OPINIÓN

De la pócima de Circe o el gusto por la inmundicia

por Carlos Ñañez R. Carlos Ñañez R.

“Si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca a tu espíritu y tu cuerpo.

Ni a los lestrigones ni a lo cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti”.

Constantino Cavafis

Odiseo es la representación filosófica de la progresividad humana, un hombre que de sus acciones propias de la guerra pudo valorar la importancia del orden y de la vida cotidiana familiar y el ejercicio de las virtudes, abandonando la soberbia e intentando hacer de la diminuta Ítaca la representación de la paz y el buen gobierno; así, pues, cuenta la leyenda que en su accidentado retorno  luego de haber asediado Troya, este héroe tuvo que pasar por la isla de Eae, residencia de Circe, la hechicera hija del Titán Helios y de la Oceánida Perseis, esta hechicera hábil en el manejo de la magia y fiel seguidora de Hécate residía en una morada espléndida, en medio de su mística isla, en donde los lobos y leones se conducían con mansedumbre, mas su secreto era el de convertir a los hombres en animales, para que olvidasen cualquier recuerdo de sus vidas anteriores y de su humana condición, así expoliados de humanidad era muy fácil convertirles en cerdos.

De vivir como hombres una vez eran cambiados a su forma porcina, encontraban entre el lodo, las heces y la inmundicia un plácido lugar para sentir fruición, en el lodo se encontraban con sus instintos animales, con sus pulsiones viscerales y se entregaban al divertimento en un estadio sin hábitos modeladores de la conducta. Así llegó el eximio Odiseo y su tripulación a la Isla de la hechicera, toda la tripulación excepto el ingenioso monarca de Ítaca y un pequeño grupo permanecieron en el bajel, el grueso de la tripulación desembarcó en busca de viandas para la travesía y se toparon con el palacio de Circe, quien hábilmente les convidó a formar parte de un banquete, inoculado con su perversa fórmula, los comensales comenzaron a olvidar sus hogares, sus hábitos, su condición humana y pasaron a ser cerdos, a revolcarse en la inmundicia y a regodearse en toda suerte de escatologías, lo que suponía el culmen de tal perversidad era que ya no hablaban, solo gruñían y se refrescaban entre el lodazal de los desechos escatológicos, sencillamente no eran hombres y desde allí los podía dominar esta hechicera a su entero placer.

De aquella trampa solo se salvó Euríloco, un tripulante ebrio, quien alertó a Odiseo de aquel peligro y de la necesidad de revertir el hechizo, cambiar la metamorfosis y volverlos de nuevo a su forma humana. El hábil Odiseo se puso en marcha y se encontró con Hermes, mensajero de los olímpicos dioses, quien le ofrecería la única cura ante tal amenaza, misma que residía en la planta de moly (μῶλυ), comer de esta planta le haría inmune a la transformación porcina, así lo hizo el ingenioso rey de Ítaca y fue al encuentro con Circe, quien le ofreció de comer y al intentar el ardid de la transformación, advirtió que el valiente Odiseo aún conservaba su forma humana, aterrada creyó que se trataba de una deidad y aceptó la orden de este, para devolverle la forma humana a toda su tripulación, vueltos a su condición antropomórfica sintieron asco y vergüenza, por la inmundicia, repulsión por la pocilga y recobraron el habla y sus recuerdos. ¡Eran, pues, de nuevo hombres!, vencía la inteligencia y la templanza al ardid hechicero no logró imperar Circe y su pócima, sobre la intención de no asumir la barbarie y la deshumanización, como camino deseable.

Es así como al verse vencida cayó de hinojos ante Odiseo, ofreciendo su ayuda y consejo para su destino, advirtiéndole sobre la posibilidad de pasar entre los escollos de Escila y Caribdis, para la vuelta a la Patria, pero la fortaleza como virtud se imponían en la necesaria empresa de regresar a la tierra natal, a la diminuta y pacífica Ítaca.

No logró entonces Circe bestializar a Odiseo, no pudo escindirle el lenguaje y he allí la idea de esta columna.

Tras veinticuatro años, los venezolanos hemos sido víctimas de la pócima de Circe, unos la bebieron a conciencia plena de sus efectos regodeándose en toda suerte de negocios abyectos y censurables, pero gozando del regodeo del dinero saqueado a una nación desangrada hasta los tuétanos, otros la bebieron por ignorancia y los peores, los “cacos”, se empinaron aquella copa plena en maledicencias para obtener algún retazo de este guiñapo hecho país.

La pócima de Circe no la repartió una hechicera, la pócima viene del naufragio del hogar y de la escuela, de la pobreza del logo, de la deshumanización inmanente al discurso de quienes nos deshumanizan para potabilizar toda suerte de iniquidades y atropellos. El reto como sociedad subyace en no sentirse a gusto con la inmundicia, menos con el vicio del caos y el desorden, el reto  estriba en no permitir ser minimizados a una existencia animal, a la existencia infeliz de un cerdo, dejar de gruñir, emplear un lenguaje apropiado, limpio, estéril de cualquier atavismo totalizante, populista y por ende charlatán, expoliando a la mentira y la falsedad, encontraremos el antídoto para resguardar el paradigma de la verdad, de lo veritativamente tautológico, para razonar de manera clara y aspirar a contar con un espíritu elevado, impoluto, el cual tenga como medida de trascendencia un lenguaje veraz, limpio, trascendente y claro, un logo para calificar lo bello, es decir, un lenguaje acendrado en la ética para la estética.

La pócima de Circe no se vence con la planta de Hermes, se revierte con la luz de la educación, con los hábitos modeladores del carácter, con los diques de contención a las pulsiones. Así, pues, quien goza de una lengua desintoxicada podrá advertir que al país lo han convertido en una pocilga, y no hallará recreo en el horror, ni estética en lo horrendo, es decir, no se sentirá cómodo en una existencia abyecta y propia de las bestias.

Finalmente, salir de la barbarie, de la pocilga y abjurar las inmundicias, nos compromete a dejar a un lado los modismos y giros de un lenguaje, que no promueve la construcción de cadenas válidas de causabilidad y por ende nos impide calificar, describir y aproximarnos a este nuestro drama cotidiano de manera asertiva y eficiente, es menester volver a erguirnos en postura bípeda, pensar como humanos y entender que esta antinomia es absolutamente incompatible con la vida, lo más grave es que no lleguemos a sentir incomodidad o repulsa, frente a la violencia total, al alevoso intento de copar la vida cotidiana y por el contrario sintamos sádico placer frente a este horror que amenaza nuestra existencia. Entonces, para evitar ser trocados en cerdos, no es necesario comer ninguna hierba, sino asumir con disciplinado hábito el insuflo progresivo que solo la educación logra sobre el hombre.

Escapemos de la pocilga de Circe, enfrentemos las pulsiones viscerales con fortaleza, prudencia, justicia y templanza y jamás sucumbamos a ser deshumanizados o minimizados a existencias bestiales y hórridas; que la pócima de Circe no sea una condena al horror y a la laxitud de lo inmundo, del caos y del desorden, solo contando con un lenguaje impoluto, exacto, rico y estructurado escaparemos de esta realidad semejante a la de un muladar y podremos vencer las sombras, siendo humanos pensantes, con una lengua para la libertad, que sea instrumento de un espíritu rico, que haga de la palabra cosa viva y útil. Ese es el deseo frente a estos duros tiempos de la oscuridad de Circe, sean pues conjuradas las artes oscuras de la hechicería que entorpecen al pensamiento y sustituidas por el vuelo alto y sabio del mochuelo que acompaña a Palas Atenea, en las artes del pensamiento virtuoso y progresivo.

“Quien opta conscientemente por una expresión inadecuada en el espacio público comete no solo a todas luces una falta moral, sino también, de aspirar a la democracia, una falta política, ya que la participación ciudadana efectiva pasa por una posesión cabal de la lengua”

Luis Barrera Linares.