La liberación de Alex Saab, presentada por la Casa Blanca como un canje de prisioneros, en el fondo parece apuntar a fórmulas como “reforzar una asociación estratégica” o “promover los intereses de Estados Unidos”, empleadas por el presidente Joe Biden para justificar acuerdos con violadores de derechos humanos y narcoterroristas con cuentas pendientes en tribunales de su país.
Se sabe que tomó años construir la acusación contra Saab y que la justicia estadounidense siempre sostuvo que tenía un “caso fuerte” contra este. Probablemente por eso fue que Elliot Abrams le aconsejó a Biden que no lo dejara ir porque “sí tiene cosas útiles que decir sobre Maduro y Cilia Flores”.
El consejo de Abrams al presidente era sugestivo y parecía cuidarse de las veleidades de la Casa Blanca, que a la postre dejó escapar los secretos del testaferro de Maduro.
Con ello Biden frustró el caso judicial contra Saab, procesado por conspirar para lavar dinero de la corrupción a la sombra del régimen chavista. Y sin duda la maniobra puede resultar costosa para Washington no solo porque ofende su propio sistema de justicia -pilar de la democracia norteamericana-, sino también porque avergüenza a Estados Unidos frente al pequeño Cabo Verde, que no sucumbió ante esa pretensión.
Con la “inusual” medida de perdón a Saab el presidente de Estados Unidos arrojó una suerte de salvavidas al régimen de Maduro, acosado y perseguido por el temor de que “el diplomático” pudiera traicionarlo.
Se conoce que uno de los documentos desclasificados por orden del juez Robert N. Scola señala que Saab entregó dinero a Estados Unidos y la DEA como parte de un acuerdo de autoentrega para “enfrentar cargos por su conducta delictiva”.
Marshall Billingslea afirma que la liberación de Alex Saab, “uno de los peores y más corruptos testaferros del régimen venezolano”, “supone un duro golpe a la credibilidad de Estados Unidos en la lucha contra la corrupción”.
El ex subsecretario del Tesoro para el combate del financiamiento del terrorismo añade: “Pero supongo que no debería sorprendernos que al ‘Gran Tipo’ de la Casa Blanca no le importe nada la corrupción de Saab”, comprometido también en los acuerdos de intermediación con Irán, “el principal patrocinador del terrorismo en el mundo”.
El presidente de Estados Unidos no ha podido ocultar la sed de petróleo frente al régimen de Maduro, sospechoso de crímenes de lesa humanidad. Tampoco pudo hacerlo en 2022 chocando puños con el príncipe heredero del gigante petrolero Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, que aprobó en 2018 el asesinato y desmembramiento del periodista Jamal Khashoggi.
Vale la pena dejar el interrogante planteado porque detrás de la fascinación por “reforzar una asociación estratégica” o “promover los intereses de Estados Unidos” con dictadores puede estar el motivo por el que Biden ayudó de un plumazo a Alex Saab a transmutar de lo que se conoce en los bajos fondos como indicateur de pólice a diplomático.
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