Franklin Brito es el primer muerto por huelga de hambre en la historia de Venezuela. Su muerte ocurrió el 20 de agosto de 2010 en el hospital militar, lugar donde tres años más tarde fallecería Hugo Chávez.
La lucha de Brito puso sobre la mesa el verdadero rostro de la revolución bolivariana: el poder ejercido sin límites, con estilo cruel y brutal. Una huelga de hambre para protestar por la cadena de atropellos de la que fue víctima por parte de burócratas del Instituto Nacional de Tierras, la misma instancia que promovió expropiaciones de fincas en plena producción para arruinarlas.
La persecución contra Brito fue de tal grado de crueldad que la defensora del pueblo de la época, Gabriela Ramírez, afirmó el 14 de diciembre de 2010, después de la muerte del agricultor, que este “no reunía las condiciones mentales para hacer valer sus exigencias”. También amenazó de acusar penalmente a la familia de Brito por “inducción al suicidio”. Es decir, su muerte no fue por la persecución a mansalva ejercida por la maquinaria chavista sino porque “era un desequilibrado mental”. La arrogancia revolucionaria veía perturbación mental en quien los demás veían como un firme defensor de sus derechos.
Lo anterior es oportuno recordarlo en momentos en que Vladimir Putin ha demostrado esa misma determinación en reprimir la disidencia, como ocurre en el caso del opositor Alexei Navalny, pero aunque cueste aceptarlo, el exagente de la KGB ha mostrado más humanidad que cualquier funcionario chavista al permitir que médicos civiles pudiesen entrar a la cárcel para examinar al político que tenía 24 días en huelga de hambre.
Los delitos de Navalny son denunciar la corrupción del régimen de Putin y haber logrado un volumen de apoyos populares, lo que debilita el firme liderazgo del Zar del Kremlin. La represión de Putin contra Navalny, y demás opositores, aumenta en la misma medida que desciende su popularidad. Algo conocido por los venezolanos.
La búsqueda del enemigo externo es otro rasgo del autoritarismo del dictador ruso. Su amenaza a Ucrania es otra estratagema para recuperar la mermada popularidad. La permanente invención de amenazas extranjeras es un truco que se repite de manera automática.
Invoca un enemigo externo, la promoción de escaramuzas fronterizas y la cruel represión a los opositores son patrones comunes entre los régimenes de Rusia y Venezuela. Lo que pretenden estos régimenes autoritarios es establecer una presidencia permanente, sin libertad de expresión, con control absoluto de los medios de comunicación en la búsqueda del poder totalitario a perpetuidad.
Pero tanto Putin como Maduro, como lo fue Hugo Chávez, son representantes del poder ejercido sin límites, desnudo, franco y arrogante. El poder que no se disimula, sino que se anuncia y se proclama como contundente hecho físico. Expropiaciones, confiscaciones y represión son sus signos distintivos.
Por eso debe estar bien claro que el régimen ruso y el venezolano han establecido un deslinde histórico definitivo entre la democracia plural, encarnada en la república y el autoritarismo, mesiánico, militar o revolucionario.
Y esas son las reflexiones que nos brindan los casos de Franklin Brito y Alexei Navalny.
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