Estremece ver cómo se parecen, casi que una fotocopia, la difícil situación de Venezuela en los noventa a la situación colombiana actual. Es el mismo escenario de destrucción de la institucionalidad vía un complot de la izquierda (no solo la extrema, también la que se autodenomina democrática) para acabar con la libertad y el bienestar del pueblo, con el único fin de apoderarse del poder para gozar de este eternamente.
Veamos cómo fue la terrorífica película de Venezuela: Todo empezó con un ensayo de rebelión popular en 1989, ante un mínimo aumento del precio de la gasolina, la izquierda instigó protestas en las barriadas populares de Caracas, que terminó en vandalismo y saqueos por toda la ciudad, la policía siendo incapaz de detener esta emboscada, el gobierno decidió sacar al Ejército quien efectivamente acabó con la protesta violenta, pero al precio de desmanes que fueron agrandados y usados por el comunismo para presentar la reprimenda como un salvaje acto de violación de los derechos humanos, fue “el Caracazo”, donde la izquierda le midió el aceite al gobierno, viendo que sí era posible efectuar este tipo de insurrección violenta urbana. Pero también constataron un hecho evidente: la tal rebelión popular no fue sino vandalismo cometido por unas centenas de caraqueños, no hubo una masiva respuesta popular al llamado a asonada.
Decidieron entonces acudir a un método más directo: el golpe militar. A diferencia de Colombia, la guerrilla venezolana fue eficazmente liquidada por Rómulo Betancourt en su período presidencial, el comunismo recurrió entonces a un método bastante peculiar: desde inicios de los setenta infiltrar la Fuerzas Armadas, especialmente el Ejército, con jóvenes adoctrinados por el comunismo. Al llegar estos a puestos de comando, darían el golpe. A principios de los noventa se dio esta circunstancia, y efectivamente el nefasto y diabólico Chávez fue quien comandó esa cruenta pero fracasada asonada, el 4F de 1992.
Ante el fracaso del método del golpe, se abocaron a la más espectacular estrategia: la aniquilación de las instituciones. El enemigo que había que vencer era Carlos Andrés Pérez y contra él se fueron todos los dardos. Una confabulación de las élites intelectuales y de opinión, la Corte Suprema de Justicia y el fiscal, y el propio partido de CAP, Acción Democrática, elaboraron una estrategia jurídica y de opinión pública que defenestró al presidente, con un ilegal e ilegítimo juicio que terminó con la destitución por el Senado.
Se necesitaba un gobierno de transición que dirigiese el país hacia el caos, ayudado de las milicias urbanas, que ejercerían la presión popular, para que allí sí llegase directamente el comunismo al poder. Este gobierno de transición fue el del senil y obcecado egoísta Rafael Caldera. Destruyó a su partido el demócrata-cristiano Copei, y ganó las elecciones y gobernó con la izquierda. Hizo el golpe mortal a la democracia con el sobreseimiento, lo cual implicaba la libertad y el goce pleno de sus derechos políticos, de Chávez. De allí ya se sabe la historia: se creó un estado de opinión de antipolítica, que inauguró el método del Foro de Sao Paulo de la toma del poder por los comunistas vía electoral, consecuencia de eso son las más de dos décadas que tiene Venezuela en un estado de postración por miseria, tiranía, etcétera.
Ya el lector habrá visto las profundas coincidencias entre los dos casos veamos la historia colombiana: las guerrillas comunistas fueron prácticamente aniquiladas por Álvaro Uribe Vélez, con su política de Seguridad Democrática. Esto las obligó a cambiar de estrategia, iniciaron entonces una estrategia de camuflamiento con el discurso de la paz. Lograron con la táctica de la cooptación poner a Juan Manuel Santos como presidente, el cual ante la negación popular a su acuerdo con las guerrillas, al igual que en Venezuela, una coalición de las élites intelectuales, empresariales y mediáticas, los partidos políticos, las cortes, el fiscal, las centrales sindicales impusieron la dictadura del farcsantismo. Al igual que en Venezuela, el enemigo a destruir es Uribe, por lo cual se le ha hecho una persecución judicial que todavía está en curso.
No se tuvo, que se sepa, a la estrategia de infiltración de las FFMM; porque los comunistas creían que llegarían al poder vía las guerrillas, aunque como dijo el sabio historiador y político venezolano Ramón J. Velásquez: “Los militares son leales hasta el momento en que se alzan”. Pero ya estamos en la etapa final de la estrategia de la toma del poder por el narcoterrorismo comunista por la vía democrática. Ya estamos en el gobierno de transición, al gobernar la izquierda vía la dictadura del farcsantismo, al seguir Duque al pie de la letra el pacto de entrega del país a las FARC. Ya arrancaron con el proceso de creación del caos y el hastío popular, ante un gobierno adrede completamente ineficaz, estamos en un estado de anarquía, en el cual el terrorismo urbano está ejerciendo el poder en las principales ciudades, vía la violencia asesina, ante la renuncia de Duque a ejercer la autoridad. Ya tienen los candidatos (Petro y Fajardo) que seguirían la estrategia del Foro de Sao Paulo para la instauración del comunismo.
Pero la película no ha terminado: queda saber si las élites seguirán indolentes ante la avanzada del narcocomunismo, o si despiertan y no cometen los errores de AD y Copei, y los empresarios, medios y sindicatos venezolanos de unirse en un frente común anticomunismo. El liderazgo venezolano tiene la excusa de haberse enfrentado ante una situación inédita que los llevó a actuar torpemente. El liderazgo colombiano no tiene esa excusa, tiene el espejo de dos décadas de aniquilación de Venezuela por el comunismo. Si sigue dormido ante la amenaza del narcocomunismo terrorista y permite que este tome el poder el año que viene, no será por ignorancia, sino por colaboracionismo. La verdad, queda poco tiempo y no se ven ni lejanamente señales de que se quiera enfrentar la amenaza comunista, pero la esperanza es lo último que se pierde.