Los vínculos del ex presidente colombiano Juan Manuel Santos con la guerrilla narcoterrorista, disoluta, utilitaria, sin ética democrática, de factura cubana, son máxima de la experiencia. La historia reciente devela, a cada paso, datos y anécdotas, confirmando lo que se ha escrito al respecto. Desnudan al premio Nobel de la Paz, quien, con admirable habilidad, superior al peso de su tradición familiar, supo colarse en los intersticios de la derecha o el conservadurismo para implosionarlos desde adentro.
Si vale copiar en negativo, mutatis mutandi, el título de la obra de Orlando Mejía Rivera diríase que Santos hace parte de La generación mutante. Aprende a fluir por sobre la plaza de las redes, saborear y deglutir al capitalismo salvaje, manipular los contenidos de la libertad, para al término destruir los valores acopiados por las generaciones de sus compatriotas: lealtad, confianza, arraigo, estabilidad. Es parte de la religión actual y profana del relativismo, de la cultura del engaño, del servirse a sí para servirle a aquellos que le estimulan el narcisismo.
Sus migas con los hermanos Castro son legendarias y éstos le manejan a su antojo, como antes lo hacen con Hugo Chávez. Al punto que, habiendo provocado el bombardeo de Angostura, en territorio ecuatoriano, cayendo Raúl Reyes, segundo comandante de las FARC, acaso el costo necesario como lo fuera el fusilamiento del general cubano Arnaldo Ochoa, desde entonces se inicia la persecución implacable contra Álvaro Uribe. A Santos, su ministro de defensa y sucesor en el Palacio de Nariño, no le roza siquiera la Operación Fénix de ese 1° de marzo de 2008, que le tiene como jefe.
Pasan a segundo plano las informaciones descubiertas en las computadoras de Reyes. Se neutraliza a la OEA que conduce José Miguel Insulza, instrumento como Santos de los grandes capos del narcosocialismo del siglo XXI, recién bautizado como progresismo por los áulicos del “neocomunismo” digital y en boga por España e Iberoamérica: José Luis Rodríguez Zapatero y Pablo Iglesias; Ernesto Samper; Evo Morales; Daniel Ortega; Cristina Kirchner y su sucesor, Alberto Fernández; Lula y Dilma Rousseff.
El ahora ex gobernante neogranadino nos previene, haciendo de muñeco de ventrílocuo: “Intervención militar en Venezuela desataría un segundo Vietnam”. Multiplica el eco de Nicolás Maduro, sembrado en febrero del pasado año: “Venezuela se convertiría en un Vietnam si un día Donald Trump manda al Ejército de Estados Unidos a agredirnos”.
El neocomunismo, como el comunismo, es lineal en su discurso y sabe conjugar las disonancias simbólicas o de lenguaje. Hoy apela a las variaciones instrumentales y sustituye los medios del socialismo real fracasado –dictadura del proletariado y apropiación de los factores de la producción– concurriendo en el mercado de bienes y de ideas; pero para liquidar a los competidores y, previo un tránsito de desórdenes y caos colectivos, desatando y estimulando miedos, alcanzar el dominio social totalitario y la cosificación de las personas. Lejos de ser accidentes, dan lugar a tal propósito los deslaves de calle en Bogotá, Quito, Santiago de Chile, Barcelona, París y Hong Kong.
“Venezuela será un Vietnam si la atacan”, anticipó Diosdado Cabello el 13 de marzo de 2015. Es también el eco del fantasma creado a propósito por Chávez, en monserga que profiere en Caracas el 9 de mayo de 2008, ante los ministros de Energía y Petróleo. Quiere inhibir a todo aquel quien no sepa cómo ponerle rostro a la amenaza para desvanecer su miedo.
«En el supuesto de que las fuerzas oligárquicas de Bolivia llegaran a hacerle un daño a aquel hermano país que lleva el nombre de (Simón) Bolívar, Venezuela no se va a quedar de brazos cruzados». “Ahí podría comenzar aquello que el Che Guevara dijo: ‘Un Vietnam, dos Vietnames, tres Vietnames en América Latina”, son sus palabras, que Santos igualmente reverbera pasados 12 años.
Mas olvida este, deliberadamente, que durante su gobierno busca convencer a su pueblo de que el diálogo con el crimen y el terrorismo, abriéndole “puentes de oro”, es lo democrático. La democracia, según su perspectiva, es sincretismo entre la maldad y la bondad, jamás un acervo de valores éticos por alcanzar. ¡He allí los resultados! Minada la democracia colombiana, una bancada de narcotraficantes asesinos ocupa sillas en el Parlamento y, al igual que Santos, se afanan para apuntalar a Maduro, su socio estratégico y connacional.
Lo cierto es que Venezuela vive no uno sino dos o tres Vietnam, desde hace 20 años. Deambulan como muertos sin vida, desdentados, abandonados, profesionales muchos, mendigando por las calles de Bogotá y otras del mundo, casi 6.000.000 de sus hijos. Y bajo la usurpación reinante, entre 2013 y 2019, la empresa de terrorismo y narcotráfico de Maduro ha asesinado a 172.266 habitantes.
¿De qué habla usted, camarada Santos?
En 1964, los guerrilleros secuestran en Caracas al teniente coronel Michael Smolen, de la Misión Militar norteamericana, para pedir la libertad del guerrillero vietnamita y comunista Nguyen van Troi, quien intenta minar el puente por el que pasaría el secretario de Defensa de Estados Unidos y es condenado a muerte. En 1989, luego del Caracazo, el gobierno de CAP establece relaciones con el Vietnam comunista y en 1999, Chávez lo hace su socio confiable; como confiables son, para Santos, Iván Márquez y Jesús Santrich. Así que, a otros con su fantasma, camarada Santos.
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