A Adolfo Salgueiro
Una reflexión a través de la pluma sobre la coyuntura internacional post Ucrania dentro del espíritu de esas tantas agudas notas a las que nos tiene acostumbrado los sábados en estas páginas del ciberespacio a quien dedico este articulo.
El sistema Internacional que se configuró al fin del Segunda Guerra Mundial entró en definitiva barrena, no porque a lo largo de los años no hubiese sufrido de crisis coyunturales, sino porque en que estos tiempos, 70 anos después de su ensamblaje y principalmente con la invasión de Rusia a Ucrania, los cimientos de ese ya viejo orden basado en el equilibrio, la búsqueda de la paz permanente y la seguridad internacional a través de un sistema de seguridad colectiva, tal como lo establece la Carta de la ONU, basado en el derecho internacional, en la ampliación de las relaciones globales y bilaterales y la joya de la corona posterior, la globalización económica como la herramienta para la distensión. El cuadro al que está sometido el planeta demuestra que el mundo no estaba preparado para ampliar la interculturalidad, ni para garantizar mercados estables basados en normas y mucho menos para crear un mundo multilateral aun dentro de la la multipolaridad que se dibuja después de desaparecer la Unión Soviética.
Los organismos internacionales, por su parte, entran en una crisis de identidad y efectividad. Esa prédica que hemos sostenido según la cual el mundo estaba más seguro trabajando multilateralmente se debilita. La guerra en Ucrania produce efectos en cascada que nos obliga a reflexionar sobre las capacidades globales de reaccionar ante situaciones de esa naturaleza. Solo bastó que la dirigencia rusa hablara del uso de armas atómicas a causa del conflicto para que se derrumbaran años de esfuerzos por generar una malla de seguridad y de confianza según la cual el mundo era, aun con amenazas y guerras focalizadas, más seguro en estos tiempos. Más difícil la percepción cuando estrategas como Henry Kissinger sugieren que Ucrania ceda parte de su territorio para alcanzar la paz y que el mundo debe hacer lo posible por mantener la hegemonía rusa para el balance de poder global. En otras palabras, la invitación es a aceptar la fuerza y la toma por la fuerza de territorios aún en litigios pendientes que forman parte del cuadro mundial de controversias limítrofes o territoriales pendientes. Llámese este Taiwán o aquí más cerca en nuestra región, el Esequibo.
Pareciera que estamos ante el reto de construir una multilateralidad limitada. Fortalecer las instituciones de los sistemas de integración planetaria y regional es cada vez más complejo ante tanta dispersión ideológica y lucha de poder. El mundo que vive en riesgos concretos, necesita mayor coherencia en sus instituciones, pero también requiere organizaciones más solidas y coherentes. Los organismos internacionales son una pieza para fortalecer un sistema global de alertas tempranas, de respuestas inmediatas y control de daños para evitar que situaciones como la guerra que se vive en el centro de Europa como consecuencia de una invasión que no debía haberse producido en violación de preceptos básicos del derecho internacional. El Ius ad Bellium como derecho solo existe y aun debatido cuando se justifica, solo y cuando su propósito es prevenir, o detener, una catástrofe humanitaria.
El sistema actual se debilita, tanto global como regionalmente. ¿Cuál es la salida?
Para tratar de responder, entonces, regreso a mis reflexiones de la anterior entrega en este mismo medio. Creo que estamos ante una nueva oportunidad, o mejor dicho, una nueva necesidad (contradictorio de la pluma de un diplomático) de una pausa a la globalización, a la multilateralidad hueca, a los organismos internacionales ineficientes y las organizaciones civiles disfrazadas de cualquier forma pero que poco sirven para ayudar a la creación de un mundo mejor. Esta no se decreta, pero la realidad está demostrando, independientemente de la retórica, que hay saturación, ineficiencia e incapacidad para responder a a la amplia normativa internacional vigente.
Es tiempo de volcarnos a la microbalización, entendiendo esta como la opción de Integrar en un todo parcialidades homogéneas dispuestas a mantener previsibilidad ante acuerdos y visión de mundo (integración y facilidad de las comunicaciones, libre movimiento de mercancías o extensión de los derechos humanos). Ya la globalización que hemos aupado pareciera llegar a su fin. El mundo se fragmenta en lo económico y en lo político. Un nuevo desorden internacional está en pleno nacimiento. Por ello, la nueva realidad quizás sea la de que volvamos a lo más elemental, un planeta de like minded, esto es, que estén juntos los países que tienen las mismas causas, las mismas ideas (coalition of the willing) de lo político, del comercio, de las relaciones internacionales, del ambiente, de los derechos humanos, de la integración y pare usted de contar de cuántos temas tenemos en las agendas globales. Hay que darle una pausa a la hipocresía. Está descubierta.
El mundo está en una etapa que necesita parecerse a sí mismo y no este melange en donde todos somos un poco de todo y al final somos tan diferentes. Unos amamos la paz y otros justifican las guerras, en sumisión, en el poder y vivir del poder.
Tal como lo refería señalando la situación de las Américas con relación a la Cumbre, en las alianzas regionales deben estar los que quieran estar, con ganas de unir y construir. Ya las Américas debería ser homogénea, pero si no puede, que sea una de múltiples pensamientos. Este mismo concepto aplicaría para todas las alianzas globales y los organismos internacionales secuestrados muchas veces. La mayoría de los países forman parte de múltiples organizaciones internacionales, se aproxima a 50 por cada país, además sobre los cimientos de más de 70.000 instrumentos normativos internacionales.
Cada visión de mundo asumiendo su propia responsabilidad. Que cada gobierno se encargue de mantener a sus pueblos contentos. Mientras tanto, así como en la vida real que cada visión tenga su Club y que allí estén quienes se sientan a gusto. Para bailar tango se necesitan dos, sincronizados. Para mantener, por ejemplo en este continente, armonía y que las relaciones entre los estados funcionen se requiere más transparencia y que cada país se aboque a sí mismo y decida quiénes son sus verdaderos amigos con los que están dispuestos a hacer causa común.