“El político no se retira nunca. El lasciate ogni speranza no existe para él. El político espera siempre”. Louis Barthou
Me ha sorprendido la facilidad con que la gente se ha resignado a la larguísima espera de 2024. Mansamente, la sociedad simplemente se acomoda en su trinchera cuasi vegetativa y se dispone a seguir sobreviviendo en la crisis de todas las crisis; en este compendio de disfuncionalidad, engañándose con la apariencia de una mejoría ficticia y la permanencia en el pandemónium de, poco más o menos, la totalidad de los coterráneos.
En medio de un ambiente que asemeja a una suerte de síndrome de Estocolmo, asediado por innumerables restricciones, penurias, escaseces, a veces no porque no haya sino porque no se dispone de los medios para alcanzar lo necesario; dominados por un entorno depresivo que los empobrece, los vacía de su espíritu, los venezolanos se saben o se exhiben carentes, precarios, enanos impotentes; un celaje, un destello, una estrella que se muere.
Y eso que a los compatriotas nos encanta decir que estamos bien y vamos para mejor como individuos, aunque admitamos que la situación nos aprieta la garganta y nos ahoga de distintas maneras. ¿Serenidad? ¿Coraje? ¿Estoicismo? ¿Resignación, conformidad, debilidad? Es complejo, pero llama la atención la manera como la población encara el drama de la vida en un país que se ha venido abajo y nos ha llevado a la gran mayoría al acabose.
¿Por qué no reaccionamos? ¿Por qué nos ausentamos, presentes sin embargo, de la dinámica comunitaria? ¿Soledad compartida? No tenemos a nadie y ese nadie tampoco nos reúne ni nos proporciona esa mínima certidumbre.
No nos quejamos de nada o tan superficialmente que no se escucha ya ni un resuello. Lo soportamos todo; como si ese desencuentro no fuera sino el tránsito de la mera subsistencia a la que nos atamos, un signo inexorable del destino cruel, ineluctable y ciego que nos hemos deparado nosotros mismos.
¿Dónde andan los otros? ¿Hay nosotros? ¿Devenimos en una especie de zombis? Caminando en la misma dirección tal vez, pero arrastrándonos despersonalizados por los canales de un averno como aquel de Cuba que le ha secado el alma a todo un pueblo, otrora ruidoso, pudiente, intenso, creativo, audaz.
Antropología del desarraigo, la insignificancia, la mediocridad, la levedad, la intrascendencia del homo ciudadano. Ese ensayo nos define sin representación porque tampoco hay comunicación ni sensibilidad, sin empatía. ¿En otra dimensión existencial discurrimos?, ¿en la docilidad absoluta, en el hallazgo frívolo eventual que nos distrae de las realidades que nos envuelven inmanentes?
El espacio público que nos permitía ser libres nos fue conculcado. La llamada revolución de todos los fracasos, empeño eficiente por asegurar la longevidad de la ineptitud, la vileza, el resentimiento y los inescrupulosos, cínicos y perniciosos nos han puesto un cepo.
Ya no hay república, ni libertad, ni igualdad, ni solidaridad, ni amor, ni ilusión ni fantasía. Ya no sentimos ni el miedo que nos avisa, y por eso se han atrevido a desafiar la mar bravía en la fragilidad de un peñero, de una vara estrecha, de un espejismo, para solo tener si lo lograra, otro opresor; un desprecio, un asco, un dolor que no cesa, sin entender siquiera qué le dicen.
En paralelo, en otra categoría del espíritu, obra una “dirigencia” que tiene tiempo sin dirigirse a nadie y sin dirigirlos a ningún lado. Pasadas las elecciones del 21N, cada cual recibió una cuota del desdén, pero algunos se hicieron de una victoria que no refleja una genuina legitimidad.
Otra maniobra exitosa a costa del ingenuo o inconsciente colectivo; inerte, catatónico ese pueblo que deja de ser bravo para, dañado en su condición ciudadana, acostumbrarse a deambular privado de su dignidad. Una auténtica tragedia en curso.
Ante ese cataclismo deletéreo que no se detiene es más visible el defecto de una clase política que no ha dado la talla. No ha estado a la altura de las contingencias; no ha podido o no ha querido o no ha sabido resolver la ecuación a pesar de contar con muchos datos para ello.
¿Pueden aún desempeñar el papel del liderazgo indispensable los que no lo consiguieron hasta ahora? Quizás sí o tal vez no, pero, para saberlo, es sano advertir cuál ha sido y es la insuficiencia, la falta, la prestación pendiente en su ejecutoria. La describiré brevemente…
Cesó la conexión entre el establecimiento pretendidamente dirigente y las comunidades. Lo he venido diciendo y lo repito ahora; las bases de la sociedad civil y política fueron desvencijadas deliberada y dolosamente; no hay sindicatos, colegios profesionales, partidos políticos, agrupaciones sectoriales, comunidades educativas; los mecanismos de representación se encuentran hoy en día, desactivados.
Paralelamente, se observa una indisposición a la reflexión societaria y más que eso, una animadversión, o al menos desconfianza manifiesta, hacia quienes disienten aun levemente de lo que cada uno piensa. Como bien apuntó esa talentosa periodista y politóloga Paola Bautista de Alemán: “Vivimos en un entorno de sospecha…”
La dirigencia brilla por su ausencia, podría decirse; no está o no se siente, si acaso no se ha ido realmente. El país aborda su dinámica sin referentes, sin parámetros, sin faros que lo orienten y en eso ha consistido el trabajo del régimen, en sembrar la discordia y en fracturar cualquier consistente interlocutor para someterlo o anularlo, y me temo que ha tenido éxito.
Hay que reconectar; regresar a la empática relación, hay que oírlos y hablarles, reconocer y ser reconocido, mirarlos a los ojos para sintonizar su pensamiento, ahora esquivo, entrecortado, vago.
Como si respiraran en otro planeta, algunos ya se han dedicado a solamente conversar sobre primarias que, por cierto, interesarían a los “presidenciables” si los hubiera. No se percatan del enorme desagrado que muestran los estudios de opinión hacia los políticos. Me refiero a Maduro y a todos los demás, prácticamente sin ninguna excepción. Acotemos además y no es poca cosa, el prisma antipolítico que se ha entronizado gravosamente en el seno de nuestro cuerpo político y electoral.
¿Hay un barajo político en curso? Pudiera haberlo, en esas corrientes invisibilizadas que también denominan subterráneas de la sociedad, y sería no solo comprensible sino explicable.
¿Se divisa un outsider? Para responder con sobriedad debo precisar que dependerá de lo que acá se ha dicho, entre otros elementos, pero especialmente de que haya una recuperación ciudadana de un lado y del otro, que se lo gane alguno de los experimentados o una súbita revelación, la cual deberá convencer a los reacios, a los indiferentes, a los detractores de oficio, exponiéndolo todo, su vida misma, para devenir en agente de cambio y avatar de un porvenir que por ahora no se ve.
Escuché en Maturín hablar de unas primarias acompañadas de un acuerdo de gobernabilidad, un programa de gobierno y un crédito aprobatorio de más de 50% de los concurrentes o probable doble vuelta. Era la propuesta de Guillermo Call, quién fue gobernador y sigue siendo influyente en su estado. Yo me preguntaba al escucharlo quién podría ser ese portento, y confieso que sentí que todavía pasaría mucha agua por debajo de los puentes antes de asumirlo como tal, pero lo infiero necesario para la vida de nuestra hoy más que comprometida patria. ¡Dios nos asista!
[email protected], @nchittylaroche
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