Tengo cuentas en las redes sociales principales, las más usadas quiero decir, en Facebook y en Instagram; también tengo cuenta en Twitter y en Threads. También tengo una cuenta en aplicaciones de Whatsapp y Telegram, de manera que soy un internauta que suele «navegar»en la red de redes diariamente un promedio de unas dos o tres horas al día, algo que estimo nada mal si comparamos la «calidad» del servicio de Internet público y privado que se presta en Venezuela. Usted, estimado lector, que lee estas intempestivas líneas escritas al fragor de esta mañana lluviosa del sur de Venezuela, ha de saber que una «renta básica mensual» que brinda una operadora de telefonía móvil oscila en promedio en unos 80 o 90 bolívares. Los megas incluidos en dicha renta telefónica mensual incluye unos 4 gigas de navegación y, obviamente, no duran mucho tomando en cuenta la pésima calidad del servicio prestado por las operadoras privadas o públicas.
En Venezuela, el internauta que, dado su tiempo de conexión diario, más navega en un dispositivo móvil (smartphone o tablet) consume unas tres o cuatro horas seguidas diarias no conectado a un red wifi sino subscrito a un plan de datos personal. Digo lo anterior porque el venezolano cuyo ingreso salarial mensual ronda los 100 dólares (una minoría hay que admitirlo) le ronca el mambo a la cultura de la conexión diaria o interdiaria a Internet.
Por otra parte, los llamados twitteros que se conectan unas dos horas en la mañana otras tantas o un poco más en las tardes lo hacen obviamente conectados a una red wifi banda ancha. Twitter en Venezuela es la pizarra virtual más apta y propicia para expresar urbe et orbe las opiniones y denuncias políticas de connotación regional, nacional o internacional.
También es la red donde se estila trasegar el debate más enconado y sin dudas intemperante y bilioso lo que conlleva a los constantes y sistemáticos bloqueos mutuos o recíprocos y en consecuencia los hackeos y anulación de cuentas son más frecuentes. También en las dos siamesas Aplicaciones Facebook e Instagram se suele experimentar suspensión temporal de cuentas por diversas razones entre las más prodominantes que destacan: racismo, homofobia, instigación al odio, apología del suicidio y otras bagatelas de menor monta pero no menos significativas a los efectos de suspensión temporal o anulación de la cuenta. Observo un elemento muy característico de la comunidad de Facebook, es la heterogeneidad de intereses y pluralidad temática que confluyen en esta sin dudas monopólica red virtual. En Facebook tu encuentras de todo. La metáfora del inmenso promontorio de basura de datos audiovisuales se le ajusta perfectamente como «anillo al dedo». Facebook es para Mark Zuckerberk «la gallinita de los huevos de oro» cuyos «pollitos» Instagram y Whatsapp fungen como correlatos del big brother planetario, no por virtual es menos eficaz en su carácter y función panóptica.
En esta red que tiene sus pro y sus contras es que tengo mis más asiduos «amigos» e interlocutores virtuales diseminados por todo el vasto mundo del planeta tierra; desde Irlanda, Nueva Zelanda, Abu Dabi, pasando por Argentina hasta el más lejano y recóndito paraje de las islas de La Polinesia. Me gusta más que otras porque desacargo libros digitales en cualesquiera formato que luego son mis compañeros y sosiegos «alter egos». Últimamente he creado un perfil en la aplicación Threads cuyos timelines en forma de hilos me brindan la posibilidad de escribir mis «desvaríos» aforísticos y de esa manera dreno y hago calistenias catárticas que me permiten «evacuar» mis sentinas psíquicas para no enloquecer del todo en esta comarca melancólica que tenemos por oikos global.
En fin, homo virtualis es -ex aequo- con idéntica pertinencia empírica- un déficit y una carencia pero simultáneamente una sobreabundancia y un superávit complementario que constituye un peculiar espacio o ciberespacio de interacción sociosimbólica y subjetiva de inobjetable inevitabilidad ontosemiológica.
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