En otros tiempos, remotos desde mi particular percepción y de una inocultable adicción, ¿alienación?, a la computadora personal y el teléfono inteligente, derivada del monopolio del papel inseparable de la hegemonía mediática del régimen, solíamos matizar el café madrugador con la lectura del periódico matutino. Ahora, debemos conformarnos con la difusión radiofónica de noticias pasteurizadas, homogeneizadas y, peor aún, distorsionadas en función de una realidad ilusoria o inexistente (posverdad), extraídas con asépticas pinzas de la red de redes: somos vasallos de Internet y de la información viral (sin alusión al SARS-Cov-2) y, en consecuencia, nos pasan bajo de la mesa aconteceres de obligatoria remembranza. Me sucedió hace un mes, mientras me refería al Día del Amor y la Amistad, y archivaba en la gaveta de las omisiones el «trágico y memorable» 14 de febrero de 1936, cuando, por primera vez en muchos, muchísimos años, los caraqueños salieron masivamente a las calles en protesta por la suspensión de garantías y la censura a medios impresos y emisoras de radio, y fueron violentamente reprimidos por orden del gobernador capitalino, el general gomecista Félix Galavís, poniendo a prueba la calma y la cordura del recién estrenado presidente de la República, el general en jefe de bien ganado soles Eleazar López Contreras. Ese fatídico y glorioso día, precisemos la afirmación de Mariano Picón Salas, la nación entró en el siglo XX, y la sociedad venezolana retomó la «larga marcha hacia la democracia», iniciada a partir del «Decreto de Garantías» del mariscal federalista y presidente de los Estados Unidos de Venezuela Juan Crisóstomo Falcón (18 de agosto de 1863), tal se desprende de una fugaz lectura de Recordar la democracia (Germán Carrera Damas, 2006); no es fecha para ser borrada de nuestra memoria histórica y es imperdonable haberla soslayado en este espacio.
Reincidí en el extravío al pergeñar mis últimas divagaciones de febrero sin dedicar una sola palabra al XX aniversario del fallecimiento del más notable de los notables, Arturo Úslar Pietri (26/02/2001), acaso con la intención subconsciente de evitar polémicas y no meterme en honduras, ni en Guatemala y, mucho menos, en Guatepeor. Subsanada la desatención, centrémonos en el día de hoy, domingo 14 de marzo. La jornada es consagrada internacionalmente a exaltar las matemáticas en general y el número Pi () en particular, por ser, conjeturo, la constante más utilizada en física e ingeniería. A pesar de su irracionalidad (3,14159265358979323846…), hay quienes aún se dedican a averiguar la máxima cantidad posible de sus decimales… y a memorizarlos: el 3 de octubre de 2006, el psiquiatra e ingeniero japonés Akira Haraguchi recitó sin equivocarse 100.000 dígitos en 16 horas y media, ¡uf! Anonadado ante semejante proeza y la capacidad nemotécnica del prodigioso calculista nipón, estuve a punto de obviar una conmemoración harto significativa para la civilidad y el ejercicio de la medicina en nuestro país.
El miércoles 10 de marzo, el profesor Google homenajeó con un doodle al doctor Wu-Lien-Teh, epidemiólogo de origen malayo, padre de la sanidad pública china y primer médico en utilizar una mascarilla —se le atribuye su invención—, en ocasión del 142° aniversario de su nacimiento en 1879. Exactamente 93 años antes vio luz y sintió por vez primera el resplandor reveroniano del litoral guaireño el doctor José María Vargas; en su honor, el gremio médico venezolano adoptó la fecha del natalicio a objeto de festejar un día muy especial, el suyo, y de escasa monta en el calendario guerrero de los encachuchados de la rosca dictatorial, cual demostró un ignaro general en jefe de pacotilla, al modificar la toponimia nacional, denominando La Guaira al estado originalmente bautizado con el nombre del Albacea de la Angustia, como le llamó Andrés Eloy Blanco. ¿Por qué? Porque Vargas —insertos fragmentos de una semblanza escrita en 2018, y descontextualizo y escamoteo un verso del poema Silvia (Hesnor Rivera, Maracaibo,1928-2000)— «pertenece a una raza distinta», la de los hombres justos. Así quedó plasmado en la respuesta del ilustre médico y exrector de la Universidad Central al coronel Pedro Carujo —El mundo es del hombre justo—, encargado de apresarle, en nombre de la Revolución de las Reformas ―¡ah, revolución, cuántas tropelías en tu nombre!―, complot militar fraguado en su contra, desde el momento mismo de ser proclamado presidente constitucional de la naciente República ―sucedía en el cargo a José Antonio Páez, si a ver vamos, el auténtico Pater Patriae―. El iniciático cachuchazo estuvo liderado por Santiago Mariño, a quien secundaron Diego Ibarra, Pedro Briceño Méndez, José Laurencio Silva, Perú de Lacroix y otros próceres de la independencia, y procuraba restablecer los fueros militar y religioso abolidos en el mandato del Centauro de los Llanos. En el fondo, los conjurados reclamaban el privilegio de gobernar en retribución a los servicios prestados a la causa emancipadora, y sobre todo, en su condición de amos y señores de la violencia armada; con su insurgencia, comenzó una nefasta sucesión de uniformados, ¡quítate tú pa´ponerme yo!, que, desde 1830, han gobernado unos 140 años ―los civiles, incluyendo el interregno democrático1959-1999, lo han hecho apenas 60, en repetidas ocasiones de manera efímera, accidental y transitoria, o en calidad de marionetas de un chafarote―, con la aquiescencia de un puñado de heréticos y falsarios «bolivarianos», plácidamente dedicados a gozar una bota y parte de la gorra.
El vértigo del diario acontecer conspira contra el recuerdo y nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y de eventos importantes solo al relacionarlos con lo inmediato. Es el caso de los antecedentes de la extemporánea emisión del billete millonario y los especímenes de 200.000 y 500.000 soberanos (¿?), impresos seguramente en la ceca maracayera, y el aplazamiento de una nueva e inevitable reconversión monetaria. El 6 de marzo de 2008, Hugo Rafael Chávez, habilitado para hacer y deshacer a su antojo, o en sintonía con las fases de la luna y cómo le saliera de la entretela, por una asamblea nacional roja rojita en su totalidad —monocromía derivada de la abstención emocional de la oposición—, hizo gala de los superpoderes adquiridos vía concesión parlamentaria y decretó con rango, valor y fuerza de ley, una reconversión monetaria, mediante la cual se suprimieron tres ceros al bolívar y se le adjetivó «fuerte». Poco duró su ilusorio poder adquisitivo y a la derecha del signo maquillado con los afeites distintivos de las economías hiperinflacionarias y en desintegración, comenzaron a acumularse ceros, como las arrugas de una grotesca y flácida puta vieja salida de la imaginación de Federico Fellini.
Y entonces apareció Nicolás Yo-también y procedió a suprimirle 5 arepas a la numismática creación de su mentor, y suplantarla con un bolívar nada soberano, a juzgar por su acelerada depreciación. Los ceros no tardaron en reaparecer en el engendro madurista —cero por cero es cero, repetíamos a coro en tercer a cuarto grado, a instancias de un maestro con ínfulas de director de orquesta— y no podía ser de otro modo, porque, José Guerra, dixit, «sin una estrategia integral de recuperación económica y equilibrio monetario y fiscal, ese mecanismo pierde todo valor». Días antes de la sorpresiva aparición de los flamantes billetes con el ya insufrible rostro de Simón Antonio de la Santísima Trinidad, mestizado photo shop mediante, el zarcillo anunció, durante una «jornada de trabajo de Miércoles Productivo para el fortalecimiento del Plan de Siembra y Producción 2021», la inminente implantación del bolívar digital, sin ahondar en cómo se habría de digerir eso. Otra improvisación en la larga lista de ineficientes e inviables soluciones a los problemas económicos.
Y ya para concluir este inventario de olvidos involuntarios —¡se me olvidó que te olvidé/ a mí que nada se me olvida —y añoranzas pescadas en el río revuelto de esa enciclopedia de los perezosos llamada Whiskypedia, digo, ¡hic!, Wikipedia, no quisiéramos dejar en el tintero el lapsus linguae, traición del subconsciente o «breve momento de lucidez», según La Patilla, de la diputada espuria María León, en sesión del asimismo írrito congreso madurista con motivo del Día Internacional de la Mujer, al cerrar su intervención con una coda a figurar en una antología de las meteduras de pata: «¡Viva Venezuela libre de chavis… de machismo!» ¡Ah!, y tenemos por delante el Día de San José (viernes próximo, 19 de marzo) y, malgré la pandémie, habrá fiesta en la población de Elorza y quizá un contrapunteo entre Guaidó y Maduro, ¡urpia Dolores!, animado por Olafo el amargado. Esperemos se joropee con el barbijo, tapa boca o nasobuco de rigor, en homenaje al mencionado Dr. Wu-Lien-Teh, chino como la peste.