La comunidad internacional debe considerar que Venezuela requiere ser liberada y el proceso electoral demostró las fechorías de quienes ostentan el poder. Basta un rápido recuento de dos episodios de final de siglo y desarrollo del actual, para comprender la extensión criminal con sede central y nuestro país como campo de operaciones.
Venezuela y Colombia son víctimas de un mal del mismo origen: el narcotráfico. Épocas distintas, personajes con características resaltantes de criminalidad, que se plantearon el control del Estado, lo cuál no alcanzó el capó colombiano, pero con sobrado éxito su equivalente venezolano. Les une la “libérrima épica del mal”.
El cártel de Medellín desde 1976, planteó una estrategia de acercamiento social: financió planes de desarrollo para los suburbios de esta ciudad, infiltrando con dinero ilícito instituciones importantes y de arraigada tradición republicana.
Pablo Escobar se erigió en máximo líder del proyecto y alcanzó los cargos de teniente de alcalde del ayuntamiento, entregó grandes ayudas a políticos izquierdistas y alcanzó a ser parlamentario suplente, hasta que el Estado colombiano freno sus aspiraciones.
En su deslumbrante negocio de las drogas controlaba los puertos marítimos; llenó de cadáveres a Colombia para oponerse a la extradición y cumplió su palabra: “prefiero una tumba en mi país”, a sabiendas que le esperaba prontamente -como destino inmediato e inexorable -de la actuación criminal de corte masivo y desenfrenado.
El caso de Venezuela no alcanza ninguna similitud. Estamos en presencia -a diferencia del cártel de Medellín- de un poderoso emporio global, sofisticada organización que controla todas las instituciones del Estado y ha penetrado la movilidad social del venezolano. La lista de ese yugo es infinita; mencionemos algunas a modo de ejemplo:
La planificación de esta incursión comenzó con Hugo Chávez, cuando llamó a las FARC a “luchar juntos”. Maduro fue el enlace principal y de allí se generan las actuaciones que indican la fundación del “Cártel de los Soles”, hoy convertido en multinacional del narcotráfico, que desde Venezuela cuenta con todas las ramificaciones del poder ejecutivo: ministerios, empresas del Estado, fuerzas armadas, institutos autónomos, Banco Central, Pdvsa, explotación minera, empresas de servicios, aeropuertos, pistas clandestinas en todo el territorio nacional, rampla presidencial, aeronaves y buques del Estado, partidos políticos, incluyendo el alacranado de tarjetón y los que andan sueltos para ver si se colean. Lista voluminosa.
- Personal diplomático en todo el mundo, facilitando la movilidad de la droga y ayudando en el almacenamiento y transporte en las sedes oficiales. Eso resume la política exterior oficial.
- Poderoso Lobby en las principales potencias del mundo. Gran factura.
- El tesoro se maneja desde la caja fuerte de Miraflores. La billetera del tirano.
- Medios de comunicación adquiridos con dineros del narcotráfico. Globogorrín.
- Gobernaciones afectas al régimen que también participan del negocio ilegal.
La tiranía es insaciable: droga y Estado es uno solo. Los capos superan el centenar y son el principal anillo del “General “, de uniforme asustado y falso. Estudió en la academia de la droga.
Las cifras son tan espeluznantes que solo en los 2 últimos meses han salido de Venezuela 4.000 millones de dólares, con el Banco Central como eje del circulante.
Lo que denominan “destrucción del imperio” no solo es el trasiego de cocaína, también la fábrica de criminales para que ocupen las calles de América Latina. Vulneran las medidas comerciales con los dólares del infame negocio. Espacio aéreo abierto, aduanas libres. Camionadas de maletas.
La guinda es el control absoluto del poder “moral”, Tribunal Supremo de Justicia y su Sala Electoral de caporales del crimen, dispuestos a perpetrarlo contra los millones de votos que pretenden esquilmar. Los miembros del Consejo Nacional Electoral son puñales al aire, dispuestos a lo que sea por sus mesadas inescrupulosas.
Se requiere un gran frente para salvar el mundo del baño de sangre prometido, que ha comenzado en Venezuela y se extenderá por las calles inertes de América Latina. Vamos a vencer, pero no pueden dejarnos solos.
(Sociólogo, UCV).