El día que el petróleo desapareciera nos encontraríamos en la situación de Caripito el día que el petróleo desaparezca: en una situación de morirnos de hambre, en un desierto sembrado de esqueletos de automóviles, de viejas refrigeradoras y de cajas de avena despanzurradas.
Arturo Uslar Pietri
Unos creyones, un sacapunta, dos libros para colorear, una cartera, un par de zapatos, una lamparita, una agenda de Chihuly y un almanaque en combinación. Todo eso en una caja de uno de tantos couriers privados; son los regalos de Navidad 2022 & Cumpleaños 2023 que envió Joannie, mi comadre gringa, desde Kentucky. ¡Cómo han cambiado las cosas! Recuerdo cuando mandaba jabón, shampoo, cepillos y pasta de dientes, Qtips, toallas sanitarias, talco, papel toilette, vitaminas, Splenda, latas de atún, harina P.A.N. y conflé. ¡Ah, y pañales para la recién nacida! La recién llegada al territorio de la miseria extrema que “había una vez” había sido un país rentista.
El Dr. Diego Bautista Urbaneja Arroyo nos da la penúltima clase del XI Diplomado de Historia de la Venezuela Contemporánea de la Fundación Rómulo Betancourt y la UPEL. El tema: “Las primeras décadas de la renta petrolera y la silenciosa siembra del rentismo”… y lo escuchamos con atención, pero nos adelantamos adivinado al final de la película, pensando en ese día fatídico cuando el petróleo no sea suficiente o, peor, cuando se nos acabe para siempre. ¡¿O será que no se va a terminar nunca y seguirá sirviendo para sembrar la conflictivad?!
El catedrático comienza explicándonos qué entiende por rentismo: vivir y depender del ingreso o renta fruto de una industria en la que trabajan unos pocos miles de personas —y que por lo tanto no es el resultado del esfuerzo nacional— y cuya rentabilidad es exorbitante. “Una sociedad que cuenta con que cualquier ineficiencia, cualquier despilfarro, cualquier disparate, cualquier holganza, será rescatada, pagada, cubierta, financiada, por esa renta petrolera”. El rentismo radica en no haber sido capaces de resolver esa situación tan adictiva como fatal.
Todo había empezado tímidamente el 23 de enero de 1904, cuando el presidente Cipriano Castro aprobó un nuevo Código de Minas para reglamentar la extracción de nuestro petróleo por las compañías extranjeras. Lo imaginamos zamarro y receloso, pues ya antes la planta insolente había profanado el suelo de la patria.
En 1908, Juan Vicente Gómez reemplazó a su compadre Castro y continuó otorgando concesiones que en su mayoría fueron adjudicadas a su familia y a sus amigos más cercanos; ellos, carentes de toda tecnología, renegociaron con las compañías foráneas. Casi nadie avisoraba el futuro rentista de nuestro país, pues Venezuela había sido, era y seguiría siendo un país agrícola… ¿El petróleo? Según Alberto Adriani, Arturo Uslar Pietri, Manuel Simón Egaña y otros estudiosos de la materia, quizá no iba a durar mucho. O como diría algún personaje de José Ignacio Cabrujas: “Un hidrocaburo no nos va a dividir la vida, Matilde”.
1920… 1930… aparece un “Patriota”. Así llama el profesor Urbaneja a Gumersindo Torres, ministro de Fomento en tiempos de Gómez, quien “introduce en la historia petrolera venezolana el vector técnico”. Este servidor público estaba consciente de las carencias del Estado frente al tema petrolero; era necesario prepararse, formarse, para enfrentar a las más grandes compañías del mundo. Había llegado la hora de sincerarse: en el país ninguno de “los nuestros” sabía nada de petróleo, así que seis ingenieros venezolanos fueron enviados a especializarse en los EE. UU. El 16 de julio de 1930, Torres creó el Servicio Técnico de Hidrocarburos y promulgó el reglamento de la Ley de Hidrocarburos. Se modificó la normativa; se revisaron y corrigieron los acuerdos; hubo nuevas decisiones y exigencias; las empresas extranjeras se alarmaron, reviraron y fueron a llevarle a Gómez sus quejas más airadas y sus requerimientos i-rre-fu-ta-bles, ‘cause we are not taking any crap of yours… y de nada les sirvió: el Benemérito o el Estado o “ambos dos” —como él decía— se le plantaron por vez primera a compañías de la talla de la Royal Dutch Shell y la Standard Oil. Era inevitable, desde ese momento en adelante iban a ir cambiando sostenidamente todas las reglas del juego y el rentismo comenzaría a echar raíces en tierra abonada.
En 1942 se establece la Ley del Impuesto sobre la Renta y en 1943, en plena II Guerra Mundial, se aprueba la Ley de Hidrocarburos de ese año, una de las leyes más importantes de la historia de la legislación venezolana. De ahora en adelante, “las concesionarias pagarán los impuestos que el Estado fije, cada vez que quiera, en ejercicio de la soberana potestad fiscal que como Estado tiene”. Y, de forma inadvertida, el rentismo se seguía sembrando y sus raíces eran cada vez más profundas.
Pero… ¿para qué nos sirvió el petróleo? ¿Acaso se aprovechó la renta, esa riqueza no producida, para invertirla en el país y en sus gentes de forma que cuando el maná se agotara tuviéramos una economía de avanzada y productiva?
En tiempos de Gómez se utilizó para mantener el orden y la paz; en los de López Contreras y, muy especialmente, en los de Medina Angarita, para la educación, la sanidad, el comienzo de grandes obras de infraestructura, y la ampliación y consolidación del Estado; en los del Trienio Adeco, para vislumbrar la democracia, y tras el hiato de la década militar, para instaurarla. Fue a partir de 1958, y en medio de un clima de consenso que fue mucho más allá del Pacto de Puntofijo, cuando se empleó la renta para atender las necesidades y exigencias de toda la sociedad. Fieles a la ideología democrática, ahora el petróleo era de todos los venezolanos. Pero lo cierto es que aquí nunca se sembró el petróleo, lo que se sembró fue el rentismo. Y de tierra abonada caímos de bruces en tierra yerma.
Así llegamos al 2023 convertidos ya bien en una caja CLAP —con “alimentos” de humillante e infame calidad que no se regalan, se venden— o bien encarnados en una caja de un courier privado que nos envían desde el exterior. Somos la sociedad del bono, del GoFundMe y de la limosna. Nos hemos quedado huérfanos, vivimos de la caridad, sobrevimos por la misericordia de otros. Ya no somos un país rentista sino “remesista”, en ruinas y digno de lástima. Y diría ese personaje de Cabrujas: “Matilde, yo no sabía que la vida se me iba a volver una cajita”.
“Aún podemos recordar la democracia, ésa es nuestra arma secreta” nos dice el Dr. Germán Carrera Damas, a sus 92 años y como testigo participante de la historia de nuestra Venezuela contemporánea. Con absoluta convicción agrega que en este momento sólo estamos viviendo —padeciendo— otro eclipse pavoroso, pero que esto tarde o temprano llegará a su fin. Yo sólo tengo una certeza: aquí habrá que comenzar por el principio; afortunadamente ya lo hicimos antes, sabemos cómo se hace y lo volveremos a hacer. Pero eso sí, debemos reconocer nuestros errores y aprender de ellos, porque de lo contrario no habrá bien común posible ni el goce perfecto de los derechos que tanto enumeraba el Libertador: libertad, seguridad, estabilidad, prosperidad, igualdad y felicidad.
Vislumbremos esa una nueva etapa luminosa. No perdamos el aliento. Nos asiste la historia.
@carolinaespada
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