“Si hay algo que aprendí de mi trato con Herr Hitler, es que no se puede jugar al póker con un gánster sin tener cartas bajo la manga”. Neville Chamberlain.
El pensamiento de Antonio Gramsci ha tenido, históricamente, una desafortunada recepción, tanto por parte del izquierdismo extremista, que en algún momento intentó convertirlo en el símbolo viviente de su voluntarismo ciego e irracional, como por parte del extremismo de derecha, que se lo imagina como uno de los más peligrosos enemigos de la vacía e imaginaria “sociedad abierta” que postula. Si, como decía Marx -siguiendo a Hegel-, el idealismo abstracto es materialismo abstracto y el materialismo abstracto es idealismo abstracto, se podría afirmar análogamente lo mismo de las abstracciones propias del izquierdismo y el derechismo. A los partidarios del comunismo primitivo -como, por cierto, lo llamaba Marx- se les olvida que Gramsci fue un disidente de los regímenes despóticos y totalitarios, característicos de las sociedades orientales. A los partidarios de las “robinsonadas” de un liberalismo sin historia se les olvida que fue uno de los más influyentes liberales italianos, el economista Piero Sraffa, el encargado de sustraer, clandestina y sigilosamente, nada menos que las cuatro mil páginas que Gramsci escribió en prisión. “Lo que natura non da Salamanca non presta”. Lo mismo pasa con la comprensión dialéctica de los procesos históricos. Y aquí, por natura debe comprenderse no tanto la primera como la seconda, cabe decir, la formación integral, ética y estética de la sociedad que transustancia lo dado en hecho, en actividad sensitiva humana.
Hace unos cuantos años, en un encuentro de “negociaciones” sostenido en el Palacio de Miraflores, algún vocero principal de uno de los partidos de la llamada “Unidad”, perteneciente a la autodenominada “oposición” venezolana, al pronunciarse en cadena nacional, declaraba su firme rechazo al concepto gramsciano de hegemonía, porque, en su opinión, dicho concepto implicaba una forma de dominación del todo contraria a la democracia, típicamente stalinista, incompatible con los ideales propios de la libertad occidental. Para él, el concepto de hegemonía desarrollado por Gramsci se hallaba penetrado por un fuerte aroma a dictadura, a régimen tiránico, despótico, totalitario. El político en cuestión, se podría decir que instintivamente, asumía la expresión en su acepción en inglés -hegemon-, haciendo de ella una referencia exclusiva, “universal”, característica de todo aquel que ejerce su dominio sobre los demás. Su representación de la hegemonía fue, en síntesis, definitoria de la del capo que domina al resto de los individuos y se reserva para sí el control absoluto del poder. Lo que, por cierto, en su caso particular se ha convertido en una vieja práctica.
Es muy probable que los miembros de la dirigencia de la Junta Patriótica, que organizaron y ejecutaron exitosamente la rebelión cívico-militar contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, no conocieran los Quaderni del carcere de Antonio Gramsci, y ni siquiera sus Lettere. Es más, resulta difícil pensar que alguno de ellos supiera en aquel momento quién era el filósofo y dirigente político italiano. De hecho, a pesar de haber fallecido en 1937, su obra fue comenzada a publicar en la segunda mitad de los años cincuenta del siglo XX por su viejo camarada Palmiro Togliatti, y solo fue a finales de los años setenta y principios de los ochenta que se publicó la primera edición crítica de los Quaderni, al cuidado de Valentino Gerratana. Además, por aquellos años de subversión contra la dictadura perezjimenista, concentrados como estaban sus dirigentes en las labores de organización táctica, en la búsqueda de un consenso cada vez más orgánico que tradujese en éxito definitivo la lucha por la conquista de la democracia, difícilmente quedaba tiempo para las disquisiciones eruditas y las referencias hermenéuticas o bibliográficas sobre la obra de un dirigente comunista asesinado que había representado una amenaza real para el régimen fascista y, además, una auténtica incomodidad para la ortodoxia soviética.
Y sin embargo, la labor de la Junta Patriótica -quizá sin tener clara conciencia de ello- fue, justamente, una labor gramsciana. Porque, in der Praktischen, se puso en funcionamiento la estrategia de generar el consenso de la voluntad general de la sociedad civil venezolana, oponiéndola a la vieja sociedad política, en manos de la estructura militarista fundada por los caudillos durante la era posindependentista. De suerte que el viejo concepto de sociedad se fue resquebrajando aceleradamente, al punto de que las nuevas generaciones de profesionales de las fuerzas armadas ya no podían respirar dentro de sus enmohecidas casamatas. Eso es lo que significa para Gramsci hegemonía: un nuevo consenso por parte de la sociedad civil, sustentado en una innovadora educación ciudadana, integral, con nuevos valores e ideas, capaces de presionar, con tanta determinación, que las positivizadas, esclerotizadas -y, por ende, anquilosadas- fuerzas del aparato coercitivo terminan por estallar, para dar paso a un Ordine Nuovo, a un nuevo «bloque histórico», en el que la sociedad política tiene la necesidad de reinventarse a objeto de adecuarse plenamente con las aspiraciones de la pujante sociedad civil, transformándola en su más fiel reflejo. Ordo et conectio idearum idem est ac ordo et conectio rerum.
Que los partidos políticos venezolanos -especialmente aquellos que confunden los términos “oposición” y “distinción”- sigan presuponiendo que la sociedad civil es ajena a las organizaciones políticas, es decir, que ellos no son parte de ella; que no sepan diferenciar entre Estado y sociedad política; que confundan la idea de consenso con la de alianza o, peor aún, con la de acuerdo o negociación; que identifiquen hegemonía con dictadura; que, en fin, lejos de representar la búsqueda de un gran consenso nacional -una gran red, entramada con la urdimbre de sus hilos morales e intelectuales- sigan ejerciendo la función política como marketing, como si un partido político fuese una franquicia comercial o una oficina de colocación de empleos. Que aún no se hayan percatado -o no se quieran percatar- de que se enfrentan contra auténticos gánsters, ya deja mucho que pensar. Pareciera no comprenderse, en efecto, que la construcción de una nueva hegemonía es “la carta bajo la manga” para llevar a término al gansterato. Tal vez, estas consideraciones contribuyan a comprender la enorme diferencia cualitativa existente entre el éxito obtenido el 23 de Enero de 1958 y el rotundo fracaso de la menesterosa política actual de la llamada “oposición” venezolana.
@jrherreraucv