OPINIÓN

De Maradona a Milei: el «remake» de la rebeldía

por Juan Dillon Juan Dillon

Hay algo que distingue a la Argentina más que el tango, las carnes, sus amistades intensas o cierta inclinación hacia la desmesura: el hecho de que Maradona es, claramente, el apellido de una nación. Un pasaporte que permite a cualquier argentino presentarse en el mundo sin necesidad de traducción. Un genio futbolístico y, a la vez, un ícono del exceso que potenció la argentinidad, convirtiéndola en sinónimo de una sociedad con personalidad desmedida y una pasión pocas veces igualable. Claro hay otros, pero él concentra una proyección casi universal.

En un terreno fértil con presente sombrío, emerge otra figura que internacionaliza sus fronteras, un Maradona sin campeonatos, un deconstructor que desafía al poder con la misma audacia con la que el astro del fútbol conquistaba el mundo. De los goles a la política, Javier Milei ha arribado para convertirse en el nuevo símbolo de la irreverencia del país sudamericano. «Soy digamos el político más popular del mundo. Yo entiendo que eso los llena de envidia de odio de resentimiento», así se empodera el nuevo inquilino de la Casa Rosada.

Milei acapara las portadas de diarios, revistas, reportes a nivel nacional e internacional. Inspirador de canciones, tertulias, crónicas y peleas, logra una incuestionable centralidad. Al igual que Maradona, el presidente argentino no se guarda nada. Este «neo-personaje» político se autodenomina uno de los individuos más influyentes. «Maradona fue un genio dentro de la cancha y un tipo que no se callaba nada afuera de ella. Eso es algo que respeto profundamente», ha señalado. La comparación no es irrelevante; confiesa una simbiosis en su estilo provocador y excesivo.

Al mismo tiempo, este nuevo arquetipo, es una manifestación de desesperación social. Un símbolo grandilocuente para disimular la decadencia. La Argentina actual despliega con brutal honestidad su degradación. Su actualidad es reflejo de un país en caída libre. La sensación de angustia es palpable, como si una guerra invisible hubiera dejado cicatrices profundas en su gente. Una enajenación que ha hecho desequilibrar la medida lógica de la esperanza. Así es elegido Milei, como un último recurso.

Como Maradona, es ego y arrogancia en estado puro. Un «héroe» para doblegar un panorama interno dramático. El Instituto Nacional de Estadísticas acaba de informar que, en el primer trimestre del año, la economía se contrajo 8%. Tres cuartas partes de esta caída se produjeron tras su llegada, debido, claro está, a una herencia explosiva. La inflación, aunque en descenso, sigue desbocada. El peso argentino se ha depreciado frente a los diversos tipos de dólares estadounidenses que coexisten. Sin embargo, el relato oficial proclama que la sociedad debe pagar este inédito ajuste. Lo disruptivo es que, a pesar de todo, la mayoría de los argentinos siguen acompañando, aunque les sobre mes para llegar con su salario.

En esa partida, por el momento, gambetea con mística maradoniana, un primer tiempo angustiante y de final impredecible. Milei irrumpe convencido de ser un fuera de serie, un extraterrestre capaz de sortear cualquier obstáculo sin mayores complicaciones. La percepción de que su figura trasciende la «normalidad» explica su desfachatez. Esta especie de prolepsis performativa permite a quienes vislumbran esta perspectiva, y que «la ven», comprender el éxito del cambio de jugada que ha impuesto, evidenciando la tensión entre la desesperación actual y la fe en el posible éxito.

En este recorrido, el exótico mandatario prefiere exportar sus mensajes. Tras sus promocionados encuentros con Elon Musk, recientemente hizo una parada en Silicon Valley para reunirse, entre otros, con el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, y con Sam Altman, CEO de OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT que dio inicio a la IA Generativa. Milei, en su apuesta internacional, se dedica a polarizar con líderes mundiales, generando tensiones para proyectarse como una tormenta impredecible y desafiante al escenario actual. En esa cosmovisión, sus entredichos con Pedro Sánchez tienen dimensión de un simple accidente.

Mirando a la Argentina, la fascinación por personalidades egocéntricas interpela sobre los reales motivos de sus naufragios. Un país empeñado en dinamitar con insistencia sus capacidades. Entonces, con ese ímpetu, de Maradona a Milei, el desvarío se convierte en un método, un estilo. Finalmente, la fe invoca la llegada de salvadores implorando soluciones a las fuerzas celestiales.

Estas «estrellas» encarnan el ideal de autenticidad y valentía para estas gestas religiosa-futbolística, ahora religiosa-política. Ambas, posiblemente una versión recargada de la argentinidad, donde la exageración en la confianza en el otro intenta romper un status quo que es vitoreado. Sin embargo, esta singularidad puede repetir fracasos al elevar a mitos virtudes humanas.

La capacidad de desafiar al poder y proponer cambios radicales puede inspirar y movilizar, pero también puede polarizar y dividir. En última instancia, la idea maradoniana de desafiar la realidad es peligrosa, polariza y deja la suerte de la nación atada a una re-significación excesiva de los poderes de una sola persona, perpetuando un ciclo de dependencia tóxica.

Como el «El Padre Diego» de la Iglesia de Maradona pero en versión Milei… «Javier nuestro que estas en la tierra, santificada sea Karina, Venga a nosotros tu motosierra…»

Artículo publicado en el diario La Razón de España