¿Cuánto de lo que ha acontecido en Venezuela desde aquel 4 de febrero de 1992 tuvo sus raíces en problemáticas que ahora más que nunca nos aquejan en los valores y principios familiares? ¿El abandono del niño, del hijo, de nuestros hijos, y que debe ser también como dijera el gran Andrés Eloy Blanco: el que tiene un hijo tiene todos los de la tierra? ¿Hoy de lo que se trata nuestra realidad, para un sector, es una población que congraciándose con el poder intenta sobrevivir? ¿Será para otros de buena fe el abandonar una fracasada estrategia para encontrar una salida? ¿O será sumarse a una “fiesta con piñata”?; según desnuda la terrible realidad como la planteó en su recién bautizado primer libro Daniel Lara Farías (28 de octubre de 2022, Amazon). ¿Nos dejaremos todos arrastrar por las putrefactas aguas hacia hediondos albañales? ¿Será siempre así la “nueva normalidad” como suerte de “crónica de muerte anunciada” del alma buena de la nación venezolana?.
Presenté un artículo en este mismo diario, luego de nuestra derrota en el año 2019, aquella reflexión tras los intentos por liberar a Venezuela del narcorrégimen que la oprime. Entonces afirmé: ”El habernos empeñado en la unión y cohesión alrededor de la Asamblea Nacional, y luego del TSJ por ella nombrado, no podrá ser soslayado ni ahora ni en el futuro” (El Nacional-Opinión, junio 13, 2020).
Igualmente, ante la caída de uno de los techos de los pasillos de acceso por Plaza Venezuela a la Ciudad Universitaria (en “Cuando el techo caiga sobre las nubes”, Luis González Del Castillo -junio 20, 2020): “Se caen los techos de tanto andar y andar los caminos, buscando explicación y ‘la lumbre de fiel claridad’ para entender qué nos pasó en Venezuela, y qué nos está pasando aún. Nuestra primera casa de estudios: Universidad Central de Venezuela, pareciera más que un símbolo, el presagio de lo ya insostenible: un país traicionado donde han sido demolidas las instituciones fundamentales; parlamento, poder judicial y poder ejecutivo. Clara tiranía para que no existan más oportunidades, por ahora, de civilidad democrática”.
Por lo anterior del recordar anteriores artículos, queridas hermanas y hermanos venezolanos, comparto mi pensamiento presente sobre la necesidad de persistir en nuestros valores y principios, ajustándose a estrategias para no solo sobrevivir, sin renunciar a lo que somos, sino para lograr volver a ser la nación capaz de darse la libertad y llevarla a otras naciones, en unión de las gentes de otros países hermanos.
De nuestra historia familiar, de nuestra historia como nación, recogemos de este 4 de febrero de hoy, a 31 años de la asonada asesina que intentó derrocar a un presidente elegido legítimamente por la soberanía popular, la expresión de resistencia de nuestro pueblo frente a la traición ahora totalmente al desnudo. Aclarada la ignominia de élites corruptas y fraudes politiqueros. Aquello que nos llevó erróneamente a un verdadero suicidio por parte de una dirigencia que protagonizó la entrega del sistema democrático en proceso de auténticas reformas positivas: políticas, económicas y sociales a manos de unos ignorantes insurrectos que pensaban que eran protagonistas de un sueño y lo que estaba detrás en la ambición de poder y la avaricia por enriquecerse y ascender a una pirámide social corrompida, provocando la actual pesadilla de la nación venezolana.
Ante la toma por asalto antes y hoy por total degradación de la expresión del auténtico poder popular parlamentario, en ambas aceras, por parte de la actual tiranía y sus cómplices la patria venezolana les responde como Fermin Toro: “Podéis llevar mi cadáver, pero Fermín Toro no se prostituye”…
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