OPINIÓN

De la tentación al demonio del hegemón

por Nelson Chitty La Roche Nelson Chitty La Roche

Foto: Osmary Hernandez @osmarycnn

No tentarás al señor, tu Dios” Mateo 27:39–43.

Nos enseñan las escrituras que eso que llamamos tentación es la mismísima prueba a que se expone el creyente. En realidad, de eso es que se ocupa el pérfido, es su oficio tentarnos para que pequemos y se haga él del «mérito» de nuestra perdición.

Empero, si bien sabemos que se nos tienta de diversas maneras, instrumentos, sentimientos, lujos, poder, vanidades, cabe interrogarnos sobre si ¿el maligno a su vez es tentado o su ejercicio tentador es de suyo, de su única y ontológica condición?

No pretendo, ni remotamente, evocar aquella negociación del Fausto con Mefistófeles ni tampoco convocar esas letras de Maurice Joly interrumpiendo a Maquiavelo y a Montesquieu, por citar un par que me vienen al espíritu. Como leerán de seguidas, imagino la zaga diaria de aquellos que nos subyugan y nos diezman como nación, rutinariamente.

No sería adecuado nombrarlos, pero no será difícil personalizarlos. El uno no lo esconde, se regodea, se ufana de su poder y del que como socio disfruta y la otra, silente, pero intensamente activa, teje como una araña y comercia como un fenicio con el mando, las ocasiones de prevalecer, los desafíos contra propios y extraños y el bienestar de su entorno. Ambos se deleitan ebrios de su impunidad, primeramente, pero no se sacian con ello y si han de mover hasta las aguas tranquilas de la constitucionalidad, las remueven fascinados, para distraerse con lo que brota desde abajo.

La historia reciente del CNE, su cambio de directiva y su recientísima postura sobre las primarias evidencian un diabólico juego con el destino del país. Hay quienes se asumen eviternos, allí están y estarán piensan, más allá de su propio tiempo existencial y, si así no fuera, no se verán jamás fuera de su devenir concupiscente. Es ese pendular entre lo que debe ser y lo que es, su tablero de ajedrez, su morbo.

Karl Loewenstein, en su celebrada teoría constitucional, sin ambages reconocía en el ser del poder al mal y, desde luego, proponía una mecánica de controles para evitar el abuso y, agrego yo, sin esperar un resultado virtuoso, pero intentándolo, no obstante.

Ellos saben que destruyeron al país, fueron el cataclismo, lo quebraron, lo asaltaron, lo saquearon; pero, aun así, quisieran quedarse como administradores de los escombros. Son adictos a los himnos y a las convenciones de los dignatarios.

¿Qué se traen entre manos los chavomaduristasmilitaristascastristasideologizados? En unos días u horas tal vez lo sabremos; pero, con ellos, realmente hay que prepararse para lo peor y los coterráneos no podemos seguir alegando cándidos, ingenuos, que nos sorprenden o que alguna vez lo harán distinto, como patriotas, como gente de bien.

Se hacen llamar el pueblo y me recuerdan una locución que como sentencia reza así en latín: “Nihil est incertius vulgo, nihil obscurius voluntate hominum, nihil fallacius ratione tota comitiorum”, cuya traducción es como sigue, “nada es más errático que el populacho, nada más oscuro que la voluntad del pueblo, nada más falaz que el razonamiento de las asambleas”.

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