En 2003, la joven norteamericana de 19 años, Elizabeth Anne Holmes, fundó Theranos, una compañía que se proponía cambiar para siempre el análisis clínico de sangre. La idea era simple, obtener análisis clínicos integrales de sangre con apenas un pequeño pinchazo. Holmes afirmaba que su tecnología tenía la capacidad para detectar condiciones médicas como, por ejemplo, cáncer o niveles altos de colesterol. 10 años más tarde, su compañía llegó a estar valorada en 9 millardos de dólares.
Holmes se convirtió en la figura predilecta de Silicon Valley. Su compañía, Theranos, comenzó a funcionar en el año 2003 después de levantar 700 millones de dólares estadounidenses. Ella era la jefa de un emprendimiento aparentemente exitoso y representaba el futuro donde las mujeres pueden perfectamente innovar y disponer. Sin embargo, el legado de Holmes quedó relevado cuando en 2015 un columnista de The Wall Street Journal cuestionó la validez de su producto. Poco después, la compañía sufrió infinidad de reparos por parte de sus inversores y de las autoridades sanitarias de Estados Unidos, culminando con la disolución de Theranos en septiembre de 2018.
Holmes pasó de ser la celebridad que captaba la atención de miles de personas a la estafadora que defraudó a los inversores vendiendo un producto que no funcionaba. Se ha dicho que ella y su más cercano colaborador sabían que el dispositivo para realizar los exámenes de sangre tenía defectos sin resolver, que los resultados de los análisis no eran suficientemente precisos y que el proceso de análisis era más lento de lo esperado. Aun así, quisieron transmitir confianza a sus inversores, anunciando posibilidades de ganancias exorbitantes. La Comisión del Mercado de Valores intervino y la acusó de fraude masivo, algo que puede significar para ella hasta veinte años de cárcel.
No es la primera vez que vemos este patrón de sucesos en jóvenes fundadores de compañías con tecnologías disruptivas. Lo vimos con Adam Neumann en WeWork y Travis Kalanick en UBER. Pero este caso tiene un cariz un poco distinto. La presunta “delincuente” es una mujer.
En septiembre de 2021 comenzó el juicio federal en Estados Unidos contra Holmes en el que aparece imputada por, entre otros delitos, fraude y conspiración para defraudar. La gran pregunta en todas las revistas era: ¿Cuál será la defensa que alegarán los abogados de Holmes para probar su inocencia?
En Estados Unidos, para poder ser imputada por fraude, es necesario probar que el acusado tenía la consciente y verdadera intención de estafar a sus inversores. Alcanzar esta carga probatoria es, evidentemente, algo extremadamente difícil. Por esta razón, la mayoría de las personas que estábamos siguiendo los hechos con detenimiento esperábamos que su defensa iba a estar enfocada en la potencial viabilidad de su producto y no en sus intenciones personales.
Pero en el primer día del juicio la defensa se centró únicamente en alegaciones de que Holmes había sido víctima de abusos sexuales y psicológicos por parte de su expareja y mano derecha en theranos, Ramesh «Sunny» Balwani, cuyo juicio está previsto que comience en 2022.
Esta estrategia de Holmes puede resultarle muy costosa. Holmes se presentaba al mundo con una confianza y seguridad que la llevó a dejar la Universidad de Stanford antes de graduarse, a recaudar millones de dólares de inversores, políticos y hasta médicos cirujanos. ¿Conscientemente pretende alegar que no tenía independencia y que todo lo que hacía era porque su pareja la inducía a que lo hiciera? Básicamente, está alegando que su papel en todo lo sucedido fue el de víctima y que ella no controlaba lo que estaba sucediendo.
Creo que su defensa habría sido más sólida si se hubiese centrado en la potencial viabilidad de su producto, es decir, en intentar probar que su intención era utilizar el dinero recaudado para mejorar progresivamente la tecnología que desarrollaba su compañía.
Va a ser muy interesante ver cómo se desarrolla este juicio tan controvertido. No veo cómo aquella figura tan exitosa, emprendedora, modelo a seguir que hablaba con tanta convicción y fervor de cambiar el mundo, pretenda ahora categorizarse como víctima de su expareja. Será interesante ver si logran convencer al juzgado que conocerá del caso. Por mi parte, creo que Holmes realmente creía en su habilidad. Creo que estaba convencida de que iba a cambiar el mundo y por eso pienso que su defensa habría sido más fuerte si se centraba en su percepción sobre la viabilidad del producto. Lamento ver que la estrategia elegida sea la de presentarse como una víctima, pero, por encima de todo, lamento que la única razón por la que podría resultarle efectiva esta estrategia sea el mero hecho de ser mujer.