“Si la ética no gobierna a la razón, la razón despreciará a la ética” José Saramago
Mi amigo Carlos, experto financiero, me decía que aún no se había logrado una oposición de verdad. Aducía que la lectura que hacía de las posturas y discursos de alguna dirigencia nacional le traía dudas y perturbaba su espíritu. Acotaba: “No puedo creer cuando los escucho que sean auténticos opositores. Parecen más bien aprendices o acaso calculadores inescrupulosos”.
Réplica de por medio; recuerdo a mi interlocutor que era menester manejar el asunto con cuidado porque nadie contaba con un análisis que lograra pacificar los ánimos, siendo que muchos y honradamente proponían o esperaban otras secuencias. Mi amigo insistía en que no podía haber sino un propósito dentro de la oposición y era, acabar de sacar a Maduro del poder.
Pareciera que no tenemos claridad estratégica o que no logramos conciliar los distintos puntos de vista que el asunto y su consideración suscita. De un lado está la tesis de los tres ases de Guaidó, que comienzan con el cese de la usurpación y le siguen el gobierno de transición y elecciones libres y garantizadas. Pienso que, como mi amigo Carlos repetía, todo gira en torno a un objetivo del que dependía la salud del resto de la propuesta de Guaidó. Hay que cambiar el poder, hay que sacar a Maduro y todo lo demás viene a continuación.
Pero escucho de experimentados líderes un insistente credo según el cual solo se superará este trance con unas elecciones que pueden ser hechas incluso con el CNE de Tibisay y los demás. Exponen que aun con ese árbitro se les ganó en diciembre de 2015 y podríamos volver a hacerlo.
Otros no se inmutan al afirmar que una transición supondría esperar el mandato de Maduro y luego, mediando la consulta electoral, se dispondría del dictamen soberano, sobre si debe o no seguir el susodicho conduciendo el aparato público. No hace mella en ellos el desastre obsceno que cada día desnuda al chavismo como corrupto e incompetente en demasía y con Maduro en el gobierno, no se podría seriamente hablar de transición.
Hay espacio para otro abordaje racional y emotivo según se quiera ver. Me refiero a una imagen mágica que nos ronda y es la de una intervención armada que más temprano que tarde nos quite el cepo que nos sojuzga y en unos días, a lo sumo, resuelva el entuerto y nos permita recuperarnos y reconquistar la soberanía perdida. Hasta ahora, sin embargo, esta variable no la instrumentamos nosotros sino que se decide en otra mesa y con otros participantes, y digo esto más allá de los dichos sobre el 187, numeral 11 o de la invocatoria del TIAR. Hago notar enfáticamente que esa dinámica no la decidimos los venezolanos o por lo menos, no depende de nuestro juicio.
Con humildad no fingida, advierto que el elemento estratégico fundamental es superar el grosero bache que supuso y aun supone para el país, dos décadas de desgobierno y desquiciamiento público, por así llamarlo. No insistiré en lo conocido que nos muestra como nación postrada, frustrada y desesperanzada y agregaría sin exagerar y, en proceso de desarraigo porque si la ONU señala una migración de cuatro millones de compatriotas de un lado, por el otro; seguimos viendo intactas las razones de la estampida y el compulsivo ánimo de partir se instala como un control social, una suerte de moda además.
Quien no está meditando partir o no anda en los preparativos no está en nada, se escucha coloquialmente, y demos por seguro que el auspicio que reciben para emigrar los venezolanos toma forma en la deliberada omisión por parte del oficialismo que nada quiere o puede o sabe hacer al respecto. O peor, nada tampoco aspira a lograr porque lo que han hecho es lo que quisieron o pudieron o supieron hacer. Es importante tener eso claro para que el análisis sea útil para la sociedad y no para malabaristas de la seudopolítica.
Tenemos entonces una primera pero muy importante constatación: sin cambio del chavismo, madurismo, diosdadismo, militarismo, todo seguiría igual o muy parecido, me temo.
Paralelamente, observamos a la comunidad internacional perpleja, quizá, siendo que la ciudadanía, salvo algunos ademanes y aislados, soporta mal pero convive en su vía crucis y el sostén militar del experimento que le permitió al difunto subrogarse en la soberanía no se reconoce amenazado. Los verdaderos gobernantes, que son los militares, continúan haciendo ese nada útil que los caracteriza a placer y los civiles que se exhiben como fachada, asociados como camarilla al despojo, apropiación indebida, explotación y a una especie de ex acción extrema de la república, son rehenes correlativos de los uniformados. Mafia, camorra, pandilla cabría decir.
Los aliados del exterior se reparten hacia las partes, de acuerdo con sus intereses. El status quo capta y como era de esperarse a Rusia, China, Turquía, Cuba, Irán entre los más visibles y otros juegan por debajo, en su cinismo, una partida que admite revisiones eventuales.
La otrora república imperial de que hablaba Aron, en manos de Trump, muestra en otros tableros que más son las vacilaciones que las convicciones y aunque hemos de agradecer su discurso solidario con Guaidó y las sanciones, como medidas de presión al oficialismo cuya dureza a ratos afecta incluso a los venezolanos, han permitido aquello de “muchas plumas y poca carne” y ello también es comprensible por razones internas norteamericanas y elecciones para el año próximo.
Otra campanada, pero con el mismo aparente sonido, viene desde Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Brasil, Argentina, que en lo grueso cargan a sus cuentas el costo social de la emigración y metabolizan cada día con más dificultad la susodicha.
El entorno exterior padece, sufre, expía, lo que secreta la Venezuela en crisis, en términos de endemia contagiante, contaminante y exasperante inclusive. Han ayudado como nosotros en algún momento lo hicimos con ellos, pero están al borde de la fatiga y el agotamiento. No tengo dudas de que esa fraternidad andina rememora aquello de que tanto da al cántaro el agua, hasta que lo revienta…-
Resumiendo, pues: continuar con el chavismo solo ofrece una única opción, más de lo mismo o peor. Confieso que no llego, a pesar de meditarlo mucho, a otra conclusión y ello educará los comentarios que haré a continuación.
Ab initio, admitiré que a pesar de la decisión militar de lidiar con la doble presión interna y externa, saben que la situación desnuda un consecuente y previsible deterioro. Económicamente y socialmente, las carencias son demasiadas e incrementándose por cierto. La tropa no luce conforme, a pesar de los aportes de alimentos, medicinas prebendas.
La canonjía militar se acompaña de una cierta tolerancia que se va haciendo impunidad en el camino, pero a costa de la cultura institucional. Lo saben y aunque se esmeran en vigilar, fiscalizar y controlar desde la misma escuela a los oficiales, lavándoles el cerebro cual hermano mayor diría Orwell, la verdad de la calle y de la vida, anda buscando venganza.
Así pues; un arreglo que los preserve de alguna manera no es a desestimar necesariamente. Negarse no sería ni inteligente ni prudente, desconfiados se sentarían también, en la mesa de una eventual concertación. Si no lo quieren, sería menester convencerlos y la razón no está de su lado y lo saben, pero la ética tampoco y lo sabemos. No es fácil.
Hay que hilar fino para alcanzar el éxito, en esta suerte de juego de abalorios que el discurso patriota propone. El acuerdo es consensuado y como nos enseñaba el doctor Arístides Calvani, el consenso es una suma de acuerdos, en los que persistirán, eventualmente también, los desacuerdos.
Otro actor delicado y radiactivo al mismo tiempo es la cuota civil de la oligarquía que nos gobierna. Maduro, Diosdado y el combo de los Rodríguez, Arreaza y adminículos camaradas. Son ellos, victimarios, lo saben y temen al día después, como el condenado a muerte en la víspera de su ejecución. Al que lee por favor le ruego ponerse un instante en los zapatos de ellos porque les ayudará a comprender.
La cúpula civil y oficialista sabe que están en jaque, tal vez no mate pero materialmente en inferioridad. Cada segundo que pase es ganancia, aunque la partida está perdida. Salvo que y, allí radica su esperanza, puedan mover las piezas y lograr el ahogue o, queden calificados para seguir tal vez como jugadores. Me voy a explicar.
Cuba se fue vaciando de los opositores porque emigraron –y lo hicieron muchos– o los eliminaron, como también abundó. El castrismo impuso su asalto al poder, en el más claro ejercicio de la tesis de Carl Schmitt y por ello, sesenta años después, todo sigue igual y el discurso parece calcado de otros tiempos liminares. La “acosada” revolución persigue a sus enemigos y no importa si estos, murieron, se fueron o callaron, desaparecieron o se esfumaron. Interesa que estén como fantasmas aun en la escena que hace al castrismo inmarcesible y a su fracaso y anacronismos, explicables.
Puede que el oficialismo apueste en esa dirección y su objetivo sea permanecer a cualquier costo en el poder, porque el tiempo a la postre los legitimará, por cansancio. Basta ver a los europeos lisonjeando a los Castro y al socialismo cubano, a pesar de saber a ciencia cierta que eran y son una clique, una camarilla criminal que se adueñó de un país al que exprimen sin limitación y al que la muerte no es la peor de las violaciones de los derechos humanos de sus conciudadanos. Son perniciosos y creativos, demoníacos en suma.
Maduro no es mocho, dirían los viejos de antes, para indicar que también mueve las manos, pero no lo veo al nivel de los Castro ni a la membresía chavista que lo acompaña tampoco. Aunque nos parezcamos sorprendentemente bastante, no somos como los cubanos aún. Y no hago con relación al pueblo de Martí ningún denuesto; solo que están casi resignados. Aunque bien sabemos que el ser humano vuelve siempre, más tarde o más temprano, por el fuero de su libertad y ello está en la agenda de su historia.
Reconozco que una especie de guerra civil nos libra el régimen y ello nos explica de su sobrevivencia aún, profunda y definitivamente deslegitimados, pero ¿puede durar? ¿Hasta cuándo?
Hay presiones que convencen de que, lo que puede venir es demasiado o, que es mejor, como nuevamente nos enseña el refranero popular, del ahogado el sombrero; es preferible digo, jugar a no terminar el juego sino ceder una partida y luego volver para seguir jugando. Claro, esta derivación, admitiría una mutación en el actor antagonista, en provecho del actor adversario.
Como vemos, no es nada sencillo el panorama político venezolano. Ni externamente ni internamente, es necesario transitar con talento político real la angosta senda que nos conduce a superar el impasse histórico en que nos metimos como pueblo y en que nos metió la democracia que, por plural, defiende a todos y permite a todos prevalecer en oportunidades y a veces arrojar desencuentros extremadamente gravosos.
Adonde llegamos es a un paraje existencial en el que la antipolítica, los medios, los partidos, constitutivos de la anterior oligarquía, pero especialmente los venezolanos, fuimos a dar por nuestras equivocaciones. No las trajeron esas faltas, errores, falencias de otra latitud, sino nosotros mismos y digo esto, aun creyendo que las responsabilidades y las culpas no son exactamente comparables, pero todos hemos sido poseídos y castigados, y de todos depende el exorcismo liberador.
Y llegamos a otro actor de este escenario, pero no el último. Me refiero a la formalizada oposición de partidos, grupos de presión, sociedad civil, iglesias y otras personas morales que en común nos asumimos como la víctima o su representante, ciudadanía, para llamar así la gente que está pendiente de lo que nos acontece y expresa sus pareceres y sus criterios. Es el actor más reacio a llegar a ningún acuerdo con quienes han sido, y con razón, sus perseguidores, agresores, invasores, asaltantes y verdugos y puedo seguir llenando una lista de sustantivos a calificativos, pero nos distraemos de lo esencial.
La pretendida oposición se manifiesta por doquier. En las redes sociales enfatizan su rencor y su ira y debemos comprenderlos; primero para poder describir y diagnosticarnos espiritualmente y luego, deliberación de por medio, decidir lo que hemos de hacer.
Somos opositores hiperestésicos. Todo nos alcanza y nos afecta. En proveniencia del gobierno naturalmente, pero también de los que no piensan como nosotros u osan no sentir como nosotros también. Somos tan antagónicos como el chavismo, madurismo, diosdadismo, militarismo con respecto al pensamiento disidente que execramos de nuestra condición humana y a los que asumimos como depredadores y nada más.
Otros opositores reciben nuestra hiel, nuestra amargura, nuestro cuestionamiento, nuestra negación, nuestro segregamiento y nuestra marginación. Somos radicales opositores no solo ante el gobierno sino ante los demás opositores y siendo así, nos manipulan y manejan por nuestro bajo psiquismo principalmente.
Y todavía advierto a aquellos que no les gusta nadie. Prefieren exilarse aun adentro. Se apartan de unos y otros o así lo creen posible. Son los idiotas de esta hora como los llamarían los griegos pero que siendo tan numerosos no podemos obviarlos sin dejar entonces expuesta a la nación, al cuerpo político, al estado venezolano que somos todos.
Esta descripción revela una comedia que se suma a la penuria y la desesperación en que vivimos, siendo que la cuasi totalidad de aquellos que estamos en la mayoría de esa masa del 87%, ochenta y siete por ciento del total de los habitantes de esta tierra digna por sus próceres y patética a ratos por sus ejecutorias quiere un cambio y lo considera urgente, impostergable e inminente.
Esta amalgama que somos no es la de una nación. Se ha envilecido, dividido, partido, fragmentado evidentemente y allí radica nuestra debilidad, denunciada por los portavoces de los gobiernos de los países que nos respaldan y escuchan en nuestros lamentos, sollozos y conclusiones, el señalamiento del otro o la ambición que le impide pensar.
Debemos concientizarnos de lo que somos, de lo que podemos, de lo que debemos hacer. Inteligentes y sobrios y si bien hay episodios que no podemos abordar, sine ire, no perdamos de vista lo que está en juego que es todo, por partes o en conjunto.
El avasallante drama humano, como una ola de intensidades, debe llevarnos a la superación de la tragedia. ¡Dios con nosotros!
@nchittylaroche
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