I
Fue como si nos mudáramos del cielo a la tierra, o del infierno al paraíso, dirían los que ya estaban cansados del caos del centro de la ciudad. La nueva sede iba a ser todo lo maravilloso que nos merecíamos, pero la nostalgia de aquel viejo edificio nos acompañaría durante la mudanza.
Cuando yo llegué a El Nacional todavía se imprimía en Puerto Escondido. El mismo edificio que visité cuando estudiaba en la universidad con muy pocas mejoras. Una redacción fraccionada por secciones, que uno pensaría eran parcelas inquebrantables.
Pero no. Esa primera semana de mayo para mí fue como entrar en un crucero de esos en los que todo el mundo anda feliz y bailando. Sin exagerar les cuento que hubo un cumpleaños cada día de la semana. Y nada de reunirlos todos y hacer una sola fiesta el viernes, ¡No señor! El cumpleañero que fuera se merecía su torta, sus botellas de vino, sus pasapalos y toda la parafernalia que incluía cantar y bailar aquella canción que comienza “Yo vi una araña con pelos…”.
Cuando empezaban a cantar, de todas partes, de todas las secciones, de todas las parcelas, salía la gente a bailar y a aplaudir. Salía Miguel Henrique Otero de su oficina; el editor adjunto, el vicepresidente Argenis Martínez. Todos al unísono cantaban y bromeaban.
El Nacional era una fiesta, así como diría Hemingway de París, y por esta oración sé que Ramón Hernández me halará las orejas.
II
A raíz del mal llamado embargo han salido por las diversas redes sociales opiniones de todo tipo, pero sobre todo de gente que lo único que recuerda es que El Nacional se prestó para ensalzar a un Chávez candidato presidencial.
Y yo me pregunto ¿eso solo lo hizo El Nacional? Conste que para mí, que siempre me le opuse y nunca voté por él, no hay justificación alguna. Pero ¿cuántos de la intelectualidad, de los medios de comunicación, del sector cultural pueden decir que no se equivocaron? Chávez supo ocultar muy bien al principio el desprecio que sentía por los medios de comunicación y los periodistas, hasta que los colegas que le acompañaban en cada entrevista y le arreglaban la corbata comenzaron a darse cuenta. Son cuentos que conozco de primera mano.
Así como se ensañó contra Radio Caracas Televisión, así se ensañaría contra los que al principio le ofrecieron una mano y luego de conocer las atrocidades que hacía y planeaba, le retiraron su apoyo. Ese es el caso de El Nacional. Pero no es lo que quiero tratar en este artículo.
Cada uno de los jefes y periodistas fuimos testigos del desastre que se estaba cocinando y, como nos dicta la ética, comenzamos a reflejarlo en los titulares. Nadie se opuso a que la verdad saliera publicada, ningún jefe evitó que se dijera lo que ocurría; la corrupción del Plan Bolívar 2000, la desaparición de niños en la tragedia de Vargas, las condiciones leoninas de los acuerdos con Cuba, la destrucción de Petróleos de Venezuela.
Desde esos primeros años comenzaron los rojitos a alimentar el rencor hacia el diario. No fue fortuito, fue por hacer nuestra labor.
III
El trabajo para sacar un periódico es duro, física y mentalmente. Sobre todo porque los periodistas somos los que presenciamos de primera mano lo que sucede. Y como lo dije antes, en ese proceso también nos vemos afectados. Siempre lo repetía a mis alumnos, los periodistas también son seres humanos. Sufre la gente y sufrimos nosotros, y en 20 años ha sido mucho el sufrimiento que hemos atestiguado.
Por eso, la fiesta que éramos en El Nacional nunca dejó de ser, porque era nuestro escape. Al final del día, al cierre de las ediciones, cualquier excusa servía para encontrarnos, abrazarnos, reír, hablar, y eso nos hizo siempre fuertes anímica y físicamente. En la vieja sede aguantamos secuestros e insultos y hasta arremetidas de bárbaros rojitos. Siempre estuvimos seguros de que al día siguiente el periódico circularía para que la gente pudiera saber lo que pasaba.
Cuando vinimos a la nueva sede, nadie pudo acabar con el espíritu de camaradería, hermandad y alegría que traíamos de Puerto Escondido. Y aunque al principio tuvimos que bailar «la araña con pelos» en el comedor, poco a poco fuimos haciendo nuestra aquella redacción explayada y llena de cabo a rabo.
No éramos islas ni parcelas, éramos como neuronas unidas por los impulsos eléctricos que repartíamos para funcionar. Es indudable que los rojitos nos atacaron por todos los flancos, pero fuimos atrevidos, dimos la cara, como decía Miguel Otero Silva.
Todavía hoy yo sigo firmando en El Nacional, y eso se debe a la tenacidad de todos los que colaboramos y creemos en la libertad de expresión. Aunque suene a disco rayado, este periódico es un ser vivo, no tiene nada que ver con cuatro paredes, y mientras los que lo hacemos nos sigamos conectando con el mismo objetivo, seguirá existiendo. Y nuestro objetivo siempre ha sido el mismo: recuperar la libertad de Venezuela.