el alma humana y se fomenta un desaliento existencial”. Por su parte, Francisco Javier Muller citando el libro de Luis Aguilar León, Cuba y su futuro, agrupa 6 tipos de daños antropológicos específicos: 1) El servilismo, 2) El miedo a la represión, 3) El miedo al cambio, 4) La falta de voluntad política y de responsabilidad cívica, 5) La desesperanza, el desarraigo y el exilio dentro del país (insilio) y 6) La crisis ética.

¿Es acaso en Venezuela, distinto el homo verus, al descrito por los científicos sociales en el glosado ensayo anterior? No tengo dudas de que nunca en la historia de Venezuela, jamás tuvimos una variedad tan extensa de enervamientos, intermitencias, fallas, disfunciones, carencias, complejos, anomalías como para que se discuta que en realidad hemos llegado a la crisis perfecta o sea dicho de otra manera, es nuestra patria el paradigma de una crisis ontológica, orgánica, funcional, institucional, económica, social y espiritual que socava nuestro ser profundo y ante la cual, insurgimos o perecemos ¡Es así!

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@nchittylaroche

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