El régimen usurpador no se da tregua en su combate contra la libertad de expresión. Para el oficialismo solo hay una verdad que debe imperar a cualquier costo. Únicamente las palabras que salen de los labios de los voceros oficialistas tienen luz verde, mientras que las otras deben someterse a rigurosa alcabala. Pero no se trata de una conducta que se expresa a medias, que se oculta para maquillar evidencias sobre la existencia de un régimen totalitario, sino de una exhibición desfachatada que se realiza sin escondite, en plena luz del día. El nuevo ataque a los periodistas que cubren las sesiones de la Asamblea Nacional lo demuestra con creces.
Como se sabe, hace poco los comunicadores que tienen la obligación de recoger las noticias en la sede del Capitolio tuvieron que forzar la barra para que los dejaran hacer el trabajo. Se impusieron ante una línea de guardias nacionales que tenían la orden de impedirles el paso, y volvieron a sus funciones con el apoyo de los diputados de oposición. Victoria pírrica, pese a su trascendencia, porque de nuevo se ha impuesto la clausura a la posibilidad de acceder a una fuente tan importante para los destinatarios de la información.
En este caso la “batalla” fue ganada por el general Leonardo Malaguera Hernández, flamante jefe de la guarnición capitolina, quien ordenó a sus armadas huestes que, como en el pasado reciente, impidieran la entrada de reporteros, fotógrafos y camarógrafos. El diligente general debe considerar que se enfrenta a enemigos macabros, o así lo consideran los superiores del alto mando, porque de otra manera no hubiese impuesto una maniobra digna de mejor y más digna causa, o susceptible de escondite para no provocar vergüenza. Las armas otra vez contra la curiosidad periodística, la fuerza bruta de nuevo contra la búsqueda de la verdad, la imposición severa frente a las maneras cívicas de los profesionales de la prensa.
Es evidente que el episodio forma parte de un enfrentamiento de poderes, debido a que el reciente regreso de los periodistas al interior del hemiciclo fue permitido y aplaudido por los diputados de la oposición y por el presidente Guaidó. Los mandones no podían permitirles que se salieran con la suya, necesitaban demostrar sin posibilidad de duda quién tiene la sartén por el mango, y así llegamos a la nueva y escandalosa vejación de la prensa libre. Se sabe que la autonomía de criterio y el discurrir de las opiniones causa urticaria en el pellejo del chavismo, pero quizá mucho más el que una autoridad rivalice con ellos ante los ojos de la sociedad. De allí el origen de esta peripecia que desemboca en el cercenamiento de uno de los derechos esenciales de la sociedad. Estamos así, por desdicha, ante un ataque provocado por doble motivación, acerca del cual no veremos todavía un desenlace constructivo.
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