“¿Maestro, desgraciados los pueblos que no tienen héroes? No pupilo no; desgraciados los pueblos que los necesitan”
El diálogo de Galileo Galilei y su alumno Andrea por Bertolt Brecht
Recientemente se escuchan y se leen comentarios que niegan que seamos “el bravo pueblo que el yugo lanzó”. Insisten en que dejamos de serlo o que aquellos que lo eran se marcharon y quedamos los que no lo somos.
Me tocó polemizar por Twitter con un compatriota que visiblemente molesto y exasperado sintió que mientras él se exponía en la protesta, recibía perdigonazos y sangraba en la calle, lo dejaban solo y no sentía la compañía especialmente de la dirigencia. Una sensación de soledad se anida en muchos de los nuestros que, además, culpan a los dirigentes que también se la han jugado, pero que corren con el lastre de no haberlo logrado. Somos un pueblo frustrado.
Además de la pérdida del brío, señalan el desinterés de unos y otros en la defensa del ideal ciudadano y sus valores democráticos o, peor aún, la búsqueda enfermiza e inescrupulosa de numerosos de formas y maneras de conectarse, no solo a los que mandan sino especialmente a los negocios que parecieran lucrativos o a los pocos asuntos que aparecen como oportunidades en un clima de deterioro económico, como nunca por cierto se vio en nuestro devenir reciente.
Éramos muy pobres en las primeras décadas del siglo XX, pero supimos cambiar las cosas y trajimos una tendencia en sentido contrario y el chavismo, militarismo, ideologismo, castrocomunismo, cinismo y antipatriotismo logró que el progreso logrado antes y durante los cuarenta años de crecimiento y mejoramiento social en todos los ámbitos de la república liberal democrática se revirtiera y volviéramos a ser como somos y sin discusión, pobres, míseros y despreciados por nuestros vecinos en la tercera década del siglo XXI.
Solo la corrupción, el robo, el latrocinio prosperó en este pandemónium que la ignorancia, el odio, la ineptitud, el militarismo, la demagogia del socialismo y el descaro, trajeron disfrazados de revolución y poder popular. La oclocracia innegable que se instaló, esconde algo más pernicioso; las cleptocracias impúdicas y voluptuosas promovidas y practicadas desde los más altos niveles y en connivencia con el mayor asalto histórico de la mediocridad.
De nuevo recuerdo a mi amigo y admirado profesor y doctor en educación Freddy Millán Borges y comparto su denuncia sobre el daño antropológico que experimentamos los venezolanos, como resultado de las acciones adelantadas por el régimen que han minado la consistencia espiritual del criollo, especialmente sus seguridades éticas y morales, comprometiendo sus valores republicanos y, más aún, los principios básicos que como nación nos hacían un pueblo solidario, hospitalario, fraternal, famoso y reconocido como tal en el orbe.
No somos entonces lo que éramos, antes de la debacle consumada en estos veintidós años de constante centrífuga ciudadana y de sistémica alienación ideologizante, segregacionista, marginalizante y divisionista. Hemos mutado, se diría, aunque quiero creer que aún subyace la calidad de una entidad mayor y mejor que está en nuestra cepa. No somos los venezolanos que éramos, repito, pero quizá haya clase en nuestra estirpe.
Lo más grave son los contrastes; de un lado, cunde la resignación, como en Cuba. Abunda la despiritualización como en Cuba. Una suerte de pragmatismo existencial, como en ese hermano pueblo al que nos parecemos tanto acontece y nos desnuda entre todas las carencias y falencias. Hay hoy los balseros venezolanos por así llamarlos o, los atrevidos que desafían la naturaleza con tal de hallar otra vida, aun muriendo en el intento. Asemejamos a los cubanos de estas seis décadas de la revolución pero en versión siglo XXI, arruinados pero con un liderazgo insistiendo en el socialismo.
Se nos muere el país entretanto en nuestras manos; la instrucción, los niños, la academia, la siembra, el ganadito, nos roban los vecinos y a ellos los roban también y pareciera, que todo se justifica en el ademán de la supervivencia. Somos lobos que amenazamos a los otros lobos pero que ante el régimen somos, como un rebaño asustadizo de ovejas, masas automatizadas, zombies gruñones que se comerían a sus convives pero no a sus centuriones.
Un Estado caricaturesco se suma a la anomia y al despojo. Todos forcejean contra todos pero claro; los uniformados y cuerpos policiales con sus armas, hacen la diferencia. Somos pues rehenes de los denominados cuerpos de seguridad, policía y defensa que se convirtieron en, verdugos y saqueadores, a juzgar por lo que dice y deja entrever el fiscal Tarek.
Viajar por Venezuela es tropezar a cada rato con decenas de alcabalas y puntos de control que nos acechan para morder y medrar en los que aún laboran y comercializan y, lo justifican, haciendo alusión a la situación que los arrastra a ellos que también son pobres y plenos de necesidades insatisfechas. Lo mismo pasa en la ciudad que en la carretera.
No hay hueso sano, todo está a la merced de la ocasión de algunos y de la voracidad de los que están anudados al oprobio que somete y a los que contribuyen, conscientes o no, a esa flagelante situación que constituye el statu quo, este purulento orden injusto y criminal.
Tristísimo papel el de la otrora reconocida y admirada Fuerza Armada Nacional. Hoy sostienen el desastre y se asocian a los mamelucos y sicofantes que lo hacen e hicieron posible. El ejército de Chávez y de Maduro, avergüenza al padre libertador. ¡No hay constitucionalidad ni institucionalidad, ni soberanía, ni patria!
Empero lo anotado, es menester acotar un mal mayor, la desconfianza y el rencor hacia los demás, los de enfrente y los de los lados y los de atrás en algún momento. No apreciamos ni sincronizamos con nadie para otra cosa que no sea la queja, la amargura, el desdén. Y si hay alguna empatía no es para aprovecharla y compartir con los conciudadanos la problemática para juntos abordarla y encontrar soluciones. No nos permitimos, nos privamos inclusive de la unidad que es indispensable para cualquier conducta efectiva políticamente.
No solo estamos físicamente distanciándonos por el covid-19; también nos alejamos de los demás, no creemos en nadie y no compartimos ningún proyecto nacional. La nación no es la nacionalidad jurídicamente o la ciudadanía políticamente; es un sentimiento de pertenencia a una comunidad que deseamos y conformamos del mejor talante. De ese sentido y aspiración de integración y destino carecemos hoy.
No somos tampoco auténticos opositores debiendo serlos, porque aprendimos a dudar si acaso o más bien, a rechazar a nuestros pares que piensan como nosotros pero que hemos sancionado con nuestro descrédito y hasta con animadversión. La sola lectura de los mensajes en redes y los estudios de opinión revelan que se prefieren “ni ni” mayoritariamente y ello es, una demostración de irracionalidad y desde luego de insensatez.
¿Qué más tiene que pasarle a Venezuela para que la gente ubique al responsable y tome definitiva partida por su separación del poder? Es increíble que se ponga en el mismo plano al régimen que a la oposición. Peor aún es que; más de la mitad de los ciudadanos encuestados en el trabajo que cito, consideren que la actuación de Chávez fue positiva para el país. Tan positiva fue que el país rico de Suramérica que recibió el difunto, en sus manos se convirtió, en el más pobre rivalizando con Haití. Razón tuvo Bolívar entonces, “…un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.
Ese ser venezolano que describimos y advertimos aquí y allá en estas notas, somos nosotros en mayor o menor medida. Esta acá a nuestro lado o en nuestros zapatos y ello explica por qué estamos como estamos y dónde estamos.
Una suerte esquizoide desvía y confunde a la ciudadanía que por una razón o la otra quizá comprensible pero no justificable, se aísla, se retrae, se aparta para hacer de su tránsito vital diario su expectativa y nada más. Ya no hay fe en el porvenir, apenas hay aliento para la lucha diaria, pero no para empresas mayores que exigen más convicción.
Al venezolano lo vemos a ratos intentarlo todo, incluso, la aventura que raya en la temeridad porque está desesperado y harto del Estado fallido que no le ofrece certezas sino que lo hunde en la inseguridad de todo orden y naturaleza y tampoco se le respeta y se le permite civilizadamente corregir el rumbo de la nación, secuestrados los mecanismos democráticos, sesgados, manipulados, envilecidos, desnaturalizados por un régimen que asocia el crimen con la conducción forzada, errática, gravosa de los asuntos públicos, de los servicios públicos que cada día son menos eficaces. Ese criollo es el otro lado del comportamiento social.
La trágica experiencia de los compatriotas desdeñados y expuestos por la gente de Trinidad y Tobago es una prueba de lo que decimos y a ello se suman cada día incidentes de todo tipo. Hace poco se ahogaron tres mujeres cruzando el río que separa la frontera con Colombia o acaso, ¿podemos olvidar a ese par de ancianos que murieron de inanición en Caracas hace semanas?
El heroísmo es un acto valiente con el que se encara la desfiguración, la desesperación, el final perceptible o la continuidad insoportable. Nuestra gente también hace de héroes eventualmente. Nuestras mujeres, madres, abuelas, hermanas siguen fajadas con la lucha diaria. Conozco a varias que al verlas o escuchar de otros relatos de lo que hacen y logran para salvar a sus muchachos me dejan perplejo. Son admirables e incansables. Varios conocidos tenemos, pero abundan que nos aleccionan sobre el coraje como energía existencial para superar los retos de la cotidianidad.
Rechazo con firmeza la afirmación de que el liderazgo ha sido medroso y por eso ha fracasado. Me refiero al liderazgo de oposición. ¿No se expusieron y exponen constantemente Guaidó, María Corina, Ledezma, Leopoldo López, Henry Ramos Allup, Requesens, Capriles, Aveledo, Roberto Enríquez o César Pérez Vivas, por citar solo algunos y hay muchísimos más? Sería mezquino negarles su empeño y su valentía, aunque cabe para muchos el proverbio chino: “Vencedor eres un rey y vencido eres un bandido”. Y por cierto, ninguno de ellos ha sido vencido porque ninguno ha capitulado o se ha rendido, pero a veces los vemos como tales porque somos impacientes y nos cuesta persistir, resistir e insistir, que es lo que debemos hacer.
No disculpo a nadie de sus yerros. Tampoco de sus responsabilidades subsecuentes a sus desempeños, pero no me sumo a la tendencia que lleva al cadalso y sumariamente a los que toca en suerte estar al frente en la batalla; aunque a ellos también les pido apartarse si no alcanzan a resolver y colaborar con los que con iguales derechos piden relevarlos. La paciencia tiene un límite y, como diría Maritain, “no podemos pedirle a la gran mayoría un constante heroísmo”.
Maduro y el sostén del aparato policial, militar, que lo sostiene, se sustenta muy precariamente por el raquitismo económico que paulatinamente ellos mismos han configurado, pero cuentan con el miedo, la indiferencia, la dejadez, la confusión, la ceguera, la desunión y la sinvergüencería de unos y otros. Mientras no nos sintamos nosotros, no seremos creíbles. Decía en una entrevista el genio ajedrecista Garry Kasparov que, “…la amenaza de una jugada es más fuerte que su ejecución”.
Mientras no haya consciencia de ciudadanía seguirán. Ese es el elemento estratégico que debemos advertir y, a toda costa lograr consolidar aún en este momento en que no se ve luz en el túnel y valga el lugar común.
El 5 de julio de 1995 me tocó ser orador de orden ante el Congreso de la República de Venezuela y pronuncié un discurso que pensé importante pero que no tuvo mayor resonancia. Quiero sin embargo extraer y compartir, una cita de Chateaubriand y sus memorias de ultratumba, que fue pertinente en aquel momento pero es obligada y crucial su reconsideración ahora: “Se pretende hoy, que los sistemas están agotados, que en política damos vuelta en torno a nosotros mismos, que los caracteres se desdibujan y los espíritus están cansados… que no hay nada que hacer, nada que encontrar, que ningún camino se abre, que el espacio está cerrado… Sin duda, cuando se permanece en el mismo lugar, es el mismo círculo de horizonte que gravita sobre la tierra pero,… avancen, atrévanse a desgarrar el velo que los cubre y miren, si no tienen miedo y no prefieren cerrar los ojos».
@nchittylaroche