En 1648 se produjo en Europa la firma de dos acuerdos de paz conocidos como la Paz de Westfalia. La misma finalizó con la Guerra de los Treinta Años y la Guerra de los Ochenta Años y fue suscrita por el Sacro Imperio Romano Germánico, la monarquía española, francesa, sueca, de los Países Bajos y aliados. En una de las primeras grandes cumbres diplomáticas se marcó un hito en la historia de las naciones toda vez que el nuevo orden que nació en Europa Central reconoció los principios de soberanía nacional, integridad territorial, no injerencia en los asuntos internos y el mismo pie de igualdad de los Estados, lo que dio origen al nacimiento del Estado-nación como lo conocemos en la actualidad.

Transcurridos tres siglos un nuevo elemento surgió y fue la concepción de gobernanza global con el nacimiento de las Naciones Unidas y parecía que el fin de las dos grandes guerras auguraba un mundo cada vez mejor. En efecto así fue. Los grandes avances en la última mitad del siglo XX fueron evidentes en áreas como la seguridad, la prevención de conflictos, los derechos humanos, económicos y sociales, derecho humanitario, medio ambiente, programas de atención en materia sanitaria, educación, asistencia al desarrollo y todos aquellos temas globales que involucraban al sistema. Fundamental es que los Estados suscribieron acuerdos y se comprometieron a su cumplimiento, además de que se crearon sanciones para aquellos infractores. La cesión de “soberanía” suponía alterar la rigidez de aquellos principios sacrosantos de Westfalia. Un avance, indudablemente. Prueba de esto último es la aprobación (ONU) en 2005 de la Responsabilidad de Proteger (R2P).

¿Qué ha sucedido a estas alturas del siglo XXI? Muchos países incumplen sus compromisos escudándose justamente en los principios de 1648. La gobernanza global es endeble. La percepción del común y el intelectual coinciden en que en la actualidad los organismos internacionales no sirven para nada. El sistema no sirve ni siquiera para reformarse a sí mismo y no hay voluntad de los Estados ni líderes que se comprometan con esa responsabilidad. La inoperatividad del Consejo de Seguridad y la inacción de la Corte Penal Internacional permiten que surjan conflictos y se cometan matanzas con total impunidad. Ya nadie se acuerda de los Cascos Azules. La gestión gris y apagada del secretario general de la ONU tampoco contribuye. Importantes figuras políticas norteamericanas han solicitado que Estados Unidos, que paga la cuarta parte del presupuesto, se retire de la ONU porque genera un gasto que no se compadece con lo que obtienen.

Adicionalmente, los organismos especializados y otros padecen problemas financieros con una burocracia cada vez más ineficiente y dirigida por gente identificada con la izquierda en su mayor parte. Muchos subsisten de donaciones voluntarias más que de la cuota que le corresponde pagar a los países miembros y en muchos casos no les permiten atender sus restringidos mandatos. Ahí están las crisis migratorias más inusitadas y severas que vive el planeta con riesgo de aumentar y sin respuestas suficientes del sistema.

Ahora, ¿qué pasa con el liderazgo? Hombres visionarios y líderes como lo fueron los que estuvieron en San Francisco en 1945 están lejos de ser emulados por los actuales gobernantes. Un cada vez más improvisado, desacertado e inconsistente Donald Trump; un represivo y mercantilista Putin obsesionado con ser Pedro el Grande; no califican al igual que el resto de los miembros del P-5. China enfocada en el comercio y la Ruta de la Seda que ya abarca Asia, parte de África y con la mira en América Latina, Inglaterra enfrascada en un brexit sin fin y Francia enfocada en sus problemas sociales.

¿Qué sucede entonces con los Estados ante el deterioro del gobierno global y regional (OEA, Grupo de Asia, Unión Europea y Unión Africana)? La sensación de inseguridad es cada vez mayor. Ciertos Estados actúan “por la libre”, parecieran gozar de impunidad para cometer crímenes y violar las normas del sistema y las grandes potencias asumen un unilateralismo indiferente contribuyendo a acercarnos al umbral del caos. Ejemplos tenemos de los genocidios en Armenia y con los kurdos y el envío de migrantes a Europa por Turquía. La crisis humanitaria en nuestro país también cuenta. Ya lo dijo el canciller de Brasil, que como era posible que la ONU le diera más atención a Greta Thumberg que a Venezuela.

A nivel regional, si se cumplen los pronósticos electorales el panorama también es sombrío en cuanto a gobernanza. El gobierno cubano, master mind de la desestabilización en América Latina a través del Foro de Sao Paulo, obtendría un éxito inutilizando la OEA y el TIAR. Habrá necesidad de crear mecanismos alternos como el Grupo de Lima.

Conflictos en desarrollo y latentes sin solución ni contención efectiva.  El cisne negro, la muy conocida obra del profesor Nassim Nicholas Taleb, seguirá vigente en este sistema impredictible. En algún momento habrá que poner orden. Lamentablemente no será con documentos como los del nuevo orden mundial de Kofi Annan en sus tiempos de secretario general de la ONU. Será más bien el Real Politik que trace el sendero. La diplomacia basada en intereses prácticos y acciones concretas sin atender a la teoría o filosofía como elementos formadores de política.

Lo siento por Louis Amstrong, pero no estamos en un “wonderful world

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