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De uno mejor o peor que nosotros, pero nosotros también

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«Si consideramos el hombre con el hombre veremos siempre, la dualidad dinámica que constituye al ser humano (… ) Completándose con la contribución recíproca, ofreciéndonos, conjuntamente, al hombre» Martín Buber, ¿Qué es el hombre?, F.C.E., México, 1978, pág. 150

Siempre nos dejan perplejos las acciones de nuestros congéneres que pueden y son a veces turbadoras y decepcionantes y otras, generosas y hasta heroicas. El tránsito existencial suele ofrecernos las oportunidades para una y otra suerte.

En la Venezuela que ha perdido la confianza y se desliza peligrosamente por la desesperanza se aloja un sujeto taimado y oportunista que alegando su fatiga pretende legitimar cualquier situación. Son los que aducen que antes vivieron en la ética y la ciudadanía, y que solo perdieron el tiempo y las ocasiones.

Esos que describo y que encontramos a menudo cerca de nosotros, se reclaman pragmáticos y lo son. Valoran crematísticamente el momento y la resulta inmediata de cada decisión, por encima de cualquier otra consideración.

Surgen del campo de los que asumen que no haber recuperado el país y verlo en manos de la antisociedad política y económica y que hoy representa ya claramente el régimen, en apariencia también, sólido detentador del poder, los coloca como destinatarios resignados y dispuestos a hacer lo necesario para avanzar en la ruta que hoy es la suya; la de hacer dinero. Y de hacerlo, largarse de estos predios empobrecidos, sin servicios, atrasado y radiactivo.

Otros se plegaron desde el comienzo, enajenándolo todo y alienados han conocido fiestas e infortunios, al inicio con ilusión y ferviente militancia pero luego, atrapados por la vorágine que reclama lealtades sin convicción. Cualquier dádiva es un trueque por el alma.

Además del irreparable gravamen que padece la institucionalidad y propia de las ideologías totalizantes, la cartilla castrocubana enseñó a los mamelucos y a los uniformados que componen asociados el régimen que el ser humano es moldeable y reducible a algo menos que nada. Primo Levi nos llevó en su relato por esos caminos que desnudan ese lado obscuro e inhumano que también obra en el corazón del “homo verus.”

Duele a veces escuchar a los más próximos lamentar que no han podido emigrar por alguna de las razones y son variadas y aúllan tener que mantenerse a “regañadientes” anclados, en el mar territorial que impugnan. El peor desarraigo que conoce nuestra patria es de aquellos que espiritualmente se arrancan de ella.

Ahora bien, el fracaso de estos 22 años de chavismo, militarismo, populismo, castrismo no tiene parangón y marcharse es para muchos un acto defensivo y de supervivencia. Son en alguna medida refugiados y como tales deben ser vistos y comprendidos.

Un sobrino mío muy querido que trabajaba en el hospital Victorino Santaella como médico fue secuestrado dos veces y en un asalto al servicio de la emergencia del hospital a medianoche, abogando por los enfermos que yacían allí inermes, fue agredido y conmocionado a pistoletazos dañó uno de sus tímpanos. Se fue más triste que contento.

Todos tenemos algún relato que evocar, de lo que sabemos por familia y amigos. El Estado chavista arruinó al país y sobre todo minó todas sus bases sociales, institucionales, morales. Bauman diría que este fallido ensayo revolucionario no fue más que una licuadora que demolió, licuó, disolvió lo que éramos arrojando un destilado precario, lleno de inconsistencias, una ciudadanía en naufragio continúo.

Ya el venezolano no es lo que era, el vástago criollo sufrió un grosero daño antropológico. Lo que queda de la nacionalidad deambula desfigurada, esquizoide, partida en sus valores, principios y creencias que lo hacían antes una unidad sociopolítica orgullosa.

Sin embargo, aun quedan patriotas. Ese sentimiento que parece desaparecido todavía vive en buena parte de ese pueblo que por mísero y postrado luce simplemente perdido pero que respira rebelde ante la perfecta crisis. Late en aquellos que añoran el regreso a su terruño, a su casa, a su gente, a su cultura.

Mora la patria, en la que, cual héroes y mártires, se sacrifican o se inmolaron sin estridencias la mayoría, como nuestros médicos, enfermeras, voluntarios que dan la cara ocupando el rol de los primates. En los maestros que encuentran en su ser más profundo, el avío que los alimenta para ir al colegio y enseñar, a veces sin comer o, sin tomar un transporte y no se entregan y no se rinden.

Algunos rechazan hasta el indulto reciente porque perciben pecaminoso abogar por los que fueron a dar con sus inocentes huesos a las mazmorras de la tiranía e iracundos no quieren ceder y hallar otras razones. Los entendemos y sabemos que la venganza, el rencor sustituye a ratos en el “homo verus” a la justicia porque, se nos confunden. Y el odio se hace presente y no como un imaginario delito a imputar a los que reclaman vehementes a los que osan enjuiciarlos con o sin derecho, pero por lo general con mucha razón.

Odio que trajo el difunto y la compañía de resentidos y segundones que completaron el ascenso de la ineptitud, la mediocridad y la irresponsabilidad a nombre del pueblo pobre ingenuo y manipulable como un niño y, recitando farsantes el canto a Bolívar de Neruda.

Reza a las puertas del infierno que el Dante nos mostró en la Divina Comedia, una frase severa, grave, fatal, “Lasciate ogni speranza o voi che entrate.”Quien entra deja afuera toda esperanza» podríamos traducir y cabe acá un comentario que puede dar lugar a polémica como veremos.

¿Qué es la esperanza? La espera confiada reza el diccionario y para algunos es la debilidad del que no supo y no pudo hacer. Uno de mis más dilectos amigos se solivianta si le hablo de esperanza pero, soy creyente y desde luego, confío que a pesar de todo, en la resiliencia, en la insistencia, en la persistencia y en hay lugar para aspirar, desear y hasta soñar. Eso obra en mí y lo celebro.

La patria para algunos fue un propósito de militares, curas, burócratas leí alguna vez en mis años mozos, seguramente en algún texto contestatario, pero viviendo con ella creo asir finalmente el sentido y la esencia de ese estremecimiento que sentimos, y me trae al espíritu una de esas joyas que en la poesía española adornan nuestra articulación religiosa. Es un soneto anónimo aunque atribuido a varios pero que expresa un amor profundo y sin demanda de contraprestación.

No me mueve, mi Dios, para quererte

el Cielo que me tienes prometido

ni me mueve el Infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas, y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,

y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera. 

 

@nchittylaroche

[email protected]

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