OPINIÓN

¿De quién es la culpa?

por David Uzcátegui David Uzcátegui

Cada vez que tenemos el estómago de pasearnos por el devastado panorama nacional de la actualidad, no queda sino preguntarnos cómo y por qué hemos llegado hasta aquí.

Qué pasó con Venezuela, aquella del liderazgo en la región latinoamericana y un verdadero ejemplo de progreso ante el mundo.

La misma de las reservas de hidrocarburos probadas más grandes del planeta, con una empresa petrolera del Estado que se tuteaba con las grandes del negocio en el mundo.

Y cuando, como ciudadanos exigimos respuestas, los responsables de esta debacle nacional sencillamente se lavan las manos. Nadie supo, nadie sabe, como dice la canción. Siempre hay un culpable que es externo, un tercero. Nunca son ellos.

Quienes escurren el bulto y evaden sus responsabilidades, están actuando como se reseñaba en aquel viejo libro titulado La culpa es de la vaca, cuya moraleja es la reiterada costumbre que tenemos los humanos de echarnos la culpa los unos a los otros cuando llegan las complicaciones. Y de evadir responsabilidades.

Ya es larga la colección de excusas: el imperio, las sanciones, los apátridas, la guerra económica, el sabotaje, la caída de los precios del petróleo, el dólar…

Parece que quienes ostentan el poder no lo tuvieran realmente en sus manos, porque siempre hay circunstancias que son más poderosas que ellos y doblegan toda una proclamación de buenas intenciones que una y otra vez termina cayendo en saco roto.

Lo único cierto –y que se niegan a admitir desde Miraflores– es que la economía venezolana se encuentra actualmente en una situación crítica debido a la falta de inversión, la escasez de recursos en el país y la pésima gestión de gobierno.

Venezuela ha sufrido una hiperinflación masiva y una escasez generalizada de bienes básicos como alimentos y medicinas, debido al nefasto manejo de las variables económicas, un hecho que siempre se ha presentado con un tóxico componente ideológico que ignora las verdades de las ciencias económicas.

Porque, aunque muchos de los que hoy ocupan posiciones de poder no se han enterado, la economía sigue siendo una ciencia que no se puede ignorar, so pena de pagar las consecuencias de ese error a un precio muy alto.

Es bien cierto que la situación se ha agravado debido a la caída de los precios del petróleo, que es la principal fuente de ingresos para nuestro país. Sin embargo, aquí volvemos a caer en el pecado original venezolano: aquel petróleo que no se sembró.

Una y otra vez hemos gozado del privilegio de elevados precios petroleros que han coincidido con altos niveles de producción, y reiteradamente esta bendición se ha malbaratado.

Este nefasto hábito incluye los altos ingresos que pudimos ver en las dos décadas anteriores y que se dirigieron despilfarradoramente a gastos más que a inversión, a crear la ilusión de un circulante en la calle que se podía leer como prosperidad, cuando era en realidad el anuncio de malos tiempos por venir.

Una perversa estrategia, que sirvió para ganar puntos en elecciones tanto como para lanzar por el desagüe una oportunidad de oro que no se ha vuelto a repetir y que se ve cada vez más lejana.

No se aprovechó cuando producíamos más de 3.500.000 barriles diarios y los precios estaban altos. Ahora, con precios bajos, una producción que no alcanza los 700.000 barriles y la incapacidad absoluta de elevarla, solamente nos queda ir a llorar al valle.

A todo este panorama el gobierno ha respondido con las más desacertadas medidas como la impresión masiva de dinero y la expropiación de empresas, dos verdaderos disparates que han disparado la inflación y desplomado la productividad, creando una tormenta perfecta que se ha tragado los ingresos de los venezolanos, dejando a la nación en angustiantes niveles de pobreza.

Como muestra un botón: valga nada más recordar que le han quitado 14 ceros a la moneda en 15 años. Es decir, un dólar hoy es equivalente a 2.000.000.000.000.000 de los bolívares originales. Ese mismo bolívar que fue nuestra moneda estable por más de 100 años.

Un desplome histórico, único en el mundo, que ha convertido a la moneda que lleva el nombre del padre de nuestra patria en hazmerreír mundial.

En resumen, la culpa no es precisamente de la vaca, sino de los creativos inventores de pretextos. Lo único cierto es que se requiere un cambio radical en las políticas del país para lograr una recuperación económica sostenible. La pregunta es: ¿hay la voluntad de hacerlo? ¿Qué impide concretar ese cambio? ¿Existe el liderazgo capacitado para tomar las decisiones acertadas?

Estamos ante un escenario en el cual es imposible no tener más preguntas que respuestas. Pero si algo queda claro es quiénes cargan con la responsabilidad de los errores. Una responsabilidad ineludible por obvia, descomunal e histórica.