“… la inversión de la renta, desde luego, es lo deseable. Pero condicionada a que su rendimiento y uso no dependa de la renta misma”. Manuel R. Egaña (citado por Asdrúbal Baptista, «El futuro como origen de la historia», El Nacional, 29/09/2019
Repetida muchas veces, la profecía que anunció el fin del capitalismo rentístico en Venezuela, se cumple ante todos y, si bien, viene acompañada en la coyuntura, por la estrepitosa caída de la producción, deuda, obsolescencia, atraso, descapitalización, desequilibrio en las grandes cuentas y el empobrecimiento masivo de la sociedad, en medio del certero fracaso político, social, educativo, de salud, de la educación entre otros renglones más, también se hace patente la necesidad de inventar un porvenir. El festín baltasariano en el que vivió Venezuela por décadas desde el comienzo del siglo XX concluyó impajaritablemente.
El modelo económico agotado, destruida nuestra industria petrolera y saqueada y corrompida nuestra potencialidad minera, dependiendo de productos importados de segunda o tercera categoría para dizque asistir a las mayorías depauperadas, la generalización de la pobreza y elevada morbilidad, la desnutrición masiva y la exposición total de niños y adultos con hospitales carentes hasta de lo elemental, la paralización de la educación a todos los niveles, la manipulación de la pandemia, sin vacilaciones, sin escrúpulos, con cinismo extremo.
La sistemática violación y desconocimiento de los derechos humanos, el desprecio por la vida, las ejecuciones extrajudiciales son el pan nuestro de cada día y valga el lugar común.
El mensaje político desprestigiado y sus actores reos del rencor masivo de la sociedad; la armazón constitucional y legal mediatizada y reducida, diría Loewenstein, a mera semántica; la institucionalidad sistemáticamente burlada y aún más desde adentro que desde el exterior; la anomia y la antipolítica prevaleciendo, la pérdida de soberanía en todos los aspectos, que es menester asegurar para realmente ser un Estado soberano; la usurpación de todos los poderes públicos.
El daño antropológico, que es lo peor, se cumple inexorable; desfigurados los ciudadanos, sin ilusión, sin capacidad crítica, sin personalidad, sin dignidad, sin valores sociales y republicanos, sin arraigo de pueblo, indiferentes ante su vaciado espiritual. Se le escalpa el rostro de la credibilidad a la política y eso es lo que queda de este fatídico proceso que comenzó, formalmente en 1998 y que sigue minando a la otrora no sin problemas pero briosa Venezuela.
No se trata entonces para Venezuela de sustituir unos por otros en el gobierno; se trata de cambiar el mundo, ni más ni menos. Refundar, reconstituir en suma, rehabilitar un cuerpo político y social que ha sido lisiado. Volver a hacer una república de Venezuela.
Antes dijimos que es menester generar una reacción educativa, no para alienar sino todo lo contrario. Reencontrar al “homo criticus”, pero igualmente postular ante él, ética y responsabilidad como un avío para el viaje de su vida. Sobre ese esfuerzo debe elaborarse un programa con la participación de los que pueden aportar realmente.
Venezuela tiene que dar un salto de garrocha porque se ha quedado abajo, atrás y el tiempo, la velocidad de la digitalización, la instantaneidad nos formulan una exigencia que no admite demoras. Como nos develó Andrés Oppenheimer, asumir un futuro que hace tiempo que llego y nos obliga a ser mejores, innovadores, creativos, competitivos para no perecer.
Debemos hacer un balance con arqueo e inventario en lo económico; los recursos, fortalezas y debilidades que nos deja el cataclismo chavomadurista. Lo que tenemos, lo que queda de capital público vista la destrucción de la industria petrolera y de la fuga de capital humano.
Legislar para abrir esa economía; desregular, facilitar la inversión, corregir una legislación laboral que lejos de proteger al trabajador lo despoja de su mística y compromiso, asegurar la responsabilidad social de las entidades productivas.
La progresividad de la contribución ciudadana para atender las cargas públicas debe revisarse en la línea no solo de eficiencia sino de equidad, pero concientizándonos que es un esfuerzo compartido y que la producción debe correr sin tapujos para hacerlo velozmente.
Un nuevo Estado debe tomar el relevo. Un nuevo esquema federal cooperativo, debe ayudar en ese proceso. No solo la distribución de poder y competencia, debe operar entre los órganos del poder público que aseguran las funciones del Estado, sino que habrá que revisar las estructuras clásicas.
Las comunas no son necesariamente lo que ahora prometen y entendidas de otra manera y enlazadas con la disposición de las personas político territoriales regionales y municipales, pueden coadyuvar a acercar el ciudadano a la gestión de asuntos comunitarios sin prescindir de la especificidad que constitucional y legalmente obran como parte de nuestra evolución, pero hay que atreverse a cambiar, aunque no como el gato pardo.
La gestión de las finanzas públicas debe paulatinamente regresar a la moderación; las grandes cuentas atendidas, los objetivos de política económica de naturaleza coyuntural deben definitivamente gerenciarse con mano firme y sobria. Los presupuestos y el gasto manejados como herramientas para sanear el país y no para hacerse una clientela populista que nos traslade nunca, jamás, a esta suerte oclocrática que hundió al país. Estrictas reglas fiscales no para entorpecer, sino para ordenar.
Desregular es otra llave de la bóveda que contiene respuestas urgentes para la parálisis de la libre iniciativa y el emprendimiento. Para constituir hoy una empresa, se requieren semanas y tener fuelle y paciencia porque pareciera que se trata de disuadirte más bien.
Cero “0” tolerancia con la corrupción se ha dicho bastante, pero hoy Venezuela lidera, sin inmutarse además, según los informes más serios de las agencias internacionales, la lista de las naciones más afligidas por ese virus, por llamarlo así, en el mundo. Cero impunidades en consecuencia. Cerrarle el camino a esa tendencia tan latinoamericana y en especial venezolana a anomianizar y banalizar los procedimientos para apurar los trámites.
Para ello, hay que recuperar la justicia y verdaderamente blindarla a objeto de que cumpla su tarea. La estructura burocrática nacional, regional, municipal es permeable a obviar la ley y trajinar los asuntos administrativos entre negociados y corruptelas de todo tipo. Puede y debe controlarse, vigilarse, evaluarse.
El desempeño público debe rendir cuentas y ponderarse la calidad de las ejecutorias de todos esos programas que reclaman ingentes recursos y una planificación plurianual. Estrictamente evaluados y considerados. Si se hubiera cumplido en lo esencial al menos el Título Sexto de la Constitución Nacional e instrumentos como la Ley Orgánica de Administración Financiera del Sector Público y sus reglamentos, la Ley del BCV por citar solo dos, este sería otro país.
Disminuir la discrecionalidad y publicitar la ejecución de los presupuestos hasta el detalle es un giro que hay que acometer. Premiarse la honestidad y la eficacia de aquellos servicios como las aduanas con un régimen de obvenciones puede ser un comienzo. La reorientación de la administración pública apuntará en la dirección de no hacer conveniente, rentable sino peligrosa, gravosa la práctica del tráfico de influencias y la recurrente calificación de cualquier situación como emergencia para disfrazar las malversaciones o evadir los controles previos. Puede hacerse.
Una política exterior favorable al Estado y a la sociedad venezolana sigue a que pongamos las cosas en su sitio en el escenario endógeno, pero comienza con la búsqueda de recursos de los que hoy carecemos para financiar la recuperación y la inversión y ello apunta no solo a las agencias de Naciones Unidas sino a los mercados emergentes. La disciplina fiscal y la transparencia son claves para esta fase. Puede y debe hacerse.
Hay que traer nuevamente una inmigración seleccionada a Venezuela. Estoy pensando que provendrían de países que estarían dispuestos a favorecerla. No los nombraré para no provocar innecesarios debates, pero pueden imaginarse algunos de ellos.
Esta reflexión solo ha querido abrir una ventana de la imaginación al porvenir que hoy se nos niega o no lo creemos posible. No pretende más; son francas y conocidas ideas para eventualmente platicar sobre el país harto de oír solo quejas y lamentos. Es un granito de arena, pero debe verse también como una semillita de maíz. No hay y no puede apreciarse por su sencillez, modestia sino como una entre otras guías para conversar entre ciudadanos.
El régimen es un tapón que nos ciega a todos en su ceguera. Vuelve Octavio Paz a mi memoria: “La ceguera biológica impide ver, pero la ceguera ideológica impide pensar”. Como diría Chateaubriand, en celebre ocasión, hay que movernos de donde estamos para ver otro horizonte.
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