La política: ese apasionante mundo, oportunidad tan propicia para hacer el bien a gran escala; actividad a todas luces indispensable para la conducción de la sociedad hacia estadios de mayor orden, seguridad y sana convivencia; es, al mismo tiempo, un ámbito considerablemente desacreditado ante amplios sectores de la opinión pública.
Tal descrédito -aunque indeseado e indeseable- no resulta del todo injustificado: la inefable incoherencia entre el discurso y el modo de obrar de algunos líderes políticos, la visible superposición de intereses partidistas por sobre el interés colectivo; así como la impúdica ostentación de fortunas exorbitantes y de dudosa procedencia, por parte de funcionarios del Estado y sus entornos familiares; son apenas algunos de los factores que alimentan el monstruo de la “antipolítica”: esa némesis que viene a vengar las falencias de las élites dirigente y gobernante, pero que -muy inconvenientemente- termina debilitando todo el sistema político, en desmedro del bien común.
El descrédito de la política es de tal entidad que en el ámbito religioso muchos creyentes hasta la han demonizado; llegando al extremo de reputarla como una especie de locus peccati, esto es, un lugar de pecado inherente, un ámbito de inexorable perdición espiritual, del que toda alma no tendría más opción que huir despavoridamente, si es que quisiera mantenerse cercana a Dios.
Sin duda alguna, en el mundo político suelen hacerse visibles muchas debilidades morales y espirituales. No pocas veces, las bajas pasiones y las más profundas miserias humanas quedan expuestas en la arena de la polis, y -con toda justicia- terminan ampliamente exhibidas en las vitrinas de los medios de comunicación social. De modo que, razones para reprochar las consabidas falencias a todas luces que las hay.
No obstante, hay que tener claro que las referidas debilidades no son propias de la política en sí misma. Esta no es más que un ámbito de actuación humana; y, por ello, el descrédito antes referido no puede ser atribuido a esta per se, sino a su actor y responsable, que no es otro que el hombre en su rol de ciudadano. Donde quiera que el ser humano se encuentre, estarán presentes tanto sus virtudes como sus debilidades. De modo que el tema de los grandes vicios conductuales no es exclusivo de la política; y prueba de ello son todas aquellas flaquezas morales que -aunque menos expuestas al escrutinio público- también se ponen de manifiesto en los restantes ámbitos de la vida social. ¿O es que, acaso, la sociedad civil, el mercado, y hasta la familia y nuestras propias confesiones o grupos religiosos, son espacios ajenos a nuestras miserias humanas?
Un dato importante que hay que considerar es que la inmensa mayoría de las personas que repudian la política son ciudadanos que, por limitarse a la condición de meros electores, creen que ipso facto estarían exentos de esas debilidades fácilmente observables en dirigentes y gobernantes. Lo cual no es necesariamente cierto. En buena medida, las falencias morales reprochadas a los líderes políticos también se encuentran presentes en la conducta de algunos ciudadanos.
A nuestro modo de ver, resulta innegable que el ciudadano común también sería responsable del grado de inmoralidad existente en su comunidad política; ello en la medida en que, en su rol de elector, tanto activo (votante) como pasivo (abstencionista), haya tolerado o propiciado determinadas opciones electorales que, en términos teológicos encuadrarían perfectamente en el concepto de “estructuras de pecado”.
En este sentido, cabría preguntarse si acaso los millones de electores que, por las bajas pasiones del resentimiento social y el revanchismo político, apoyaron una y otra vez el antidemocrático proyecto castro-chavista, no son responsables directos de la pérdida de la democracia y la libertad de la nación venezolana; e, indirectamente, de la degradación de las condiciones de vida de sus connacionales. Y lo que es más duro aún: ¿acaso no han sido las hondas miserias humanas de muchos de esos electores, las que, al momento de votar, les han hecho cerrar los ojos ante las sistemáticas violaciones de derechos humanos; solo para mantener algún beneficio material de parte del narcorrégimen chavista?
Muchos compatriotas venezolanos deben tener presente que el haber votado por la muerte de la democracia, a cambio de la obtención de subsidios, créditos blandos, dólares preferenciales, puestos de trabajo en la administración pública o hasta una simple caja de alimentos a precios reducidos; ha sido parte de las miserias humanas por la que ellos mismos reputan la política como un mundo perdido. Situación en la que vienen como anillo al dedo las palabras del Redentor: “¿…miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”.
Nuestro ánimo está muy lejos de procurar la defensa de la dirigencia política per se, y más aún de lavar la imagen de algunas castas gobernantes de grosera contrariedad a la ética pública y la moral administrativa. Lo que sí constituye nuestra intención es el provocar la reflexión de la ciudadanía; advirtiendo que los errores observables en las élites políticas, mal pueden ni deben canalizarse por vía de la “antipolítica”; y mucho menos por el desánimo con respecto a nuestro derecho-deber de participación en los asuntos públicos. Pretendemos concienciar en que la limitación al mero ejercicio del ius sufragii (derecho al sufragio) y la evasión del ius honorum (derecho a ser candidato y ocupar cargos en la estructura del Estado); no eximen al ciudadano común de algunas de las debilidades y miserias que este suele imputar a las clases dirigente y gobernante. Al final de cuentas, la comunidad política es corresponsabilidad de todos, sin excepción.
En este orden de ideas, resulta imperiosa la participación ciudadana en la búsqueda de soluciones a nuestra crisis política, cada uno según su vocación; sin dejarnos desanimar por las debilidades propias y ajenas, ya que, a pesar de nuestra débil naturaleza, todos estamos llamados a transitar por los distintos caminos de este plano temporal; haciéndonos fuertes en la virtud, con la promesa de recibir el auxilio divino: “¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh, tu Dios, estará contigo donde quiera que vayas.” (Jos. 1:9).
Así las cosas, la política no es una actividad que temer ni un «lugar» del que huir. Por el contrario, es un campo de misión por el bien común; un ámbito en el que resuenan las palabras de Jesucristo: “Vosotros sois la luz del mundo. No (…) se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt. 5: 14-15).
Al ser parte de la dimensión social inherente al hombre y, por ende, formar parte imprescindible de nuestras vidas; la política representa un ámbito propicio para que cada ciudadano salga de su egoísta zona de confort y, procurando el Bien Común como una manera de hacer caridad en grado lato, asuma su cuota de responsabilidad en la construcción de un mundo mejor: esa «civilización del amor» a la que se refería Juan Pablo II.
Tal como afirma S.S. Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (205): “La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”. Ello nos debe impulsar al abandono de estas posiciones de rechazo con respecto a este importantísimo ámbito de la vida social; y, antes bien, animarnos a asumir la participación en la vida pública como una manera específica de hacer el bien al prójimo, que es la llamada “caridad política”, definida por el Magisterio de la Iglesia Católica como la perspectiva en que la caridad se muestra “no solo como inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos (…)”; [perspectiva en que la caridad] nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no solo individualmente, sino también en la dimensión social que las une.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, No. 207).
@JGarciaNieves