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De traidores y de héroes

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Entre la traición y la lealtad hay una fina línea, muy tenue que las separa. Difícil de identificar y de separar en anchura y altura. Ambas actitudes conviven en latencia en la naturaleza humana desde el nacimiento hasta que el juicio y el criterio despojan al ser humano de la ingenuidad. El virginal encuentro de la realidad de las relaciones interpersonales le abre el camino de la verdad y de la mentira. Ese plano donde la honestidad coloca frente al dilema de ser fiel o no a sí mismo o a otros. Cuando se toma la primera decisión en la vida haciendo ejercicio del libre albedrío y de la soberanía, de la autonomía personal se asume el pecado original de la libertad, del arbitrio, de la voluntad. Desde ese momento se traza el límite entre la felonía y la fidelidad personal. Esa frontera en la vida es complicada en el establecimiento de márgenes y barreras. Todos hemos traicionado en algún momento algo o a alguien, incluso a nosotros mismos en el marco de nuestras posturas. Se vive como en los pueblos fronterizos transponiendo inconscientemente de un lado al otro el límite y pisándolo en nuestra cotidianidad. En materia de lealtad no existe el valor absoluto. Esa comarca de las traiciones en algún momento se transita en mayor o menor dimensión. Por eso existe el pecado venial o mortal para los creacionistas y para los darwinistas las faltas y los delitos. Para ambos, la conciencia y la reputación ejercen de juez. De ambas, la primera debe ser la rectora definitiva. Ser consecuente con tus arquetipos personales, familiares, académicos, profesionales, institucionales, sociales y políticos tiene un precio. Caro. El valor de las relaciones. La soledad o la compañía. Y en la sociedad, cuando se asumen responsabilidades de poder se empieza a establecer un rol de villano o de héroe que se asume y se etiqueta a perpetuidad con la decisión oportuna o a destiempo.

La historia tiene los registros de los héroes que pisaron con la consideración y evaluación del tempo estratégico de la coyuntura, la decisión que los elevó en los altares del reconocimiento social y les borró con el bautismo de la veneración popular y el reconocimiento, el salto que los posicionó en un lugar distinto en el que todos lo conocían y lo odiaban. Otros arrastran el pesado expediente que se convierte en el tiempo en una abultada y pesada factura que los trasciende en el exclusivo grupo de ser los más grandes traidores de los anales. Esa deuda se les endosa a las generaciones que los suceden con réditos que obligan a los cambios en los nombres y los apellidos. Y todo eso es consecuencia de una decisión. Son decisiones con consecuencias. Por eso existe el cielo y el infierno. En la historia que se conoce, los registros orales o escritos, son para los héroes y para los traidores. Cuando el marco diferencial entre ambos calificativos es brumoso y difuso, entonces el común los etiqueta como diplomáticos o políticos que es una manera muy sutil de acusarlos de hipócritas.

Los héroes son la nota diaria. Vamos de lo global a lo nacional. El mariscal Philippe Pétain después de la Primera Guerra mundial era venerado en Francia por su desempeño militar. Después de la Segunda Guerra Mundial, ell sentimiento cambió por el asunto ese de Vichy y el colaboracionismo con el III Reich durante 1940. Pasó de ser el vencedor en la batalla de Verdún a reo de alta traición, por proporcionar inteligencia al enemigo alemán, condenado a la indignidad nacional y degradado, privado de todos sus derechos y las condecoraciones, y condenado a muerte. Sentencia que fue conmutada por la cadena perpetua. Murió en prisión. Un ejemplo histórico de cómo pasar de héroe a villano. A traidor. Las crónicas también recogen algunos casos a contravía. El malo de la película que pasa al rol de protagonista. Tres héroes de la nacionalidad, Francisco de Miranda, Simón Bolívar y José Antonio Páez, en algún momento trajinaron en el imaginario de su tiempo la accidentada ruta de la traición. Al Libertador con el Precursor por el asunto de la capitulación en San Mateo, la toma de Puerto Cabello por Domingo Monteverde y la caída de la primera república que llevaron encadenado a la prisión de La Carraca en Cádiz a este último. Y con Páez por La Cosiata y la separación de Venezuela de la Gran Colombia. En este tema al final, el gran traidor en estos tiempos bolivarianos ha sido el Centauro de los llanos. Cuestión de óptica política alentada desde el alto gobierno. El teniente coronel Hugo Chávez después del 4F y su famoso “Por ahora” en el quinto piso del Ministerio de la Defensa se convirtió en héroe nacional al alimón con el otro discurso del doctor Rafael Caldera en el Congreso Nacional ese día. Veinticinco años después Judas y Brutus son unos muchachos de pantalón corto frente a la comparación con el comandante ante la entrega de la soberanía de Venezuela a Cuba y el daño frente al reclamo territorial del Esequibo. Lo que ratifica que el límite entre la gloria de los héroes en el Olimpo de los Dioses y el deshonor de los traidores en el noveno círculo del infierno de la Divina Comedia es estrecho y difuso. Y está a un salto de talanquera de manera bidireccional y en libre tránsito.

Entre ambos extremos de la traición y la lealtad en la política, hay un centro, como si se determinara una ubicación intermedia entre el cielo y el infierno. Es una suerte de purgatorio que demanda algunas características en el perfil de los ocupantes para poder sortearse y evadir el destino de un calificativo. El mejor ejemplo global lo es Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord, comúnmente apelado como Talleyrand y considerado el padre de la diplomacia moderna. Fue promonarquista, revolucionario, girondino, imperialista napoleónico y restauracionista. Sobrevivió a cinco regímenes diferentes en épocas turbulentas y cambiantes. Y que en materia de traiciones tiene un abultado palmarés, de los que supo salir bien librado siempre. Y del lado venezolano haciéndole competencia se tiene al Marqués de Casa León durante la independencia a lo largo de la primera y segunda república. Sirve a la corona española, después a los conjurados del 19 de abril de 1810, inmediatamente se puso a la orden de Francisco de Miranda y cuando este va rumbo a La Carraca encadenado, está bajo el servicio de don Domingo Monteverde, más tarde de Simón Bolívar y luego de José Tomás Boves, hasta que se consigue de frente al general José Antonio Páez y lo manda al exilio donde muere. Cercano a Venezuela está el caso de Joaquín Balaguer, que fue presidente títere durante la dictadura del general Rafael Leónidas Trujillo y después de la muerte de este, los dominicanos lo eligieron por los votos su presidente, hasta que la visión y la muerte lo permitieron.

¿Cómo sobrevivieron políticamente Talleyrand y Casa-León a tantas turbulencias, guerras y cambios? Eso es un arte.

No todas las traiciones son de la misma naturaleza. Esta revela el lado oscuro de la naturaleza humana. El profundo abismo del inconsciente que en algún momento se va a revelar y a rebelar desde ese recinto freudiano donde se albergan los monstruos personales represados. La traición es ir contra el orden y poner en duda el statu quo. Estas incertidumbres dicen presente ante situaciones de agitación, en esas etapas que dividen la historia, guerras de religión, revueltas. Allí nacen, crecen y se desarrollan los traidores y las figuras heroicas. Y eso reside en una decisión que le abre la puerta de la historia. ¿En qué momento la traición es un deber? ¡Cuando se vincula a la obligación moral, al cumplimento del juramento y la palabra empeñada! El conde Von Stauffenberg que era nazi y había apoyado a Adolfo Hitler fue abrumado por la realidad de los resultados de la guerra y por la historia. Eso lo puso en un dilema moral y nacionalista. Se trataba del Führer o Alemania. De allí salió a diseñar la operación Valquiria en la que fracasa y fue fusilado por… alta traición. Lo de Stauffenberg es considerado como una traición heroica. Gilbert du Motier, marqués de La Fayette, héroe de la independencia en Estados Unidos pasó por el capítulo de ser detenido en su país de origen por traidor y de servir a sus ambiciones en detrimento de la nación, de la ley y del rey.

¿Los traidores son necesarios para la historia? ¡Sí! La traición y la lealtad hacen un juego de luces y de sombras en las decisiones políticas y las de guerra. Colocan de manera binaria los resultados y anulan los matices furtivos y clandestinos e íntimos en los pensamientos de Talleyrand, de Balaguer, de Casa León, de López Contreras, de Larrazábal, de Ochoa Antich. Es difícil elegir el camino correcto. Los héroes se construyen traicionando a alguien o algo, y los traidores nos sacuden en la naturaleza humana y sacan a pasear los monstruos freudianos del inconsciente cada cierto tiempo en momentos de crisis. Colocan a los seres humanos a pasearse en la ambivalencia que se vive en esa frontera.

De manera que hay disponible entre los militares venezolanos un amplio abanico de selección para las elecciones presidenciales del día 28 de julio de 2024, antes, durante y después. Desde el puñal embojotado de Brutus en los Idus de marzo, pasando por las maneras encubiertas de Talleyrand, o por la trayectoria zorruna con resultados eficientes de Casa-León. Cualquiera de las tres opciones le abre las puertas correctas de la historia, al héroe.

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