Insólito que sea precisamente el cuestionado Maduro quien apele a la frase “enemigos de la patria” para tratar de descalificar a los opositores y vincularlos al delito de traición a la patria. A ese latiguillo tenemos que considerarlo en el contexto de lo que ha significado para los venezolanos que este régimen se haya abrazado a una ideología y a otros intereses que han resultado lesivos a la soberanía de toda la nación.
El asunto, de vieja data chavista, adquiere mayor relieve a la luz de los acontecimientos de los últimos años de la fatídica gobernanza madurista que muestran cuán reveladores son de su abierto sometimiento a la dictadura colonizadora de los castrocomunistas. No se trata de cooperación sino de adhesión ideológica y de anexión, tal como lo ha pretendido el internacionalismo cubano en todas sus aventuras e incursiones en otros países y continentes.
No es solo un tema de exportación de una ideológica fracasada, es además un caso de dependencia política bajo rigurosos cánones de una franquicia que nos genera correr la misma suerte en la tragedia; bien pudiéramos simbolizarla en el destino que las dictaduras prescribieron para el albañil cubano Orlando Zapata y el productor agropecuario venezolano Franklin Brito, dos víctimas indomables que nunca dejaremos de honrar. En ambos países ese es el costo de la disidencia.
En nuestro caso, el sometimiento es el pase de factura de propios y extraños por la humillante derrota de la guerrilla y los golpes de la extrema izquierda que atentaron contra una incipiente democracia que luego se abrió paso con determinación y capacidad durante los mejores 40 años de la historia venezolana. Es el militar que, arriando la bandera de sus principios, deshonra el juramento que lo obliga a servir y defender a su patria.
Es la entrega del control del Estado, de nuestro territorio y sus recursos en detrimento de una soberanía que se mancilla a diario de manera retadora con absoluta desvergüenza. Es causar deliberadamente una gran diáspora que, por un lado, atenúe la presión interna de la protesta y, por otro lado, alivie con las remesas el caos que genera el propio régimen. Es la represión y la persecución que ha enlutado y angustiado a muchos hogares venezolanos. Ya tendremos la ocasión de determinar responsabilidades en una recta administración de justicia.
Por su parte, el discurso de la nomenclatura cubana describe su relación con Venezuela en los mismos términos de subsidios como lo tuvieron con la desaparecida Unión Soviética, que se enmascara en unas «relaciones de cooperación mutuamente ventajosas”, como diría hace algunos años Raúl Castro. Incluso han llegado a sostener que Cuba es dependiente de Venezuela. Por supuesto que cuando circunscriben la relación al tema económico solapan el control que en realidad tienen del Estado venezolano. La ansiada “federación política” propuesta por Chávez devino en colonización.
Hoy, los hechos vislumbran un desenlace en esta relación. El proceso político en ambos países muestra su agotamiento y solo es cuestión de tiempo y determinación para que colapse. Los oprimidos pueblos de Cuba y Venezuela siempre darán lo mejor de sí. Esperamos que sus líderes vayan más allá de la coyuntura y dirijan los cambios estructurales que nos lleven a vivir y pensar con libertad; en sintonía con el progreso y bienestar que merecen nuestros pueblos.