Hoy, día de santa Exuperancia, virgen —con tan exuberante gracia no extraña su castidad— y tesorera de las aguas según cantaban en Troyes, y también de Pascasio, Anacleto e Isidoro de Sevilla, ¡olé!, entre otros santos viejos hacedores de milagros y abnegados servidores del Altísimo, comenzaremos nuestras divagaciones recordando dos trágicos acaecimientos difíciles de olvidar. El primero ocurrió durante la guerra civil española. A instancias de Hermann Göering, jefe de la Luftwaffe, y con la aquiescencia de Francisco Franco, quien concluida la confrontación fratricida seria caudillo de España por la gracia de Dios —¡cuán gracioso es usted, Sr. Dios!—, el lunes 26 de abril de 1937, en horas de la tarde, los Junker Ju 52 y los Heinkel He 51 de la Legión Cóndor, los Savoia-Marchetti S.81 Pipistrello y los Fiat CR 32 de la Aviazione Legionaria italiana bombardearon y destruyeron Guernica —«Apenas un poblachón de 5.000 almas indefenso y confiado. Viajeros esperando al tren, pelotazales en el frontón cubierto (el más grande del mundo en aquella época), baserritarras y amas de casa atiborrando el mercado de los lunes y niños jugando en Artekalea, la calle principal», cual narraba un radioteatro emitido en ocasión del 80° aniversario (2017) del infame crimen de lesa humanidad—. Aunque nunca se supo con exactitud (y no hay acuerdo respecto) el número de muertos ocasionado por el raid, se estiman entre 300 y 1.000 las víctimas fatales. La monstruosidad nazi-fascista perpetrada contra el indefenso villorrio la eternizó en la memoria colectiva y el acervo estético de la humanidad el gran Picasso en alegórico y notable lienzo, mostrado al público por vez primera en la Exposición Internacional de París de 1937, después y durante más de 4 décadas (1940-1981) en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York y, finalmente, de 1981 hasta nuestros días en el Reina Sofía de Madrid.
El otro infortunio sucedió en fecha como la de hoy, pero un primaveral sábado de 1986, en Ucrania, cuando aún existía a duras penas la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y las tragedias no eran noticia sino secretos de Estado, cual sucede en China, Norcorea y Cuba. Esa aciaga víspera de domingo se desató un infierno en la central Vladimir Ilich Lenin y se produjo, hasta el de Fukushima, Japón, el más grave accidente nuclear de la historia. Gracias a Mijaíl Gorbachov y la glásnost (transparencia), Occidente conoció las dimensiones del desastre —HBO produjo y transmitió una laureada y bien documentada teleserie relativa a este calamitoso incidente—. De acuerdo con la comunidad científica, el área aledaña a la planta no será habitable sino hasta dentro de 20 milenios… ¡20.000 años!
Los eventos señalados en los párrafos anteriores pudieran ser tomados como puntos de inflexión en la historia de la estupidez humana; sin embargo, no dieron paso a un mundo mejor o distinto. En este sentido, la naturaleza pareciera tener la última palabra, y así se desprende del pánico desatado a escala planetaria por una zoonosis viral, no sabemos si con la mediación de un murciélago, un pangolín u otro animal de figuración estelar en las exóticas artes coquinarias del Lejano Oriente. Nos referimos, con la echonería del lego, a la covid 19. Sin precisar cuándo finalizarán los confinamientos, toques de queda, estados de sitio —Nueva Esparta, verbi gratia— y otras medidas restrictivas de la libre circulación ciudadana y de los contactos sociales, augures, futurólogos y pájaros de mal agüero presagian un mañana sombrío y desolador. Es, pues, pertinente traer a colación al escritor de ficción científica Arthur Clark, quien, en un comentario sobre el género por él cultivado, afirmó, y cito de memoria: “El futuro no es como antes”. Sí, a partir de la pandemia, el porvenir se nos torció e incluso los optimistas postulan un espeluznante devenir. Millones de desempleados y desahuciados convertidos en mendicantes y buscavidas o delincuentes, procurando subsistir en economías deprimidas. Hay quienes anticipan antropofagia velada a la manera del distópico filme Soylent Green (Richard Fleischer, 1973) —Cuando el destino nos alcance fue su taquillero nombre en el mercado hispanoparlante—, en el cual los habitantes de ciudades superpobladas se alimentan sin saberlo con proteínas humanas. Y los profetas del desastre no están hablando del tercer mundo, sino de las competitivas economías capitalistas y las sociedades hasta ayer nomás denominadas “de bienestar”.
Quizá uno de los efectos más perniciosos de la peste haya sido el aislamiento nacional en desmedro de la globalización, tendencia liderada por Estados Unidos de Mr. Trump y contrarrestada por China y su cruzada solidaria debida a remordimientos o sentimiento de culpas, emprendida a raíz de las críticas a su gestión de la enfermedad del siglo y con la intención mal disimulada de expandir sus mercados. No es el caso venezolano. Mientras la dictadura no sea suplantada por un gobierno legítimo, producto de elecciones libres, tendremos a cuestas el fardo de una usurpación marginada por la comunidad democrática. Si ponemos punto final a la dependencia económica del gigante amarillo y el oso ruso, amén de la sumisión política a Cuba, desarrollada por los secuestradores de la República, el mañana inmediato no promete diferenciarse del ayer. El nicochavismo congeló el presente y puso el país entre paréntesis. Con el pretexto de batallar con el coronavirus, la dictadura aprieta las clavijas del control y arroja al cesto del para más adelante las asignaturas pendientes. Así, Maduro se hace el yo no fui respecto a los llamados en este diario 4 jinetes del apocalipsis —inflación, devaluación, bajos salarios y precios del petróleo—, imputa a Trump de su insolvencia internacional y acusa olímpicamente a gobernadores de la oposición, desprovistos de facultades y recursos ahora en manos de protectores o más bien suspensorios, tal Bernal y Rivas, quienes encuentran en Laidy Gómez y Alfredo Díaz chivos expiatorios a la medida de Nicolás, reduciendo la política a una cuestión de peólogos y pagapeos.
Peólogo es neologismo de mi invención y lo preferí a peógrafo porque el sufijo logo, diccionario mediante, se utiliza en la formación de nombres de especialistas en determinadas ciencias, mientras grafo es usado para sustantivar a quienes escriben sobre ellas —peólogos son los suspensorios/protectores bolivarianos de los estados gobernados nominalmente por la oposición; peógrafos, el ministro de Información y la vicenico—. Lo de pagapeos proviene de una anécdota contada con gracejo novelesco por Francisco Herrera Luque en Boves el urogallo (1973) y repetida con sabor a plagio en la biografía del Libertador Simón: Vida de Bolívar (2004), del argentino José Ignacio García Hamilton. El cuento: Iba a la misa dominical de la Catedral de Caracas una importante señora “víctima de una flatulencia sonora y continua”, difícil de disimular; por eso, se hacía acompañar de algunas esclavas a objeto de achacarles sus ronquidos anales. Gente del pueblo llano se mofaba de la empingorotada matrona, apodando a sus acompañantes “las negritas pagapeos”.
Hecha la aclaratoria, ensayo concatenar sin errores las ideas aquí expuestas y lo hago la tarde del jueves 23 de este agonizante mes de abril, día de san Jorge, no del dragón, cuando llegamos a un aniversario más, el 404, de los fallecimientos de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, y se celebra el Día Internacional del Libro y el Idioma. Me doy cuenta entonces de la desmesura bautismal de los progenitores del agente, no gerente, Rivas quien, a decir verdad, no parece ser muy ducho en materia de comunicación escrita; su léxico es abominable: emplear aperturar y accesar en vez de abrir y acceder es, además de brejetería informática, un soberbio disparate; no obstante, en los infernales círculos de su profana comedia —Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate—, el dante (¿macho de la danta?) se dedica a armar peos a fin de endilgárselos al gobernador Díaz y convertir al estado insular en epicentro nacional del coronavirus con base en manipulaciones informativas y falsas noticias dirigidas a proporcionar a Maduro argumentos con miras a tranquilizar a la población de tierra firme, ocultándole la verdad, y complicándole la vida a Claudio, Timoteo y a las otras patas de la mesita, al desentenderse Nico del tema electoral. Sería irresponsable realizar comicios parlamentarios este año, dijo el zarcillo e hizo chillar a la oposición cómplice. La cuarentena da para todo. Ni Guernica ni Chernóbil se le comparan: habrá un antes y después de la covid-19.
Tal vez debamos implorar a san Roque, santo para tiempos de plagas y curador de apestados y ver si, con su milagrosa intermediación, la naturaleza se aplaca y volvemos a la normalidad. No sé cuáles sean las plegarias adecuadas para invocarle, más conozco una cuarteta a él dedicada, compilada por Iñaki de Errandonea, S. J. —¿sumo jodedor?— e incluida en Las Celestiales. Al pie de la misma, Miguel Otero Silva apostilló: “En la ciudad de Piacenza contrajo él mismo la peste, como lógica consecuencia de atender pacientes sin antisepsia de ninguna clase, y se salvó de la muerte gracias a la solicitud de un perro chucuto y carachento que le lamía las llagas y le llevaba panecillos a la orilla del río donde yacía”. He aquí la redondilla: A san Roque y a su perro/ los conozco desde lejos:/al perro por lo sarnoso/y al santo por lo pendejo. ¡Ciao! Se les quiere.
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