OPINIÓN

De la expropiacionitis a la privatizacionitis

por Julio Castellanos Julio Castellanos

Con la llegada de Hugo Chávez al poder se inició una ola de estatización y expropiaciones que sobredimensionaron la incidencia del Estado en la economía y convirtieron a empresas exitosas y productivas en poco menos que chatarra. El rey Midas a la inversa pues. Hubo dos locuras por cada insensatez, desde arepas socialistas a heladerías que no vendían un helado, “control obrero” que terminó siendo más rapaz que el capitalista más explotador y empresas rentables que terminaron dependiendo del presupuesto nacional para poder mantenerse artificialmente abiertas. La expropiacionitis aguda llegó a la locura de ver, en cadena de radio y televisión, al “Comandante Supremo y Eterno” gritando en la plaza Bolívar, a diestra y siniestra, ¡exprópiese, exprópiese, exprópiese! El resultado todos los vimos, y sufrimos, la revolución solo trajo hambre, miseria y corrupción.

La expropiación de empresas y la estatización no es una varita mágica, nunca lo ha sido ni lo será, sólo debe usarse como medida excepcional en contextos muy determinados para afrontar momentos críticos. Pero Hugo Chávez, en su infinita irresponsabilidad, pretendió usar el boom petrolero para construirse un país a la medida de su ego. Tras su lamentable fallecimiento, Nicolás Maduro terminó heredando el desastre pero, antes que curar la enfermedad, pretendió encontrar otra varita mágica: la critoprivatización. Entregar empresas públicas sin transparencia, sin ofertas públicas, sin licitaciones y sin control democrático. Muchas modalidades se han ido probando desde 2014, pero si hay alguna política pública persistente desde aquel momento ha sido la privatizacionitis aguda. De hecho, sin rubor alguno, algunos representantes patronales, actuando como voceros del gobierno, anunciaron el interés revolucionario de privatizar 600 empresas.

La alegría que significa repartirse el patrimonio público como torta en fiesta de cumpleaños es inocultable. Los invitados son los selectos amigos y panas pero no se pueden ver sus rostros porque la luz de la opinión pública está apagada, es una fiesta de sombras donde los invitados comen a escondidas. Sin embargo, brilla por su ausencia la clase obrera, los trabajadores y los ciudadanos de a pie. Tal como las estatizaciones y expropiaciones a mansalva, la critoprivatización alegre también tiene efectos perversos. Este puede ser el nacimiento de oligopolios y monopolios, puede ser la oportunidad de revestir de legalidad alguna riqueza de dudoso origen, puede implicar la venta de activos públicos por debajo de su verdadero valor y, claro, sin presencia de los sindicatos y de los trabajadores en las negociaciones, cuya naturaleza tripartita debiera ser obvia, puede ser la entrada de despidos masivos y la negación de reivindicaciones laborales en nombre de la “libre empresa, la competitividad y la libre iniciativa privada”. El modelo chino que, como en revolución, convierte lo extraordinario en cotidiano.

Insisto, ni la estatización ni la privatización, menos en sus versiones enfermizas, son soluciones mágicas a los problemas de productividad y falta de competitividad que padece el país. Al contrario, ambas medidas pueden empeorar las cosas sino van acompañadas con condiciones de transparencia, rendición de cuentas y contraloría social, sin mejoras gerenciales, sin sentido estratégico, sin la paz social que implica la negociación tripartita y sin debate público bien en los medios de comunicación o bien en el parlamento. Un mal gerente será mal gerente en lo privado y en lo público y eso no será diferente con solo cambiar una boina roja por saco, traje y corbata. 

jcclozada@gmail.com / @rockypolitica