Con las excepciones que corresponde hacer, que son muchas y muy valiosas, cuando analizamos las causas del desastre nacional, no podemos dejar de reconocer la responsabilidad fundamental que tienen los políticos y los militares venezolanos en ese desbarajuste. Los políticos chavistas y de la oposición contribuyeron en el proceso destructivo que los militares encabezados por Chávez llevaron a cabo en el país. Unos y otros actuaron irresponsablemente en contra de los intereses nacionales. Ignoraron la obligación que tenían de servir a la democracia, al Estado de derecho, a la legalidad y al bienestar de los venezolanos. Allanaron el camino de Chávez, le otorgaron todo el poder, permitieron que hiciera lo que le daba la gana y después de su muerte, sin apoyo popular ya, dejaron que Maduro pisoteara la Constitución y las leyes para perpetuarse en el poder.

Los políticos oficialistas dieron a Chávez, militar con antecedentes golpistas, sin experiencia ni preparación para gobernar, con un evidente trastorno narcisista de la personalidad, un poder absoluto. Chávez gobernó mediante decretos-leyes, facultado por la Asamblea Nacional controlada por sus partidarios. Permitieron que Chávez desconociera todo lo que prometió en su campaña electoral. Luego del fracaso golpista de 1992, Chávez se presentó ante el país como un demócrata cabal cuyo propósito era rescatar la democracia de la corrupción y de la ineficiencia para ponerla al servicio del pueblo, pero al asumir el poder se volcó de forma incondicional hacia el régimen castrocomunista cubano que buscaba con afán un protector que supliera a la URSS en su rol de mantener al país y a la revolución.

El viraje de Chávez hacia el castrismo fue una traición a la patria. Por más lealtad que se tuviera con él y por más apoyo popular que este poseyera, la obligación de los políticos y de los militares que lo acompañaban era exigirle lealtad con Venezuela y con pueblo que confió en su palabra. Era el momento de oponerse a sus extravagancias, de llamarlo a la sensatez y de romper con él si fuera necesario. No ocurrió así y con esa claudicación se inició el desmoronamiento del país. Después de todo lo que ha ocurrido, pareciera que la naturaleza, la Providencia o Dios nos hubieran advertido de la inmensa amenaza que se cernía sobre el país con aquel catastrófico y mortífero deslave del Ávila que ocurrió el 15 de diciembre de 1999, justamente cuando se sometía a aprobación pública la nueva Constitución chavista.

Los políticos de oposición son también responsables del desastre. A partir de 2016, una parte de ellos minoritaria, pero con suficiencia para hacer daño, inició el proceso de ruptura con la unidad nacional opositora lograda con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que propinó una contundente derrota al régimen de Nicolás Maduro en las elecciones parlamentarias de 2015. Esa ruptura se ha ido incrementando hasta convertirse hoy en una guerra sin cuartel. Y ello ocurre en el momento crítico de la lucha opositora, cuando el chavismo tiene en su contra a la inmensa mayoría de la nación. Las razones que se esgrimen para tratar de explicar y justificar esa división de la oposición son absolutamente inválidas ante la magnitud del daño causado. Esa ruptura permitió que Maduro siguiera en el poder y que la situación económica, política y social del país empeorara. La hiperinflación y la devaluación del bolívar disolvieron los salarios y las jubilaciones incrementando a tal grado la miseria que 6 o 7 millones de venezolanos han abandonado el país para no perecer por hambre. En ese intento desesperado muchos han muerto y muchos otros nunca más volverán.

Sobre los militares es muchísimo lo que se puede decir y no precisamente para alabarlos. Son los que secundaron a Chávez en todas sus locuras con los puños en alto y voceando falsas consignas revolucionarias, los que reprimieron a sangre y fuego las manifestaciones populares y los que han sostenido a Maduro en estos últimos años permitiéndole todos los atropellos posibles a la Constitución y a las leyes. Siendo golpistas de profesión y teniendo a mano todos los motivos que siempre han esgrimido para insurgir contra los gobiernos legítimamente constituidos, en esta oportunidad, que justificaba plenamente esa acción, no la hicieron porque el chavismo es militarismo en sí mismo, ciego y sordo a todos los intereses que no sean los suyos, nacido de los cuarteles y enquistado en ellos con fines inconfesables.

Este largo y doloroso período, que lleva ya 24 años de existencia, pasará a la historia como el peor de todos los regímenes políticos que ha tenido Venezuela a lo largo de su historia. Para los futuros profesores y estudiantes de las ciencias jurídicas y políticas será un caso obligado de estudio, como modelo perfecto de los sistemas dictatoriales populistas, antidemocráticos, ineficientes y corruptos de Venezuela, de América Latina y del mundo. A los políticos y a los militares que participaron en él, la historia no los absolverá.


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