“El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de
encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento”
G.W.F. Hegel
En el Anti-manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos, publicado en 1975, su autor, Ludovico Silva, señala que “la dialéctica, malamente empleada, solo sirve para confundir a los seres humanos”. ¡Y es verdad!, incluyendo el empleo que el propio Silva intentó, inútilmente, hacer de ella. Malamente significa, stricto sensu, con «mente mala», es decir, que existe en esta expresión, sopesada con la debida cabalidad por el refinado y agudo estilo literario de Silva, la consideración de que la dialéctica haya sido utilizada no sólo de un modo equivocado sino, además, malo, en la doble acepción del término: defectuoso y no sin premeditada depravación. De lo cual se derivan, necesariamente, dos consecuencias de no poca importancia: la primera, que no es la dialéctica en sí misma, sino su mal empleo, la causa de la manera equivocada de interpretarla y “aplicarla”. Y, la segunda, que más allá del interés por interpretarla y “aplicarla” de manera incorrecta, a objeto de “confundir a los seres humanos”, existe la posibilidad de interpretarla y emplearla correctamente, de acuerdo con su propia naturaleza, a fin de no confundir sino de aclarar, de “iluminar a los seres humanos”.
A propósito de la oposición presente entre los términos extremos, Silva considera que “puede hablarse de opuestos históricos, pero no de polos de una contradicción en el sentido estrictamente lógico del término”. Existen, pues, según Silva, opuestos históricos antagónicos, pero no por eso contradictorios. Ni hay una “lógica dialéctica”, porque la dialéctica -en su opinión- no pasa de ser más que un “método de exposición de la estructura capitalista”. Como podrá observarse, el autor del Anti-manual -cuyo título, por cierto, ya es de suyo una definición de la existencia de la oposición dialéctica-, parece presuponer que “los opuestos históricos antagónicos” no son extremos polares de “una contradicción en el sentido estrictamente lógico del término”. Pero, además, presupone que las llamadas “contradicciones” sociales o políticas carecen de valor, ya que semejante modo de expresarse no es más que el resultado de la utilización incorrecta -y, por eso mismo, indebida- de la terminología “hegelianizante”, es decir, “científicamente incorrecta”, en el campo de los estudios de la sociedad.
Que sean los términos extremos o antagónicos de una relación contradictoria es cosa que Silva no da señales de aclarar. Solo llega a afirmar -una vez más, a presuponer- que los “opuestos históricos antagónicos” no son “polos de una contradicción”. Pero no hará falta recurrir a Hegel o a Marx para llegar a resolver los aparentes descuentos -las “gangas”- dejados por Silva al descubierto, con el propósito de confirmar si existen o no los términos opuestos y si los extremos que la conforman -a la oposición- posibilitan o no la presencia de medianías. Lo más sensato, en este caso, es ir a la fuente primaria, al fundador de la formulación de la única lógica que, hasta nuevo aviso, sigue teniendo absoluta vigencia en absolutamente toda posible operación lógica, o sea, al gran Aristóteles.
Tanto en el libro de las Categorías como el la Metafísica, Aristóteles señala que la contradicción es, apenas, uno de los cuatro tipos de oposición existentes, en las que se hallan implicadas todas las funciones de negación, aunque, en cada caso, de un modo particular o específico. En otras palabras, existen formas más determinadas o menos determinadas de oposición, aunque no por ello las unas son más importantes que las otras. Todo depende del tipo de determinación del cual se ocupe cada una. La forma más “fuerte” o “extrema” de oposición, dice Aristóteles, por ser la más indeterminada, es la contradictoriedad, mientras que la más “sutil” y “equilibrada”, por ser la más determinada, es la correlatividad, que es, por cierto, dado su objeto de estudio, la que asume en Hegel -y en Marx- el movimiento de los términos opuestos.
La oposición por contradictoriedad se presenta cuando uno de los términos es la negación directa, aunque abstracta, del otro término, es decir: A y -A (bueno y todo lo que no es bueno). La oposición por privación es aquella en la que uno de los términos representa la ausencia del otro, como en vista y ceguera. El uno posee la facultad de ver, mientras que el otro está privado de la visión. La oposición por contrariedad se produce entre términos que mantienen una diferencia, dice Aristóteles, “perfecta”, en el interior de un determinado género, como blanco y negro. En este tipo de oposición es posible establecer posiciones intermedias, como, por ejemplo, las diversas tonalidades de gris, dependiendo de la cercanía o lejanía con cada uno de los términos opuestos. Finalmente, la oposición por correlación, en la que predomina “la reciprocidad concreta” de los términos, porque en ella cada término opuesto, cada extremo, está determinado por el otro, por lo que cada uno de ellos es “el otro de aquel otro”, es decir, son “sí mismos”, como doble y mitad, padre e hijo, macho y hembra, arriba y abajo, derecha e izquierda.
En este tipo de oposición no hay medianías ni tonalidades posibles. Ni existe “tertium datur”. No es que están los extremos opuestos por correlatividad y, frente a ellos, aparece un grupito de gente, llena de luces y sombras, “almas bellas” entre el rose Fermin y el bleu fane Zambrano, que permanecen “impermeables al desaliento” -como les fascina, a los “Yeyo” de este mundo en crisis, autodefinirse-, que permanecen incólumes ante la gran tragedia del desgarramiento. Aristóteles lo confirmaría a pie juntillas: en este tipo de confrontaciones -las más determinadas y concretas, porque las más reales e históricas-, los “ñames pela’os” no es que sobren, es que no tienen la más mínima oportunidad. Y es que el asunto consiste en que cada término está infranqueablemente determinado por el otro, siendo cada uno de ellos la determinación del otro, precisamente porque ambos son, en rigor, simultáneos, o como dice Aristóteles, correlativos.
Así, pues, la oposición por correlación es un tipo específico de contradicción en la que se hayan presentes dos términos o-puestos, es decir, que han sido puestos o fijados por la reflexión del entendimiento y en el que cada uno de los términos está necesariamente determinado por el otro. Podrá ser sin duda empleada malamente, como dice Silva, pero cuando la dialéctica es interpretada correctamente -científicamente, diría Aristóteles- permite comprender que sin una confrontación abierta y directa, sin un máximo desgarramiento, no hay lugar para la ulterior resolución y reconocimiento de los términos opuestos.
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